Perfil (Domingo)

La Academia no ignoró a Soriano

El próximo domingo se cumplirán dos décadas de la muerte de Osvaldo Soriano. Buena ocasión para echar por tierra un (otro) mito urbano: que sus libros nunca tuvieron entrada en la Facultad de Filosofía y Letras. Martín Kohan recuerda que fue objeto de est

- MARTIN KOHAN

Cuarteles de invier

no fue el primer libro de Osvaldo Soriano que yo leí. Lo leí hace mucho tiempo, en 1988, cuando cursaba la carrera de Letras; más concretame­nte, en el marco de un seminario de grado que dictó la profesora Beatriz Sarlo. Me sentí por eso mismo francament­e desconcert­ado cuando, algunos años después, en más de una ocasión e incluso en medios de comunicaci­ón de relevancia, me encontré con la furibunda acusación según la cual la profesora Sarlo había obstruido, si es que no directamen­te impedido, el acceso de la literatura de Soriano a los cursos y a las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (o, en los términos esgrimidos por aquellos ven- gadores rabiosos: a “la Academia”, pues así es como lo dijeron, sin importarle­s que la UBA no es sino una parte del ámbito académico nacional, y tampoco que la profesora Sarlo era apenas una, si bien descollant­e, entre los docentes de la Facultad). ¿Cómo explicarse esa tan burda falsifica- ción de los hechos, ese gusto por tergiversa­r y pasar de inmediato a los ajusticiam­ientos sumarios? No hallé otra explicació­n que la siguiente: que a veces, incluso en los medios, se dicen mentiras.

Recuerdo que en aquel seminario del año 88, alguien ubicó la novela de Osvaldo Soriano entre el realismo y la cultura popular, y a todos, en un principio, nos pareció razonable el planteo. Pero entonces intervino Beatriz Sarlo. Y lo hizo para especifica­r que no había para ella en Soriano ese discurso en grado uno que el realismo pretende así sea como efecto, que Soriano trabajaba más bien con representa­ciones de representa­ciones previas, sobrecodif­icando tanto las tramas como los personajes. Y que su horizonte de referencia no era el de la cultura popular, sino el de la cultura de masas, distinción ideológica­mente crucial que no había que pasar por alto. Luego yo leí Triste, solitario y

final, leí No habrá más penas

ni olvido, leí El ojo de la patria, leí A sus plantas rendido un león, y el doble encuadre de Sarlo me resultó cada vez más certero y provechoso.

A lo largo de aquel seminario, la novela de Soriano se fue articuland­o con el realismo picaresco de Flores robadas

en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís (y ahí sí se habló de realismo), con la resistenci­a a los facilismos de la industria cultural de Saer (en las antípodas de Soriano), con la interrogac­ión por la verdad y la historia de Respiració­n ar

tificial, de Ricardo Piglia (lo contrario de darlas por sentadas, como en Soriano), con la monumental­idad narrativa de Cuerpo a cuerpo, de David Viñas (lejos de la ágil y cordial llaneza narrativa de Soriano), con la elaboració­n literaria de un imaginario massmediát­ico en El beso de la mujer araña, de Manuel Puig (tan distinta de la inscripció­n de Soriano en una esfera análoga), entre varios otros autores (Andrés Rivera, Juan Martini, Héctor Tizón, Marcelo Cohen).

Me pareció en aquel momento, y me sigue pareciendo ahora, que la de Sarlo fue una de las mejores considerac­iones críticas acerca de Osvaldo Soriano, una de las más exactas e inteligent­es. Muy superior, por lo pronto, al hábito rutinario de homenajes forjados con elogios huecos, en los que el jugoso anecdotari­o personal (es decir, con otras palabras, el amiguismo) de- cide la valoración literaria y mezcla premeditad­amente argumentos con emociones, legitimaci­ón crítica con palmoteos en la espalda. Es cierto que en el enfoque de Sarlo la apuesta al canon se orientaba marcadamen­te hacia la obra de Saer, criterio que al menos a mí me persuadió tanto como me deslumbró Glosa (puede que la mejor novela política argentina de la segunda mitad del siglo XX). Pero eso es perfectame­nte válido, ya que la crítica nunca es neutral, y en cualquier caso nada tiene que ver con las presuntas interdicci­ones expulsivas, en nombre de las cuales se han encendido páginas de hogueras.

A veces la paranoia (que alucina elitismos y se lanza a apalearlos con furia), a veces un clasismo pifiado (que supone oligarquía­s donde en verdad se trabaja por salarios más bien míseros), a veces un psicologis­mo ramplón (que en nombre del tan recurrido “mercado” da en pensar que el que vende bien, el que prospera en el comercio, ha de despertar envidia en todos los demás) y a veces la pura difamación (empezando por el interesado que, según reveló Hinde Pomeraniec en su momento, gustaba de las mentirilla­s) entorpecie­ron a menudo el debate literario. Una práctica que, bien llevada y siendo honestos, suele ser enriqueced­ora.

Alguien ubicó la novela de Soriano entre el realismo y la cultura popular

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FOTOS: CEDOC PERFIL DISTINCION. En palabras de Sarlo, su horizonte de referencia no era el de la cultura popular, sino el de la cultura de masas, distinción crucial que no hay que pasar por alto.
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OBRAS. Tres de los libros del escritor marplatens­e que fueron analizados por Sarlo.
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MENTIRILLA­S. Soriano –al igual que casi todos los buenos escritores– gustaba de las “mentirilla­s”.

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