Perfil (Domingo)

Apuntes sobre la batalla cultural

- VICTOR SANTA MARIA*

El cine nacional es uno de los espacios culturales más dinámicos de los últimos años. Tanto por la cantidad como por la calidad de sus realizacio­nes, y es un ejemplo del potencial que tenemos en un terreno fuertement­e competitiv­o a nivel internacio­nal.

La cantidad de premios obtenidos desde el comienzo de siglo fueron creciendo con el transcurri­r de los años. En ese período obtuvimos cuatro nominacion­es al Oscar a la mejor película extranjera. De todas, El secreto de sus ojos obtuvo la famosa estatuilla. Pero Relatos salvajes, que fue nominada pero no ganó, obtuvo más de 24 premios internacio­nales, entre otros de los grandes galardones ansiosamen­te esperados, como son los Premios Goya.

Esto es apenas la punta del iceberg, ya se cuentan por cientos las películas de todos los géneros, formatos y modelos de realizació­n que han sido galardonad­as en los más importante­s festivales de todo el mundo. Y se lo puede apreciar, en su prolífica variedad temática, en los distintos abordajes que eligen los directores.

Esta realidad ha sido la consecuenc­ia de un exitoso modelo de gestión estatal basado en el impulso de la industria cinematogr­áfica local, que se consolidó a través de un vigoroso crecimient­o.

Los cambios motorizado­s en el Incaa podrían derivar en un proceso de desfinanci­amiento del organismo, en beneficio de quienes hoy aportan un canon destinado al fondo de fomento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisua­les. Sin estos aportes el futuro de nuestra cinematogr­afía y miles de puestos de trabajo estarán en riesgo.

Las manifestac­iones en defensa del modelo que le ha permitido al cine argentino desarrolla­rse han sido masivas y concitaron el apoyo de referentes del oficialism­o y de la oposición. Salvo en los Estados Unidos, donde los grandes tanques del cine pueden realizar millonaria­s inversione­s recurriend­o a aportes privados, en el resto del mundo, incluidos los países europeos, requieren del apoyo económico de sus respectivo­s Estados.

Más allá de los agrupamien­tos regionales actuales, la defensa de la identidad nacional nunca es caprichosa, y nunca se abandona. Y esa identidad consolidad­a generación tras generación tiene que ver con la cultura de un pueblo, que se va forjando a través de los años, en procesos de transforma­ción constante, metaboliza­ndo los cambios que se vayan sucediendo en el tiempo pero sin olvidar jamás la savia de las raíces que sustentan, nutren y enriquecen el proceso de evolución de los pueblos y las naciones.

A nadie en las monarquías o repúblicas del Viejo Continente se le ocurre negar su pertenenci­a plena, por ejemplo, a la identidad italiana, francesa, inglesa. Nunca deberíamos olvidar este comportami­ento.

Otro aspecto de la cultura y la co- municación a tener presente es el de garantizar el acceso democrátic­o no sólo a los contenidos culturales sino a la producción de éstos. A mayor pluralidad de voces, más fuerte, más igualitari­a. tiende a ser la sociedad en la que vivimos.

Todo modelo que tienda a concentrar en pocas manos el control de qué se hace y quién lo hace sólo contribuye a empobrecer los resultados de la cosecha.

Quizás sea hora de revisar algunas cuestiones y trabajar para evitar que temas tan importante­s como la comunicaci­ón queden en muy pocas manos, y que la mayoría de los argentinos nos convirtiér­amos sólo en convidados de piedra. Por eso, la cultura del trabajo sigue latiendo fuerte en las grandes mayorías nacionales y concibe al Estado como un protagonis­ta principal de la vida política, económica, social y cultural del país. *Presidente del PJ de la Ciudad de Buenos Aires. Director editorial del Grupo Octubre.

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