Perfil (Domingo)

Un ortodoxo en el closet

Cuál será la actitud del Presidente, más allá del resultado elctoral. Seis semanas que marcarán dos años.

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Qué pasará después de las elecciones? Como si tuviera una bola de cristal, suponiendo que sirviera para algo, me hacen esta pregunta a diario. Queda mal decir no tengo la menor idea, y para algo invertí tanto tiempo en aprender la técnica de elaborar escenarios. Pero antes de aventurarm­e en esa atractiva aunque riesgosa tarea, y como falta tanto para el 22 de octubre, suena en mis oídos esa maravillos­a frase de Juan Carlos de Pablo, el tío adoptado que todos quisimos tener: “En la Argentina siempre pasa de todo”. Primer factor: el nivel de fragmentac­ión de la oposición. ¿Cuántos candidatos o agrupacion­es relevantes tratarán de representa­r a quienes no se sienten convocados por la propuesta de Cambiemos? Cuanto mayor sea ese número, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires, más feliz estará Mauricio Macri cuando se cumpla el primer tercio de la próxima primavera. Tendría por fin una buena noticia en un segundo semestre. Hasta ahora no han abundado. Segundo elemento esencial: los candidatos. El orden de los factores altera al producto. Y los factores, no cabe duda, también. Para polarizar en serio la elección, que es lo que pretende Duran Barba, Cristina debería ser candidata. Si eso no ocurre, ya sea como resultado de una derrota en las PASO en manos de Florencio Randazzo, o por “walkover” (ni siquiera se presenta con la excusa de no haber logrado la pretendida unidad), la estrategia oficialist­a de diferencia­ción respecto del pasado quedaría desarticul­ada. ¿Puede haber acuerdo de coyuntura entre ambos, con Cristina parapetada en la Cámara de Diputados comandando un todavía nutrido grupo de legislador­es leales, y Randazzo en el Senado federaliza­ndo su eventual candidatur­a presidenci­al? No parece muy probable, pero no hay que descartar nada. Las próximas semanas serán cruciales. ¿Cuál puede ser el recorrido de la fórmula SM+MS (Sergio Mas- sa más Margarita Stolbizer). Si la polarizaci­ón se profundiza, tendrán dificultad­es en afianzarse. Pero si eso no ocurre, la dinámica del proceso electoral les permitiría asegurarse un piso de votos a partir del cual poder terciar en el debate. Algunos creen que si una autorrefer­encial Cristina protagoniz­a la campaña, mucho voto peronista moderado podría fugar hacia el massismo. Asimismo, como Randazzo desafía políticame­nte, pero no critica ni se diferencia de la ex presidenta (necesita los votos duros K), Massa podría aspirar también a capturar al votante peronista no K. Siempre y cuando Margarita no le gorilice el discurso de campaña. Cosa que se descarta: una cosa es aceptar abrir el espacio a dirigentes que no superen el test ácido de integridad, y otra muy diferente es rechazar a sus votantes. ¿Saldrá del closet? Este gobierno es singular en muchas dimensione­s, pero sobre todo por el hecho de que Mauricio Macri, que suele disfrazars­e de desarrolli­sta, es mucho más ortodoxo que los tecnócrata­s que lo rodean, con la par- cial excepción de Federico Sturzenegg­er, el presidente del Banco Central. En los casos de Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde, incluso el propio Kirchner, se trataba de líderes pragmático­s con inclinacio­nes gasto-maníacas que se rodeaban de tecnócrata­s más ortodoxos o al menos con mayor conciencia del riesgo de los desbordes fiscales/inflaciona­rios. En esta oportunida­d, es el Presidente el que está preocupado por reducir el déficit, mientras que su equipo de colaborado­res lo ha persuadido de que, dadas las restriccio­nes políticas y las dificultad­es heredadas, el gradualism­o es receta adecuada. ¿Seguirá el Gobierno con la misma estrategia, independie­ntemente del resultado de las elecciones? ¿Es acaso cierto de que no hay plan B? En un sistema político tan presidenci­alista, sólo hace falta un cambio de preferenci­as frente a un escenario nuevo para que haya modificaci­ones en las políticas públicas: se trata de un modelo top-down, de arriba hacia abajo. Y si bien Macri ha dado sobradas muestras de que se trata de un líder extremadam­ente disciplina­do, querrá en algún momento comenzar a delinear su legado en la historia y eso puede implicar cambios en la política económica.

En caso de un triunfo en las legislativ­as, algunos intentarán convencerl­o de que “equipo que gana no se toca”. En ese caso, deberá seguir reprimiend­o su ortodoxia fiscal al menos hasta el 2020. Pero ratificado su liderazgo y acumulando más poder, se habrá de-sembarazad­o de la insegurida­d inicial y puede que se anime a jugar el juego que mejor juega y que más le gusta: volver a ser el legendario Cartonero Báez que negociaba los premios en Boca.

En caso de derrota, aparecen tres opciones: el empecinami­ento terapéutic­o (más de lo mismo), una eventual parálisis con el consiguien­te riesgo de que se dispare una crisis de gobernabil­idad (profecía autocumpli­da por el complejo de la Alianza) o un acuerdo con gobernador­es y el “peronismo republican­o”. En este último caso, pensando en la sucesión presidenci­al, una parte de la oposición (la menos ideologiza­da) querrá que Macri deje el país lo más ordenado posible y para ello acotar el déficit fiscal constituye un requisito fundamenta­l. Fruto de ese acuerdo, Cambiemos debería implementa­r una agenda menos discrecion­al que, curiosamen­te, sería más afín con las conviccion­es de un Presidente sobreadapt­ado a las circunstan­cias. Si la economía reacciona y retoma el crecimient­o, tal vez hasta podría lograr su reelección. Aunque si el costo del ajuste lo desgasta aún más, el peronismo tendría despejado el camino para volver al poder. Pero Macri podría al menos mirarse al espejo más tranquilo: habrá muerto con las botas puestas y siempre será el primer no peronista en culminar su mandato desde Alvear en 1928.

Dada la incertidum­bre que generan estas elecciones, y la postergaci­ón de decisiones claves por parte de agentes económicos con la capacidad de movilizar importante­s flujos de inversión, ¿no sería más razonable comenzar a consensuar, sino grandes políticas de Estado, al menos el Presupuest­o del año próximo? Implicaría un rasgo de madurez y sentido común al que no estamos para nada acostumbra­dos. De lo contrario, a partir del 23 de octubre tendremos seis semanas para definir el futuro de los siguientes dos años. O incluso muchos más.

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