VENEZUELA HOY
El sistema populista es normalmente el hijo espurio de la prosperidad. Generalmente crece en el momento en que existe alguna bonanza y que ésta llegó a algún lado; por ejemplo, el petróleo en Venezuela o la expansión exportadora de las commodities en la Argentina. Eso genera una gran distribución; como consecuencia, popularidad, que llega a transformarse en populismo cuando rebasa las instituciones. En síntesis; se basa principalmente en una cierta legitimidad de origen, luego se desborda y pasa a ser una ilegitimidad. Esto lo conocemos bien en nuestro país, como también en América Latina. El ejemplo más claro, Venezuela: Chávez, electo en su momento, transformó el chavismo en una aberración antidemocrática y en una expresión casi patológica del populismo. La diferencia de este sistema en Venezuela es distinta a la que por ejemplo existió en nuestro país, y muy particular, porque no sólo afectó a los populistas constitutivos sino también a los demócratas cabales. El petróleo suele ser corrupto, significa mucho dinero y da poco trabajo. Nuestro país no ha dependido de un producto, es otro mundo. Venezuela era, de alguna manera, el país del despilfarro, los ricos no pagaban impuestos y los pobres no trabajaban, todo se afrontaba con la renta petrolera. Así se fue generando una situación muy peculiar, y se perdió al debilitarse los partidos políticos. La misma corrupción los debilitó, los desprestigió; no fue Chávez quien los destruyó; al contrario, el debilitamiento de aquellos le dio espacio al gobernante. Hoy, el tema es que nueve de cada diez venezolanos quieren un cambio y una cúpula aterrorizada pretende aferrarse al poder a pesar de no tener ya el respaldo popular. No sólo en el país caribeño, en toda América Latina es fundamental fortalecer los partidos, que tendrían que ser canales insustituibles de organización de las tendencias y de la opinión, los estabilizadores de la democracia. Carlos A. Ferrer carlosferrer4010 @ hotmail.com