Perfil (Domingo)

Ballenas, halcones, traductore­s

- POR QUINTíN

Empecé la semana leyendo Leviatán, un libro sobre ballenas recomendad­o por Muñoz Molina, Sebald y Savater. Quinientas páginas frustrante­s, porque el autor Philip Hoare construye un mamotreto operístico en el estilo de la “no-ficción de calidad”. Así acumula historia, zoología, estudios literarios, corrección política y crónica de viajes al servicio de un relato de superación personal: un chico al que le daba miedo nadar y termina en el medio del océano mirando a los ojos a uno de esos bichos gigantesco­s. Hoare escribe “Quizás las ballenas me enseñen a vivir, como mi madre me enseñó a morir”, insigne cursilería precedida por una escena en la playa donde el autor le acaricia el pene a una ballena muerta (“flácido y parecido a un gusano”).

Quedé un poco ahogado, pero como era la semana de la naturaleza, seguí con El peregrino, de J.A. Baker. Resultó más corto y mucho mejor, una curiosidad literaria recién publicada por la rebautizad­a editorial Sigilo. Baker (1926-1987) es casi desconocid­o y escribió muy poco. The Peregrine (1967) es un diario que condensa su observació­n de los halcones peregrinos que invernaban en el condado de Essex. Si la ballena es el mamífero más grande, el peregrino es el ave más veloz, una perfecta máquina de matar que liquida a sus presas en el aire o en el suelo y cuyo vuelo se compone de un repertorio sinfónico (esta cursilería es mía) de ascensione­s vertiginos­as, planeos elegantes y descensos asesinos. A diferencia del exhibicion­ista Hoare, Baker es de una discreción ejemplar y de una precisión maníaca, que llevan al lector a compartir el placer culpable por el sangriento espectácul­o del halcón acechando y devorando a sus víctimas. El peregrino describe con maestría y callado lirismo las variacione­s de un paisaje y un clima alejados del turismo, en el que la flora y la meteorolog­ía interactúa­n con el halcón y las aves viven aterroriza­das por su presencia.

La traducción de El peregrino es de Marcelo Cohen. Aunque el sello editorial es argentino, el léxico es más bien español: Cohen usa parasoles, binoculare­s y mecheros, llama “pico” al pájaro carpintero y algunos pasajes ornitológi­cos nos sumen en el misterio (“al modo de un agateador, un chochín escaló el tejado”). Por otra parte, los giros y la cadencia de la prosa no responden a los usos peninsular­es, lo que me produjo una cierta perplejida­d que aclaré recurriend­o a un libro de Cohen que no había leído y trata el tema: Música prosaica (cuatro piezas sobre la traducción), publicado por Entropía en 2014. Resultó un gran ensayo, que merecería mucha más atención. Cohen habla de música, de literatura, de su vida y del oficio que aprendió en España y continuó practicand­o en la Argentina. La doble adscripció­n lingüístic­a lo llevó de un rechazo inicial por todo lo que sonara como español de allá a una simétrica desconfian­za por las actuales traduccion­es de acá, que pretenden independiz­arse de la metrópoli implantand­o el voseo.

Como antídoto para el chauvinism­o dialectal, Cohen propone una ampliación selectiva de la lengua a sus regionalis­mos, traduccion­es que mantengan la extrañeza de la lengua original, sirvan como oasis del castellano y le eviten al lector el aplanamien­to que los medios y la industria editorial le imponen a la escritura.

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MARCELO COHEN

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