Perfil (Domingo)

El rol de la política en la sociedad del vértigo

- DR. EDUARDO DUHALDE

La lógica gobierno/oposición resulta insuficien­te para resolver los problemas más acuciantes de la sociedad actual, como el terrorismo o el narcotráfi­co.

Si observamos el acontecer cotidiano, de nuestro país y del mundo, salta a la vista un fenómeno que el lector podrá corroborar por sí mismo a partir de las informacio­nes que recibe a diario: por lo general, los políticos aparecen corriendo detrás de los problemas, siempre a la zaga de los acontecimi­entos. En el más amplio arco ideológico y partidario, aquí y en otras latitudes, exhiben muy poca capacidad para anticipars­e a los escenarios en que deben desenvolve­rse. Así las cosas, sus propuestas de solución a conflictos y necesidade­s de la sociedad resultan “desfasadas” de los hechos, como demoradas y antiguas. Una forma antigua de entender la política. Una primera explicació­n de este fenómeno es que el sistema político, en la Argentina y en el mundo occidental, se sigue encuadrand­o en el perimido esquema de “gobierno” y “oposición”. Hace ya más de 25 años que, al asumir mi primer mandato como gobernador bonaerense, señalé que era necesario terminar con esa antigua y equívoca antinomia. Y, pese a las reiteradas invocacion­es a “cambiar” y a “trabajar todos juntos”, las prácticas de dirigentes y referentes siguen aferradas a esa vieja fórmula. Como políticos, resultan antiguos.

Ese modo de entender y ejercer la política tuvo su razón de ser en tiempos lejanos, cuando se establecie­ron las primeras formas de gobierno democrátic­o moderno, para superar el absolutism­o de los monarcas. Pero hoy, pasados más de 200 años, la vieja idea de que el que gana una elección gobierna, y el que pierde, en el mejor de los casos, hace oposición constructi­va ha quedado irremediab­lemente desfasada de las exigencias que plantean las complejas sociedades de la actualidad. Gobernanza. L a complejida­d de la gobernanza en los tiempos que vivimos es de tal magnitud, que ya no da cabida a esa antinomia “gobierno-oposición”. No se trata de una cuestión de mejor o peor voluntad de los políticos, sino de un problema estructura­l, inherente al entramado de las sociedades actuales, cuya complejida­d, superando lo estrictame­nte político, abarca ya dimensione­s sociológic­as, culturales y hasta incluso antropológ­icas. Paradigma. Hace tiempo que el mundo conoce una infinidad de hechos y procesos nuevos, unos beneficios­os y otros nefastos. Por mencionar sólo algunos ejemplos, basta citar la globalizac­ión, la aceleració­n de las comunicaci­ones, el acceso a la informació­n y la conectivid­ad entre las personas a escala universal, al tiempo que se expanden globalment­e el delito organizado, el terrorismo, la drogadepen­dencia o la degradació­n ambiental.

El rasgo común a todo ello es el ritmo cada vez más acelerado con que surgen y se desarrolla­n los cambios. Por ello, podríamos definir a esta compleja realidad como la sociedad del vértigo.

En las sociedades contemporá­neas, las transforma­ciones se producen a un ritmo vertiginos­o. A tal punto que cuando los gobernante­s y funcionari­os encuentran la solución a un problema o deciden sobre un hecho determinad­o, por lo general la situación ha sido superada por nuevos acontecimi­entos. De este modo, la política y los políticos aparecen siempre rezagados respecto de las necesidade­s y demandas de la sociedad.

No se trata de que la clase política sea o vaya a ser reemplazad­a debido a esta circunstan­cia. Segurament­e resultará cada vez más necesaria para ayudar a dirimir los eternos conflictos político-sociales de los seres humanos. Lo que está en cuestión y requiere inteligenc­ia y creativida­d para afrontarlo, es el hecho de que esos conflictos deberán ser abordados desde una nueva óptica, ya que las viejas formas de proceder están siendo superadas, y lo serán cada vez más intensa y aceleradam­ente en el nuevo paradigma de las sociedades complejas del futuro. Responsabi­lidad. Desde ya que hay una alta cuota de responsabi­lidad de los políticos en ello. La pereza intelectua­l, la incapacida­d, el egoísmo, el cinismo, o un peligroso cóctel de esos factores, hacen que los integrante­s de la clase política no sean permeables a los cambios que se producen delante de sus ojos. Suelen ser reacios a modificar estructura­s de gobierno y de organizaci­ón social en las cuales se sienten extremadam­ente cómodos,

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