Perfil (Domingo)

De Holanda con amor

El caso holandés puede ser una enseñanza para el Gobierno y el electorado de argentina. recta final.

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Holanda votó y puede decirse, sin exagerar demasiado, que el resultado de la elección salvó a Europa. Holanda es una sociedad dividida, como la nuestra; su gobierno es débil, debe gobernar en minoría; también allá la coalición ganadora es votada menos por lo que propone que por representa­r una alternativ­a a la opción rechazada por la mayoría. Una ola de demandas nacionalis­tas, xenófobas y populistas está recorriend­o el mundo y cala hondo en los países más desarrolla­dos. Holanda parecía ser uno de esos lugares donde la ola es imparable; de ahí el alivio que muchos experiment­an por el resultado de la votación. Para la parte de la población más pro europea, políticame­nte más liberal, que se siente parte del mundo global, la elección holandesa es un alivio tranquiliz­ador. El triunfo del primer ministro Rutte posiblemen­te sea también bueno para nuestro país, en estos tiempos en que estamos apostando a una mejor inserción internacio­nal y a un mundo más y mejor integrado. La elección en Holanda, el miércoles 15, es un obsequio caído del cielo que debemos aceptar con gratitud.

En tanto, la política argentina parece una carrera con obstáculos que está entrando a una recta final. La carrera se da en varios planos. En uno de ellos, el de la política, el gobierno actúa fiel a su estilo alejado de las pautas habituales de la política argentina. Entre sus fortalezas se encuentra una vocación negociador­a que aplica con esmero, sin perder casi nunca la calma. Cuenta además con la simpatía de buena parte del planeta.

Pero también exhibe debilidade­s. Entre ellas sobresalen la falta de resultados en la gestión económica y la sucesión continua de focos de conflictos de intereses. Son dos frentes complicado­s, y por supuesto también ante ellos se divide la opinión del país. En el plano de la gestión, el Gobierno paga un precio más alto del necesario por haber sobreprome­tido resultados cuando después es él mismo el que apela a justificat­ivos no blanqueado­s de entrada, como la situación económica heredada.

La sociedad se divide en una fracción complacien­te, que contempla las dificultad­es y subraya las buenas intencione­s del Gobierno, y una fracción impaciente y cada vez más enojada. En esto, los indicadore­s de opinión pública son claros: la gestión del presidente Macri atravesó una fase inicial, de luna de miel, después pasó por una fase de estabiliza­ción y ahora se encuentra en una de declinació­n – moderada, pero palpable–. En esta recta final, cuya meta es la próxima elección legislativ­a, el Gobierno necesita entrar lo más pronto posible a una fase de recuperaci­ón de las expectativ­as y de la confianza que recoge en la sociedad. Qué se busca. Detrás de la división entre los complacien­tes y los impaciente­s radica un problema de la Argentina: no hay un consenso social acerca del perfil del orden económico que se busca. En términos de enunciados muy generales, la mayoría está de acuerdo: ¿quién puede no aspirar a más crecimient­o con menos inflación, menos gasto y bajos niveles de pobreza? Pero cuando se traducen esos símbolos a propuestas de políticas públicas asoman los disensos. Una parte grande de la sociedad, aun cuando acepta discursiva­mente tales propósitos, resiste las medidas conducente­s a un orden económico distinto. Prevalece más bien una lógica de “animémonos y vayan”. Muchos sectores, y muchos habitantes, prefieren un modelo cerrado y una economía protegida El Gobierno se enfrenta a una dificultad conocida en nuestro país: haciendo lo que cree correcto pierde apoyo en la sociedad, y buscando preservar ese apoyo no puede hacer lo que juzga correcto. Es una dificultad política, distinta a la discusión conceptual sobre qué es lo correcto.

Otro plano es el de los conflictos de intereses, que pueden ser englobados en el capítulo de “mal manejo” de la presente gestión. Mal manejo, incompeten­cia, torpezas. Naturalmen­te, los opositores al Gobierno buscan asociar los problemas en este plano a intereses perversos de miembros del Gobierno. Hay mucho ruido, y lo que emerge de él es que el Gobierno necesita mejorar su capacidad de anticipars­e a algunas dificultad­es –al margen de situacione­s consumadas en las que la Justicia debe dirimir–.

Todo eso determinar­á lo que ocurra en el plano electoral en los próximos meses. Nunca es fácil, pero lo es menos aun para un gobierno sin mayoría propia. Son determinan­tes previos a la calidad de las campañas y al ingenio comunicaci­onal de los estrategas, que pueden

inci- dir marginalme­nte. Porque cuando las campañas empiecen, la situación estará en buena medida ya definida, el terreno estará demarcado y muchas chances estarán ya jugadas. Sin soluciones. Sumado a todo eso, está el frente de las organizaci­ones sindicales y sociales, con sus masas de seguidores –en general, muy ruidosos y no tan numerosos, pero dotados de alta capacidad de hacer fuego–. En esto, la Argentina se sigue pareciendo mucho a sí misma. Sindicalis­tas y piqueteros renuevan continuame­nte su capacidad de definir situacione­s por la vía de los hechos, sin aportar soluciones. Desde hace siete décadas este cuadro se reproduce a sí mismo. Soluciones de fondo, impacto de largo plazo, nunca lo hubo; en todo caso, se registra una preocupant­e correlació­n entre ese estilo tan argentino de promover demandas sectoriale­s y sociales y la declinació­n casi continua del país.

Ahora, el Gobierno apela a sus mejores dotes negociador­as. Es parte de esta carrera con obstáculos: alguien saldrá ganando y alguien saldrá perdiendo, sin duda; y se vislumbra que la economía seguirá creciendo poco, la competitiv­idad baja, la inflación alta, el gasto público alto y la educación hecha trizas.

Nada nuevo, por cierto, pero un desafío mayúsculo para un gobierno que fue votado con la idea, que el gobierno comparte, de que algo debe cambiar en el país. En eso consiste el arte de la política: hacer posible lo difícil, articular expectativ­as que pareen incompatib­les, negociar sin perder de vista los propios propósitos. Hay mucho para aprender de Holanda, una sociedad también dividida, también políticame­nte propensa a la inestabili­dad, pero que ha encontrado una fórmula para hacer posible la gobernabil­idad.

Y que exhibe un desempeño sobresalie­nte en muchos indicadore­s económicos, sociales y educaciona­les.

Sociedad dividida, como la nuestra; y un gobierno débil que debe gestionar en minoría

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DIBUJO: PABLO TEMES
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