Una selección heterogénea
Viajar por el mundo es una de mis grandes pasiones y en esa pasión, por supuesto, los hoteles siempre cumplieron un papel fundamental. Recuerdo con mucho afecto un hotel de Montevideo, frente al Río de la Plata, donde solía hacer escapadas cada tanto para leer y escribir y pasear por esa ciudad, que me encanta. Tuve la suerte de alojarme en un hotel magnífico en China, en la ciudad de Xian: en ese hotel quedaban antes los palaciegos cuarteles generales del Partido Comunista. Sueño con alojarme algún día en el Chelsea Hotel de Nue- va York (inmortalizado por Leonard Cohen) o en algún hotel histórico de Venecia. En el caso de otros hoteles míticos (como el Lutetia de París, por ejemplo), pude estar en el bar o en restaurante e incluso algún conocido me invitó a espiar las habitaciones: una especie de consuelo porque nunca tuve el dinero necesario para alojarme en hoteles de lujo. Una vez me enviaron a escribir una nota sobre el Hotel Ritz de París y por un momento pareció posible que me obsequiaran una noche en una habitación; tuve que contentarme con una magnífica visita guiada y con una el tedio” en una pieza del Hotel Argentina, frente a la Plaza de Mayo. En la ficción, sus huellas se siguen en cuentos clásicos como Hotel Comercio, de Bernardo Kordon, retrato del pequeño mundo de los viajantes de provincia en clave fantástica, o Muchacho en pensión, de Hebe Uhart, sobre las peripecias de un ecuatoriano, y en relatos de autores más jóvenes, como Habitación 22, de Ricardo Romero, ambientado en un edificio de San Telmo que fue congregación de monjas y asilo de ancianos.
A su vez, en la novela Hotel Edén (1999), Luis Gusmán revivió la historia del mítico establecimiento de La Falda, asociado a pasajeros ilustres de la ciencia y el arte y también a criminales de guerra nazis. Mariano Llinás recuperó la imagen del Boulevard Atlántico Hotel, de Mar del Sud, en su película Balnearios (2002) y el Antiguo Hotel Ostende fue escenario de otra titulada precisamente Ostende (Laura Citerella, 2011). El Llao Llao, en Bariloche, recibió a Sergio Chejfec, Gustavo Nielsen, Robertita, Edgardo González Amer, Arturo Carrera y Ariel Magnus, quienes escribieron allí los textos de Historias de hotel (2011), en una experiencia más cercana a la residencia creativa o al falansterio, según los términos de los participantes. “¿Qué es un hotel si no el lugar donde podemos obtener, casi como una sustancia, el tiempo de la vida? ( Un tiempo), cuyo sentido es el reaseguro de la continuidad del mundo y de la cotidianeidad misma”, escribió Carrera. Doble viaje. A Eduardo Berti le gusta pensar que las antologías se parecen a los hoteles. “En ellas conviven, como viajeros, autores de diferentes procedencias, edades y temperamentos: el que ocupa discretamente un espacio invitación a comer en el restaurante del hotel, cerca del bar desde donde Hemingway “liberó” París en la Segunda Guerra Mundial. Quise, como ya ocurrió en el caso de otras antologías que publiqué en los años pasados ( Fantasmas, Historias encontradas, Felicidades), que la selección de Vidas de hotel fuese heterogénea en varios aspectos. Por un lado, diferentes presencias del hotel en el marco de la ficción o diferentes perspectivas: la del huésped, la del que trabaja en el hotel, etcétera. También diferentes autores de lenguas y épocas distintas. reducido, el muy visible, el famoso, el recién venido. Lo que las antologías posibilitan, además, es un doble viaje en el espacio y en el tiempo ya que son, en tal sentido, como hoteles donde conviven los vivos y los muertos. Con la excusa de un eje temático y a raíz de un efecto bastante ménardiano, los textos contemporáneos resuenan de otra manera al lado de los más antiguos y viceversa”, dice.
Los usos del término hotel se remontan por lo menos al siglo XII. Si los significados de la palabra preservan un núcleo de sentido, las formas de realización cambian a través del tiempo y ahora pueden explicarse en correspondencia con las transformaciones de la ficción. “Las nuevas prácticas, supongo, se vinculan con las nuevas fronteras que hoy nos rodean, así como la vieja noción de novela se ve afectada –por suerte, me permito acotar– con las nuevas fronteras entre los géneros”, señala Berti. En ese marco, “el crecimiento de los appart con cocinas posibilita que nos mezclemos con los nativos, hagamos compras con ellos en el supermercado y cocinemos o recalentemos sus platos casi como si fuéramos uno más”.
En cualquier caso, del hotel tradicional al turismo en la era de internet y canjes de viviendas en los días de vacaciones, “hay algo que perdura y que, a mi juicio, hace que el viajar y la ficción cumplan un papel parecido: el de hacernos imaginar otras vidas posibles, el de ponernos en contacto con otras realidades y mentalidades”, destaca Berti. Una recreación necesaria “en estos tiempos de xenofobia ya que, en teoría, ayuda a desarrollar un poco la empatía, a evaluar de otra manera nuestra cotidianeidad y a ser un poco menos rígidos frente a lo desconocido o lo diferente”.