Perfil (Domingo)

La exquisita urdimbre de la narración

- JUAN SOBERON

Los libros de Natalia Ginzburg tienen una prosa diáfana y clara que enhebra las historias como si fueran hilos livianos de una trama anudada desde siempre. Ginzburg posee una habilidad esencial: la prosa escrita conserva una dosis del narrador oral que envuelve, que subyuga, que conmueve. En las novelas Léxico familiar, La ciudad y la casa y Todos nuestros ayeres los personajes son múltiples y entran y salen de las casas y de la prosa sinuosa, envolvente, atractiva, como si fueran marionetas vívidas de una artista sin igual. Ginzburg tiene un ojo fi n ísi mo, holandés, diría, para el detalle. La ropa, el peinado, el calzado, las telas, los rincones de la ciudad encienden una mínima llama y producen una lla- marada que está detrás y delante de cada una de las tramas: el intenso e inevitable “logos” y el inasible pathos de las relaciones familiares. Si hay algo que domina Ginzburg en sus libros es el arte del relato plural de las relaciones humanas. Como si fuera una Chéjov más sutil y más oral, los libros de Ginzburg poseen ese aire leve y denso que mueve las páginas y las pestañas y que nos hace sentir que el mundo puede ser un hogar amable y oscuro, que el amor y el fracaso no tienen diferencia­s, que los sentimient­os dominan el mundo y que la guerra encuentra formas diversas para encauzar la vida: batallas de pasiones y de armas.

Los cuentos de A propósito de las mujeres siguen, en cierta forma, el arte de narrar de Ginzburg. Pero a diferencia de las novelas, los desarrollo­s de las tramas y la lógica voraz de los múltiples personajes disminuyen. Es decir, ya no hay sucesivas tramas paralelas que se encadenan y que urden el fuego fatuo de las pasiones sino escenas breves que condensan, como un iceberg, el revés del amor y de la pasión. En otras palabras, las traiciones, los desencuent­ros, los envilecimi­entos del corazón siguen, pero en dosis diferente, con un calculado y medido orden de prioridade­s.

Si alguien quiere entrar por primera vez al universo Ginzburg, no empiece por el primer texto: A propósito de las mujeres encuentra su mejor forma en los inigualabl­es relatos que entreveran el ensayo con la trama, los textos únicos de otro libro de Ginzburg: Las pequeñas virtudes. En este caso, Ginzburg proclama una defensa de las mujeres a partir de una premisa crucial: las mujeres tienen la malsana costumbre de caer en el pozo. Este hecho define la condición de la mujer. Si bien comparte con los textos de Las pequeñas virtudes la condición ensayístic­a, no sigue la lógica extraña y holandesa, diría, de auscultar un problema a partir del detalle. A propósito de las mujeres parece menos una pintura de Ginzburg que un panfleto. En cambio, Una ausencia, Guilletta y Traición pergeñan pequeños mundos con las miserias amorosas típicas de Ginzburg. Los relatos funcionan como la versión microscópi­ca de su narrativa y, a la vez, son una entrada en miniatura a su poética.

En el relato que cierra el libro, una madre cuida a los hijos con descuido. Como sucede en otros textos de la colección, el personaje de la madre vive sin saber muy bien cuál es el propósito de su vida. Desencajad­a, fuera de cuadro, la madre no sabe quién es. Los hijos reclaman su cariño pero ella se olvida las bufandas, se pierde en las calles y ensucia su cuarto con

Como si fuera una Chéjov más sutil y más oral, los libros de Natalia Ginzburg poseen ese aire leve y denso que mueve las páginas

cenizas. Hay una crueldad y una tristeza que pocas veces he leído en cuentos que procuran narrar las relaciones entre padres e hijos.

Madre, quizás el texto más potente de la serie, urde un conflicto que lentamente se desgrana y que, sin golpes bajos, narra el pesar de la vida como si fuera un asunto cotidiano y filosófico. Morosa e inteligent­e, Ginzburg no sólo puede seguir el inapresabl­e péndulo de la existencia sino que su óptica lenta y descansada, afable y punzante, muestra lo que otros no pueden ver.

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FOTO: PAOLA AGOSTI GINZBURG. Novelista, ensayista y dramaturga italiana. Falleció en octubre de 1991.

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