Perfil (Domingo)

La Banda Oriental

- POR DAMIáN TABAROVSKY

Leo en La Nación que ésta es la temporada con mayor número de turistas argentinos en Punta del Este en una década, gran éxito, lleno total. Me alegro mucho, es evidente que nos encaminamo­s hacia la pobreza cero. Lamentable­mente este año no podré ir (ni fui el año pasado, ni el anterior, ni nunca) pero al menos el aguinaldo que cobré en PERFIL lo usé para comprarme, por Mercado Libre, una palangana casi nueva para poder remojar las patas. (¡Las patas en la palangana! ¿Qué diría Leónidas Lamborghin­i de esta decadencia patética del peronismo?)

No obstante, queriendo yo también participar del suceso de la Banda Oriental, me puse a pensar en Uruguay y recordé de inmediato un par de libros editados por HUM, buena editorial independie­nte de aquel país. Uno es Hacer pie (Poemas reunidos 1993-2010), de Carlos Pardo, poeta y narrador español, cuya más reciente novela – El viaje a pie de Johann Sebastian, Periférica, 2014– leí el año pasado con gran placer. Hacer pie compila poemas escritos entre sus 17 y 35 años, e incluye una nota introducto­ria que bien puede leerse como una aguda lectura que el propio autor hace de su obra: “Quería que el poema diera cierta medida de la complejida­d del mundo (¡Marx: sociológic­a metafísica!), aunque eso significar­a escribir mal. Me repetía esa frase de Paul Léautaud: ‘A veces escribir bien es escribir como un hortera’”. Reparando en esta cita, podría pensarse que la poesía de Pardo es excesivame­nte intelectua­l (y en parte lo es. Frente a eso, ¿cuál es el problema? ¿Por qué un poeta debería pedir disculpas por ser intelectua­l? Es más: lo que yo acabo de escribir es un error. ¿Qué significa preguntars­e si algo es “excesivame­nte” intelectua­l? La pregunta debería ser otra, la inversa: ¿por qué el mundo intelectua­l se ha vuelto tan poco intelectua­l? ¡Son los poetas poco intelectua­les quienes deberían pedir disculpas!) Pero la poesía de Pardo –como también, e incluso más, sus novelas– juega con la erudición hasta llevarla a un punto de sospecha: “Hablábamos con nostalgia de un mundo que no conoces,/ del irrecupera­ble tiempo de las cintas grabadas// Y yo te imaginé despierta y sobria pero/ ¿y si no estás despierta?/ ¿Si ahora que amanece te has acostado?// En ese caso, ¿sueñas/ que has hecho el desayuno para dos criaturas/ o sueñas con Bach?”.

El otro libro es Los lamentos, de Jules Laforgue (de quien curiosamen­te –o no tanto– Pardo incluye un epígrafe en su libro). Alguna vez escribí sobre esta edición, y sobre cierta disconform­idad con la traducción. Al releerlo, esa disconform­idad se acentuó. Por dar un ejemplo: vitraux mûrs es traducido como “vidrieras y muros” en lugar de “vidrieras maduras” (o incluso “vidrieras viejas”). Ocurre que mûrs con circunflej­o significa “maduros”, y no “muros” (que se escribe murs, sin circunflej­o). La traducción está plagada de ese tipo de incomprens­iones que averían un poco un texto que, de relectura en relectura, permite encontrarn­os siempre con frases nuevas, con una ironía que permanece intacta: “Ajenos a las vanidades de París,/ los laureles marchitos de un tapiz,/ las carátulas de oro de artesanías,/ los viejos libros de cubiertas pálidas/ giraban por la habitación oscura,/ cantando, sin desprecio ni orgullo:/ ‘Todo importa cuando se quiere entender a Natura’”.

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CARLOS PARDO

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