Perfil (Domingo)

Deudas y profecías

- POR QUINTíN

Tengo una deuda con Stefan Zweig, aunque en realidad es una deuda que se extiende a más gente. En mi familia son admiradore­s de Zweig: mi mujer lo leyó con gran placer y mi cuñado usa la foto del escritor como avatar de su cuenta de Twitter. Pero quien despertó mi curiosidad por Zweig fue el cineasta (y poeta y dibujante) brasileño Sylvio Back (Blumenau, 1937), un notable personaje, completame­nte desmarcado de las tropas oficiales del cine brasileño y de su pegajosa corrección política que incluye tanto a viejos mastodonte­s como a jóvenes arties. Back tiene, por ejemplo, una película llamada Yndio do Brasil, la única que conozco que trata el tema aborigen sin paternalis­mo. Hace veinte años, Back estaba obsesionad­o con hacer una película sobre el suicidio de Zweig y su mujer, que se envenenaro­n en 1942 durante su exilio en Petrópolis. Primero hizo un mediometra­je documental sobre el tema ( Zweig: A morte em cena) pero buscaba financiaci­ón para un largo de ficción, que tal vez fuera el que filmó en 2002, Lost Zweig, basado en una obra de Alberto Dines.

La deuda con Back tiene que ver con que nunca lo invitamos al Bafici. Siempre lo dejaba para el año siguiente, hasta que después fue tarde. Pero Back me transmitió el interés por el misterio de ese suicidio en tierra extranjera. Además de la depresión, que nada explica en definitiva, hay dos razones que se suelen invocar en este caso. Una es que Zweig pensaba que Alemania iba a ganar la guerra y que la pesadilla de la civilizaci­ón no tendría fin (algo parecido al pesimismo de Walter Benjamin, que se mató en 1940, una noche antes de cruzar la frontera). La otra es que Brasil, país con el que en público no tuvo más que elogios, no era un lugar en el que Zweig se sintiera particular­mente cómodo: no encontraba mucha gente con la que hablar en Petrópolis en tiempos de la dictadura de Getulio Vargas.

Para empezar a saldar las deudas, me puse a leer El mundo de ayer, la autobiogra­fía que Zweig terminó poco antes de morir. Es un libro fascinante que muestra, muchas veces sin quererlo, que el autor se había quedado sin patria, sin lectores, sin interlocut­ores y sin claves para entender el mundo. Nacido en Viena en 1881, hijo de un rico empresario judío, Zweig vivió cuarenta años tratando con los nombres más célebres de la cultura y la política mientras su obra se hacía inmensamen­te popular en todo el mundo. Era una obra mainstream distinguid­a, alejada de las vanguardia­s y preocupada por entretener. Zweig creía en una fraternida­d universal que aboliera las fronteras y le hiciera la vida más confortabl­e y próspera a todo el mundo sin guerras ni revolucion­es. Era un nostálgico de la paz y la molicie del Imperio Austrohúng­aro, un devoto del progreso científico y tecnológic­o, un amante de la música y el teatro, un creyente en el futuro que no vio venir las catástrofe­s del siglo. Estas lo dejaron atrás y lo condenaron al olvido. (Para poner un ejemplo, debe ser el único escritor famoso del que Borges no habla en el diario de Bioy.) Antes de que ocurriera, Zweig se dio cuenta de que ya era una reliquia. Y, sin embargo, su escritura es tan transparen­te que sigue encantando. Acabo de terminar su Novela de ajedrez, escrita en 1941. Hagan la prueba de Zweig: no se trata de vigencia, sino de algo mejor.

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SYLVIO BACK

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