Perfil (Domingo)

Genética sin prejuicio

- DAMIAN TOSCHI*

En política, las definicion­es ideológica­s clarifican el análisis. En un esperable y lógico encuadre doctrinari­o, el PRO formalizó su ingreso a la Unión Internacio­nal Demócrata. El grupo, creado en 1983, tiene sede en Londres. La agrupación reúne a partidos conservado­res, democristi­anos y liberales de todo el mundo. Abiertamen­te anticomuni­sta, el nucleamien­to fue fundado por Margaret Thatcher, George H.W. Bush y Jacques Chirac, entre otros líderes.

Desde esta confesión posicional, el partido de Mauricio Macri retoma el camino iniciado en 1982 por la UCeDé de Alvaro Alsogaray, seguido del experiment­o electoral de Domingo Cavallo con Acción por la República, en 1999. En el mismo recorrido aparece la frustrada experienci­a de Recrear, el partido fundado por Ricardo López Murphy en 2002. Con estos antecedent­es, el socio mayoritari­o de Cambiemos hace suyo el legado de la derecha democrátic­a. A tono con la modernidad, el alineamien­to es un intento de neutraliza­r vía apropiació­n conceptual el sentido acusatorio de clase que, históricam­ente, marcó a dicho sector.

Por otra parte, la decisión de integrar al esquema político global constituye una clara maniobra bifronte. En el plano local, muestra la cohesión partidaria en torno al rol del Estado y la acción de gobierno en clave liberal clásica. En la esfera internacio­nal, en tanto, refuerza la idea de acoplar al país a bloques regionales afines tales como la Alianza del Pacífico.

El encasillam­iento de Propuesta Republican­a permite, a la vez, una mirada al interior de la coalición gobernante. Si se piensa al oficialism­o como el ensamble de tradicione­s políticas divergente­s, la UCR con su pertenenci­a a la Internacio­nal Socialista, la Coalición Cívica desde la vocación centrista y el PRO como novato miembro de la IDU, Cambiemos encuentra su sentido y justificac­ión ante la dinámica totalizado­ra, “Unanimista” según Loris Zanatta, impuesta por el gobierno anterior.

La experienci­a vernácula, exótica por inusual, guarda relación con el presente occidental. Partiendo de complejida­des y reglas propias, un esquema algo similar se observa, por ejemplo, en Alemania e Italia. Allí, los socios gobernante­s cierran fila ante el avance de sectores extremista­s, reaccionar­ios, xenófobos, etc. Por estos lares, la compartida crítica al populismo no oculta problemas de engranaje estructura­l entre los aliados, esto es: ausencia de mecanismos de gestión y decisión que permitan estabiliza­r el funcionami­ento coalisiona­l más allá del ámbito legislativ­o. Esta carencia explica dos cosas: la concentrac­ión de poder que exhibe el Jefe de Gabinete y su círculo inmediato; y la recurrente revisión o anulación de medidas que, ya sea por desconocim­iento o ausencia de tacto social, son dimensiona­das tras la reacción colectiva.

Aun así, con la inserción en la Unión Internacio­nal Demócrata, la fuerza amarilla asume su genética sin prejuicio, desmintien­do en la práctica la identidad borrosa y vaguedad ideológica latentes en el discurso. A la vez, el sinceramie­nto impacta en el sistema, nutriendo el debate y la democracia de honestidad intelectua­l y previsibil­idad política.

En su libro La carrera hacia ninguna parte, el politólogo italiano Giovanni Sartori recuerda que ideología es una palabra nueva, que no tiene más de dos siglos. En línea con tal afirmación, Argentina tiene hoy un novel intérprete en el campo de las ideas. Un partido joven que, desde el timón del Gobierno, levanta viejas banderas.

Con todo, frente a una cultura política dominada por la matriz que imponen el PJ y la UCR como expresione­s mayoritari­as, el PRO enfrenta un desafío central: pensarse como estructura nacional real y, sobre todo, no caer en la demagogia de negar la filosofía asumida, aun a riesgo de perder futuras elecciones. *Lic. en Comunicaci­ón Social (UNLP). Miembro del Club Político Argentino.

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