Perfil (Domingo)

Una mujer recaudaba un millón de pesos por semana en la 1-11-14

Fue detenida en la causa que investiga a la banda que manejaba la droga en el Bajo Flores. según testigos, daba órdenes para ejecutar los crímenes.

- CECILIA DI LODOVICO

“A hora la Silvana por ahí (sic)... ¡Ay! ¿Qué dije? La concha de su madre”. Gladys Santos Carhuachin maldijo luego de pronunciar el nombre de su jefa por teléfono. Sabía que debía atarse a palabras claves como “padrino”, “amiga” o “ale” para referirse a Marco Antonio Estrada Gonzáles y a su mujer, Silvana Salazar.

A través de los años, gracias a su lealtad y al silencio que guardó cuando fue detenida en 2008, Gladys escaló posiciones dentro de la organizaci­ón y se convirtió en la persona de mayor confianza, fuera del clan del capo narco de la villa 1-11-14. Fue una de las pocas personas con acceso a la residencia de “Marcos”, ubicada en el barrio privado La Celia, de Ezeiza, donde su celular fue captado por las antenas, como pudieron determinar los detectives de la Policía Federal que la escuchaban por orden del juez federal Sergio Torres.

Si bien su nombre apareció en las causas anteriores, en la última investigac­ión judicial –que volvió a dejar a “Marcos” tras las rejas– Gladys aparece ahora con un rol fundamenta­l dentro de la banda: el de recaudador­a y nexo entre los jefes “confinados” en Ezeiza y la villa del Bajo Flores, donde su figura adquirió poder. “Recorre la villa, dando las indicacion­es que quieren que se materialic­en, tales como matar a alguien, o cobrar o entregar determinad­o dinero”, reveló un arrepentid­o.

Para el “CEO” de la droga, era fundamenta­l no tener contacto directo con los estupefaci­entes que comerciali­zaba ni con los billetes producto de la venta. De ahí se hacía funda- mental la tarea de Gladys. La relación es tan estrecha que la recaudador­a utilizaba el celular de Salazar y tenía diálogo directo con “Marcos”. A medida que creció su rol en la organizaci­ón, también su estilo de vida dentro de los márgenes del barrio ubicado a metros de la cancha de San Lorenzo. Incluso, llegó a montar un miniclan: su hermana Esperanza, su esposo Willy y su hija Mirtha fueron detenidos como parte de la organizaci­ón. Todos cumplían sus órdenes. Hasta ser detenida, el 16 de diciembre pasado, “la recaudador­a” contaba con choferes, colaborado­res, una Renault Duster y 26 celulares a su disposició­n, utilizados como “medida de seguridad” para desorienta­r a los investigad­ores.

En el expediente, la mano derecha de “Marcos” aparece en el tercer estrato de la organizaci­ón, “encargada de recibir las ganancias del producido de la venta de droga en la villa, para comprar moneda extranjera (principalm­ente dólares estadounid­enses y euros), y elevarla al líder.

En este punto, fueron reveladora­s las conversaci­ones que mantuvo con “Julián”, un hombre que atendía la agencia de cambio Argenper, de Villa Celina, donde asistía una vez de semana con grandes sumas de dinero, que generalmen­te rondaban los 70 mil euros.

“En un primer momento, el cambio de pesos argentinos era por dólares. Sin embargo, con el avance del tiempo Gladys comenzó a adquirir euros”, destaca el procesamie­nto, al que tuvo acceso PERFIL. “Ello no resulta llamativo si se tiene en cuenta que la moneda de la unión europea ofrece billetes de quinientos, lo que posibilita reducir el volumen del dinero obtenido”.

En las transcripc­iones de las escuchas se puede apreciar que “la recaudador­a” no sólo cumplía con el traslado de las divisas, sino también peleaba el valor al vendedor: Gladys: Hola. Julián: Sí, mirá... acabo de llamar. G: ¿Cuánto? J: A cincuenta, lo quería cerrar y me dieron otro precio.

G: Ya no impor ta, pues.

con la venta de drogas compraba euros que después giraba a cuentas en el exterior

¿Menos no se puede hacer, no?

J: No, yo llamé a otros pero otros están más caro incluso.

G: Bueno, ia Julián, ia, está bien.

La actividad de “la recaudador­a” era intensa. Sobre todo, cuando “Marcos” le reclamaba deudas. “El padrino me está apurando”, les reprochaba a su vez a sus colaborado­res para que los dealers le entregaran el dinero correspond­iente.

Los detectives pudieron determinar, además, que entre el líder narco y la recaudador­a utilizaban, en mensajes de texto, los nombres de sus hijos menores como código para referirse al dinero, a la droga o a la calidad de la misma.

Por último, Gladys aparece como uno de los miembros que consultaba a Mariela, una “bruja” o “tarotista”, sobre los “quehaceres” de la organizaci­ón narcocrimi­nal, “tales como momentos y lugares de entrega de narcóticos y dinero, o cuándo debían descartar los chips de los teléfonos”.

En las escuchas entre las dos mujeres se puede advertir cierta desesperac­ión ante algo que no salió cómo debía:

Mariela: Hola nena, ¿cómo estás?, ¿qué paso?

Gladys: No sé porque hoy su mamá de mi amiga (en referencia a Doña Lily, madre de Salazar) me mandó a llamar y dice que los tíos que me quieren joder, me quieren pegar. Por eso quería ir a verte … Es de mi trabajo. Estoy inquieta. No sé qué hacer.

M: Sí, quédate tranquila dame una hora que yo te llamo.

G: Mi casa Mariela, mis hijos, por favor...

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ESTILO. Gladys recorría los pasillos del asentamien­to, reclutaba a soldados y comunicaba las decisiones del capo narco peruano.
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CEDOC PERFIL
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APUNTES. La mujer acusada compraba euros y los giraba al exterior vía Argenper.

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