Muros: además de inútiles, representan la banalidad del mal
El autor, uno de los tres secretarios generales de la CGT, analiza el valor del proyecto del presidente de EE.UU. de crear una pared que separe a su país de México. Un símbolo del totalitarismo sin aportaciones prácticas.
La decisión del presidente Donald Trump de completa r y reforzar el muro en la frontera entre Estados Unidos y México ha levantado un justificado rechazo en muy amplios sectores. No es para menos, ya que se trata de una muestra potenciada de xenofobia que, desde la máxima jerarquía institucional de la nación más poderosa de la Tierra, exacerba los peores sentimientos de odio, rencor e intolerancia que pueda albergar el espíritu humano.
Llama la atención, sin embargo, que en muy pocas declaraciones se mencionen algunos datos relevantes: que la construcción del complejo de vallados, barreras de contención, reflectores, detectores de movimiento, sensores electrónicos y demás parafernalia tecnológica, y custodiado por patrullas dotadas de vehículos todoterreno y helicópteros artillados, comenzó en 1994, bajo la administración de Bill Clinton. Y desde entonces no sólo se mantuvo, sino que en 2005 y 2006 el Congreso norteamericano aprobó medidas para su “perfeccionamiento” y extensión. Desde ya que el decreto firmado por Trump para “amurallar” toda la frontera va mucho más allá en este sentido, pero no olvidemos que el rumbo ya venía trazado desde gobiernos anteriores. Un rumbo que, desgraciadamente, no es privativo de los EE.UU., como puede comprobarse en otras partes del planeta.
Estamos ante una situación en la que, parafraseando la expresión polémica de Hannah Arendt, podríamos hablar de la banalidad del muro. No para restarle gravedad, sino por el contrario, para advertir de qué manera terrible las mayores crueldades y atrocidades contra el prójimo pueden llegar a cometerse y “naturalizarse” como si fuesen triviales cuestiones administrativas, meras decisiones burocráticas. Una triste y larga historia. Hay, desdichadamente, una larguísima historia de muros levantados para separar al “otro”, al “extranjero”, al “extraño”, visto como enemigo y como una amenaza que se debe excluir y alejar.
Para la gente de mi generación, por muchas décadas el tristemente famoso e infame Muro de Berlín fue el símbolo de un tiempo de vergüenza para toda la humanidad. Con una longitud de 155 kilómetros, partía en dos el corazón de A lemania. Un cerco de alambre y concreto de 3 a 4 metros de altura, con más de 300 torres de observación, 22 búnkeres y zanjas de 5 metros de profundidad pretendían separar al “mundo libre” del “paraíso socialista”. Levantado en 1961 por orden de las autoridades soviéticas, finalmente, el 10 de noviembre de 1989 miles de ciudadanos traspasaron la frontera sin pedir permiso a nadie, mientras otros derribaban el odiado obstáculo. Detrás quedaban 80 víctimas fatales, 118 heridos de bala, más de 5.000 refugiados que lograron saltar o pasar por debajo y otros 3.200 detenidos o capturados en el intento.
Muchísimos siglos antes, en Sigue en Pág. 70