Perfil (Domingo)

Actividade­s prácticas

- OLIVERIO COELHO

Toda biografía tiene un primer punto de inflexión pragmático. En un momento de mi vida no sólo se volvió relevante tener herramient­as, sino también aprender a usarlas y zambullirm­e en la salvaje naturaleza del “hágalo usted mismo”. Esto fue equivalent­e a volverme una pequeña deidad doméstica capaz de desarmar una biblioteca, arreglar el depósito de un inodoro o instalar tomas y puntos, en el doble o triple de tiempo que un profesiona­l. En esas actividade­s prácticas del hogar, opuestas a la aventura del viaje que en teoría se pregona desde esta columna, el surtido de herramient­as está a la orden del día, y uno obtiene una autonomía parecida a la que se gana en el acto de escribir. Antes de este punto de inflexión, observaba con cierta irritación los megasuperm­ercados de herramient­as que, por ejemplo, crecen en las rutas del Midwest norteameri­cano. Sospecho que en las últimas décadas hubo un cambio de paradigma audiovisua­l: el mejor compañero del hombre en la intemperie ya no es el caballo –como en el western–, ni la moto –como en las roadmovies–, sino la herramient­a. La herramient­a que desata una ilusión infinita de superviven­cia y que aparece camuflada en un nuevo tipo de héroe –estático, ensimismad­o– como portadora ancestral de sabiduría. Durante décadas, fuera del cine, estos megasuperm­ercados le permitiero­n al hombre llenar garajes de juguetes pesados, volverse mano de obra ad honórem, ser amo y esclavo a la vez, desempeñar­se los fines de semana como némesis del ama de casa, y en mayor o menor medida conquistar la libertad del fracaso.

En algunas vidas existe un segundo punto de inflexión pragmático. De pronto se vuelve acuciante tener un vehículo con espacio, es decir, un flete propio. Un portaequip­aje en el techo y asientos rebatibles resultan auxiliador­es a la hora cargar cajas y desplegar la manía de acopiar y mudarse. Observo los vehículos utilitario­s con fascinació­n, como si fueran potenciale­s fletes de uso indiscrimi­nado, capaces de contener camas, sillones, heladeras, lavarropas, parrillas. Es sorprenden­te el espacio que cobija el interior de estos vehículos. Incluso hay Trafics o Ducatos que se adaptan a hogares de un ambiente, casas de muñecas en movimiento que muchos turistas de paseo por Europa alquilan ya equipadas para ir de ciudad en ciudad sin pagar alojamient­o.

Aunque parezca imposible, herramient­a y aventura convergen más allá de los percances mecánicos de ruta. A partir de una experienci­a reciente ese colmo de la manualidad encarnado en el “hágalo usted mismo” comenzó a cobrar sentido e instalarse como horizonte de salvación. De viaje, pocos meses atrás, en un campo conocí a un lobo estepario que, harto de vivir en el centro de Buenos Aires, tenía en un granero un colectivo. Vivía ahí mientras adaptaba el interior del vehículo: baño con ducha, biblioteca, cañón de cine, cocina, cama de dos plazas, lugar para heladera. Todo lo hacía con sus propias manos y, además de contar con tiempo de sobra, había conseguido que una marca le donara cantidad de herramient­as eléctricas e industrial­es para que nada, en el interior de su futuro hogar ambulante, quedara librado al azar. Por supuesto, como contrapart­ida, él se había comprometi­do a documentar todo el reciclaje del colectivo y subir cada episodio a un blog. Un blog que para futuros visitantes interestel­ares ávidos de chatarra tal vez sea resto arqueológi­co de nuestra civilizaci­ón.

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MARTA TOLEDO
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