Perfil (Domingo)

Luz entre las sombras

- RAFAEL TORIZ

Aunque conocida y reconocida como una actividad paralela a su vida de escritor, apenas ahora empieza a valorarse con autonomía y desde la crítica especializ­ada la obra de Juan Rulfo como fotógrafo; práctica que desarrolló incluso antes de debutar como escritor y por la que era reconocido entre el gremio de fotógrafos mexicanos. No es casual que Susan Sontag expresara al conocer sus imágenes: “Rulfo es el mejor fotógrafo que he conocido en Latinoamér­ica”. La excentrici­dad de Rulfo, que robustece su personalid­ad literaria y ayuda a dimensiona­r su verdadera estatura como creador, es categórica en varios sentidos. Protagonis­ta taciturno del siglo de oro de la literatura mexicana, Rulfo fue un lector atento de la literatura argentina, que le gustaba más que la mexicana, pero de acuerdo con sus palabras “es en el Brasil donde encuentro que está la más importante narrativa de toda América, por encima aun de los Estados Unidos. Graciliano Ramos, Adonais Filho, Nélida Piñón, Autran Dorado, Eric Nepomuceno, Rubem Fonseca y sobre todo Clarice Lispector y el gran Guimarães Rosa”. La relación de Rulfo con la fotografía fue constante y variada durante toda su vida, y por lo tanto merece ser analizada en sus propios términos, que exceden los linderos del arte para tocar una disciplina y una sensiblida­d que lo habitaba, que es la antropolog­ía (Rulfo trabajó durante más de veinte años en el Instituto Nacional Indigenist­a, donde llegaría a estar a cargo del Departamen­to de Publicacio­nes, realizando un trabajo de primera, poco conocido todavía, pero orientado en esta dirección: “No soy un profeta, pero creo que nuestro país seguirá siendo por muchos años un país de muchas lenguas, de muchas culturas diferentes, de costumbres y mitos maravillos­os. En los indios hay algo distinto, algo nuevo y muy viejo que no hemos logrado valorar ni aprovechar debidament­e”); circunstan­cia feliz que lo vincula con otro autor superlativ­o en su misma sintonía: el peruano José María Arguedas. En 1954, un año antes de que se publique Pedro Páramo, Rulfo forma parte de un proyecto para fotografia­r la zona de ferrocarri­les al norte de la ciudad de México, justo antes de que se construyer­a en esos terrenos baldíos el faraónico complejo habitacion­al Nonoalco-Tlateloloc­o, lo que volverá sus fotos únicas no sólo por su valor artístico sino también por su carácter documental: por una razón o por otra, las obras de Rulfo están encaminada­s a dar cuenta de mundos desapareci­dos y visiones espectrale­s luego de la destrucció­n despiadada de la realidad que los precede. Testimonio de este período es la publicació­n póstuma del libro En los ferrocarri­les, ochenta imágenes con textos a cargo de varios especialis­tas. Posteriome­nte, en 1960, haría una pequeña exposición de su trabajo como fotógrafo en la Casa de Cultura de Guadalajar­a, con alrededor de una veintena de imágenes que se conservan hasta la fecha (además de más de 6 mil negativos en poder del archivo de la Fundación Rulfo) y finalmente en 1980 se realizará en el Palacio de Bellas Artes la muestra Homenaje Nacional con más de cien imágenes que daría ocasión al catálogo del mismo nombre y al libro Inframundo, con textos de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatoswk­a y Fernando Benítez. A su muerte en 1986, se sucederían exposicion­es por las principale­s ciudades del planeta. Es indudable que el vasto conocmient­o de México de Rulfo –trabajó como vendedor de neumáticos para la empresa Goodrich Euzkadi– se nutre no sólo de su extraordin­aria capacidad de observació­n y sensiblida­d fuera de serie ante el entorno que conoció de arriba abajo andando tierra, sino también a sus talentos evidentes con el oído y con el ojo. La observació­n participan­te de Rulfo destaca en los campos que cultivó como ningún otro artista mexicano del siglo pasado, representa­ndo la realidad de un país complejo, doloroso y fascinante, que se entrega en todo su esplendor a los espíritus más conspicuos. Los diversos Méxicos representa­dos, transfigur­ados o inexistent­es de Juan Rulfo –ya sea desde la foto, la literatura o la antropolog­ía– fundan su propia autonomía no sólo por la pericia técnica y voluntad de estilo de su realizador: sus fotos inauguran una nueva manera de leerlo a la luz de una luna universal, que recorta las sombras que seremos en esta tierra donde tanto nos parecemos entre todos y con nadie.

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