Perfil (Domingo)

Amores perdidos

- SERGIO SINAY*

Entrevista­do en la revista de La Nación, Jorge Valdano, siempre tan claro para el fútbol como para la vida, señaló que en la Argentina se perdió algo que era caracterís­tico y propio: el amor a la pelota. Otros países, dice, que antes nos envidiaban ese amor, nos lo han robado. Y nosotros, se puede agregar, observamos por la ventana televisiva cómo esos otros disfrutan de aquel antiguo amor. El obsceno mamarracho que mantuvo paralizado al fútbol durante casi tres meses, al cabo de los cuales andará con muletas sólo hasta el descalabro final, es una muestra grotesca de la pérdida de ese amor. Otras evidencias sobran cada fin de semana en cada cancha, adentro y afuera del campo de juego.

No es el único amor perdido. A la luz de los hechos cabe preguntars­e si los docentes que obedecen a un dirigente que, en la práctica (no en los certificad­os, que en la Argentina siempre se consiguen) alcanzó como máximo el grado de preceptor y que juega su propio y burdo partido personal, no perdieron el amor a la enseñanza. Más allá de que su profesión cayó en picada en salarios y en la valoración social, gran parte de ellos suelen ser más rápidos para sumar horas de supuesta capacitaci­ón que para permanecer en las aulas. Y cuesta recordar que se hayan movilizado con el mismo ardor y virulencia reclamando una mejor educación, que se hayan rebelado contra el desplome de la función educativa de las escuelas, o contra la violencia que padres y alumnos suelen ejercer contra ellos.

Ni hablar del amor perdido hacia la educación real, formativa, capacitado­ra, transmisor­a de valores y recursos para la construcci­ón de vidas con sentido que demuestran, en todos los gobiernos, no sólo los funcionari­os del área, sino los propios gobernante­s. Complicado­s en la creación de estadístic­as distractor­as (que ya no engañan a nadie), de presuntos avances tecnológic­os carentes de sustancia y de visión, como llenar de celulares y computador­as aulas que son cáscaras vacías, o enredados en miserables rencillas (o contuberni­os según el caso) políticas con los gremialist­as, es imposible esperar de ellos alguna preocupaci­ón real por lo que la educación significa. Deprime pensar en Sarmiento (más allá de las infaltable­s discusione­s criollas sobre su figura) y su visión hoy dilapidada. También aquí miramos desde afuera cómo otros educan de verdad (así les va y así nos va).

Hay que decir que el amor a la educación se empieza a perder también desde el hogar, cuando se mira la escuela como un depósito, una guardería o una playa de estacionam­iento de los hijos y no hay la menor presión y reclamo desde las familias para exigir a docentes y gobernante­s que dejen de dinamitar el futuro, olvidando por completo a los estudiante­s o usándolos como escudos humanos.

La enumeració­n de amores perdidos por mano propia podría resultar interminab­le e incluye el amor al trabajo como experienci­a, que más allá de ser un recurso de superviven­cia económica, es un factor esencial en la confirmaci­ón de la identidad, en la búsqueda del valor de la propia existencia, en la construcci­ón de comunidade­s, en la afirmación de valores morales y, en definitiva, en la posibilida­d de confirmars­e como humano. Al menos tres generacion­es perdieron contacto con ese amor (y ese orgullo) y no siempre vale la excusa automática y rápida de que “no hay oportunida­des”. Abundan las historias personales en que aquellas no existían pero la voluntad de vivir con sentido las creó.

Hasta se podría mencionar, entre tantos, al amor perdido por la política como la más bella de las artes (Aristótele­s dixit) cuando se ejerce poniendo los dones propios al servicio del bien común, de la construcci­ón de visiones convocante­s que toman a la diversidad como fertilizan­te, y de la generación de condicione­s para articular comunidade­s en las que vivir tenga un sentido contagioso. Sin ese amor, los políticos y gobernante­s son apenas mediocres amantes (a menudo, de lo ajeno).

El historiado­r romano Cayo Cornelio Tácito decía en el siglo I: “Ama y haz lo que quieras”. Pero cuando no amas harás cualquier cosa. Y ninguna buena. *Escritor y periodista.

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TELAM ROBERTO BARADEL. Gremialist­a que juega su propio juego y burdo partido personal.

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