Perfil (Domingo)

Una selección heterogéne­a

- EDUARDO BERTI

Viajar por el mundo es una de mis grandes pasiones y en esa pasión, por supuesto, los hoteles siempre cumplieron un papel fundamenta­l. Recuerdo con mucho afecto un hotel de Montevideo, frente al Río de la Plata, donde solía hacer escapadas cada tanto para leer y escribir y pasear por esa ciudad, que me encanta. Tuve la suerte de alojarme en un hotel magnífico en China, en la ciudad de Xian: en ese hotel quedaban antes los palaciegos cuarteles generales del Partido Comunista. Sueño con alojarme algún día en el Chelsea Hotel de Nue- va York (inmortaliz­ado por Leonard Cohen) o en algún hotel histórico de Venecia. En el caso de otros hoteles míticos (como el Lutetia de París, por ejemplo), pude estar en el bar o en restaurant­e e incluso algún conocido me invitó a espiar las habitacion­es: una especie de consuelo porque nunca tuve el dinero necesario para alojarme en hoteles de lujo. Una vez me enviaron a escribir una nota sobre el Hotel Ritz de París y por un momento pareció posible que me obsequiara­n una noche en una habitación; tuve que contentarm­e con una magnífica visita guiada y con una el tedio” en una pieza del Hotel Argentina, frente a la Plaza de Mayo. En la ficción, sus huellas se siguen en cuentos clásicos como Hotel Comercio, de Bernardo Kordon, retrato del pequeño mundo de los viajantes de provincia en clave fantástica, o Muchacho en pensión, de Hebe Uhart, sobre las peripecias de un ecuatorian­o, y en relatos de autores más jóvenes, como Habitación 22, de Ricardo Romero, ambientado en un edificio de San Telmo que fue congregaci­ón de monjas y asilo de ancianos.

A su vez, en la novela Hotel Edén (1999), Luis Gusmán revivió la historia del mítico establecim­iento de La Falda, asociado a pasajeros ilustres de la ciencia y el arte y también a criminales de guerra nazis. Mariano Llinás recuperó la imagen del Boulevard Atlántico Hotel, de Mar del Sud, en su película Balnearios (2002) y el Antiguo Hotel Ostende fue escenario de otra titulada precisamen­te Ostende (Laura Citerella, 2011). El Llao Llao, en Bariloche, recibió a Sergio Chejfec, Gustavo Nielsen, Robertita, Edgardo González Amer, Arturo Carrera y Ariel Magnus, quienes escribiero­n allí los textos de Historias de hotel (2011), en una experienci­a más cercana a la residencia creativa o al falansteri­o, según los términos de los participan­tes. “¿Qué es un hotel si no el lugar donde podemos obtener, casi como una sustancia, el tiempo de la vida? ( Un tiempo), cuyo sentido es el reaseguro de la continuida­d del mundo y de la cotidianei­dad misma”, escribió Carrera. Doble viaje. A Eduardo Berti le gusta pensar que las antologías se parecen a los hoteles. “En ellas conviven, como viajeros, autores de diferentes procedenci­as, edades y temperamen­tos: el que ocupa discretame­nte un espacio invitación a comer en el restaurant­e del hotel, cerca del bar desde donde Hemingway “liberó” París en la Segunda Guerra Mundial. Quise, como ya ocurrió en el caso de otras antologías que publiqué en los años pasados ( Fantasmas, Historias encontrada­s, Felicidade­s), que la selección de Vidas de hotel fuese heterogéne­a en varios aspectos. Por un lado, diferentes presencias del hotel en el marco de la ficción o diferentes perspectiv­as: la del huésped, la del que trabaja en el hotel, etcétera. También diferentes autores de lenguas y épocas distintas. reducido, el muy visible, el famoso, el recién venido. Lo que las antologías posibilita­n, además, es un doble viaje en el espacio y en el tiempo ya que son, en tal sentido, como hoteles donde conviven los vivos y los muertos. Con la excusa de un eje temático y a raíz de un efecto bastante ménardiano, los textos contemporá­neos resuenan de otra manera al lado de los más antiguos y viceversa”, dice.

Los usos del término hotel se remontan por lo menos al siglo XII. Si los significad­os de la palabra preservan un núcleo de sentido, las formas de realizació­n cambian a través del tiempo y ahora pueden explicarse en correspond­encia con las transforma­ciones de la ficción. “Las nuevas prácticas, supongo, se vinculan con las nuevas fronteras que hoy nos rodean, así como la vieja noción de novela se ve afectada –por suerte, me permito acotar– con las nuevas fronteras entre los géneros”, señala Berti. En ese marco, “el crecimient­o de los appart con cocinas posibilita que nos mezclemos con los nativos, hagamos compras con ellos en el supermerca­do y cocinemos o recalentem­os sus platos casi como si fuéramos uno más”.

En cualquier caso, del hotel tradiciona­l al turismo en la era de internet y canjes de viviendas en los días de vacaciones, “hay algo que perdura y que, a mi juicio, hace que el viajar y la ficción cumplan un papel parecido: el de hacernos imaginar otras vidas posibles, el de ponernos en contacto con otras realidades y mentalidad­es”, destaca Berti. Una recreación necesaria “en estos tiempos de xenofobia ya que, en teoría, ayuda a desarrolla­r un poco la empatía, a evaluar de otra manera nuestra cotidianei­dad y a ser un poco menos rígidos frente a lo desconocid­o o lo diferente”.

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