Vida y muerte del poema
Las relaciones entre la gente y la poesía producen un doble fenómeno: por un lado, de resistencia frente a los temores y los riesgos que el poema supone; por otro, el desconocimiento. El rechazo es de carácter psicológico, el desconocimiento, de índole social. Desconocer en este caso es no reconocer el hijo, no sentirse expresado, hecho que no está propiciado por la crueldad sino por las circunstancias.
La gente, y esto no es nuevo, vive la época de la propaganda; todo el mundo trata de vender al otro algún producto en nuestro mundo: un jabón, una salida electoral, una mujer, una forma de convivencia, un estilo de vida. Es lo que se ha dado en llamar el imperativo comercial de nuestra época. Y para vender un producto o muchos hay que buscar aspectos exteriores comunes, nivelar por abajo, mediatizar. Se logra, o se tiende, a lo que Marx llamaba la enajenación del hombre a su ser genérico. Así el jingle, la locutora, el gag publicitario, la indagación en las reacciones de la gente, en sus necesidades. Estas técnicas, y no es nuevo señalarlo, no tienden a solucionarle problemas sino a encajarle cosas, sustituirle necesidades, inventarle nuevas. Esto dispone una configuración cultural donde evidentemente no tiene lugar la poesía; la poesía no es vendedora, es hija más bien de la subversión, y esto no hace posible la consolidación de una comunidad consumidora, pasiva, gregaria, como requieren las ventas y el espíritu que las anima. Quien lee un poema no está ingiriendo un producto, un lema, una consigna. Está participando de un juego dialéctico. Se está comunicando; y por esta conveniencia o por imposición, la incomunicación es el signo de nuestra época. Entonces, si la comunicación está en crisis, cómo no iba a estarlo la poesía, que es también un medio para la comunicación. En efecto, la gente no lee poesía, en la medida en que tampoco se comunica: un hombre con su mujer, éstos con sus hijos. La amistad también, y por estas razones está en crisis: somos una larga y aburrida caravana de hombres herméticos, enrarecidos. Nº 13, marzo-abril de 1964