Los efectos de la escritura
Quien conoce un poco la obra de Pablo de Santis sabe que en sus novelas –policiales o no–, e incluso en algunas de las historietas que publicó en la revista Fierro en los 80, suele haber un enigma que no se resuelve por la capacidad deductiva de un investigador que asocia, de pronto, acontecimientos en apariencia inconexos, sino a partir de alguna clave o pista textual: el intríngulis, digamos, se advierte menos en la “realidad” que en algún papel disperso, y si hay un investigador se trata, en todo caso, de una suerte de “investigador-hermeneuta”, dado que son el lenguaje, la escritura, los que develan –y a la vez, los que velan– la verdad de las cosas, y así ocurre, una vez más, en La hija del criptógrafo.
Esta nueva novela transcurre, en parte, en un espacio donde ya había hecho transcurrir otra de sus novelas: la Facultad de Filosofía y Letras, institución que, nuevamente, se constituye en escenario de rencillas y conspiraciones entre académicos. Allí un
grupo de estudiantes, entre ellos el narrador, funda un círculo de criptógrafos, al que se irán sumando alumnos cuyos intereses ya no pasan tanto por descifrar mensajes secretos de griegos o etruscos –actividad que deviene un “hobby anacrónico”–, sino por algo más urgente: “Cambiamos los jeroglíficos por documentos secretos del Ejército y de la Marina”, “aprendimos de memoria los códigos numéricos que usaba la Policía Federal”, relata el protagonista. Estaba próxima la dictadura del 76 y, en ese contexto, todo, hasta la criptografía, era susceptible de convertirse en instrumento revolucionario. “Las estructuras no bajan a la calle”, rezaba la consigna del Mayo Francés; pero a los criptogramas, en cambio, se los podía poner al servicio del trotskismo. En cierto modo, en este libro el autor de El ca
lígrafo de Voltaire repite una de sus temáticas más recurrentes. Tan recurrente que podría decirse que una buena parte de su obra consiste en distintas variaciones sobre un mismo tema: los efectos –muchas veces trágicos– de la escritura o, más ampliamente, del signo, en la realidad. El encuentro infausto entre la palabra y la cosa.