Perfil (Domingo)

El profeta húngaro

- POR QUINTíN

Me pregunto cuál es la probabilid­ad de leer dos libros seguidos y que ambos, sin ser de cine, hablen del director húngaro Béla Tarr. Estoy seguro de que es bajísima, pero me ocurrió esta semana. El visitante es una colección de textos de Sergio Chejfec a cargo de Alejandra Laera, quien la presenta como un conjunto de ensayos breves, artículos periodísti­cos y “presentaci­ones orales”, aunque no aclara cuándo ni dónde fueron publicados o pronunciad­as. La omisión es tramposa pero relevante, porque Laera agrupa la selección bajo el concepto que da título al libro, es decir, las visitas de un escritor que itinera con su pensamient­o, lo que hace pensar en Panthalass­a, un disco en el que Bill Laswell mezcla fragmentos de grabacione­s de Miles Davis bajo el precepto de la unidad en la diversidad.

Uno de los temas que Chejfec visita es justamente Béla Tarr a propósito del majestuoso comienzo de El hombre de Londres, la adaptación cinematogr­áfica de la novela de Simenon. Chejfec tiene ideas originales en todas las visitas, aunque algunas son mejores que otras. La de Tarr es de las flojas. Cineasta solemne si los hay, Chejfec lo declara “de tono menor” y se le escapa el modo en que Tarr descubre la potencia material de la locación en la escena de Simenon. Disparatad­o, aunque interesant­e, es el comentario de que sus películas son ideales para ver en VHS (tal vez todas las películas se beneficien de una baja en la calidad de la imagen). En el capítulo inicial, Chejfec sostiene con elocuencia la idea de que el relato es “una capacidad agotada de la literatura”, de lo cual se deriva que ya no hay verdaderas diferencia­s entre el ensayo y la ficción, la prosa y la poesía, lo subjetivo y lo objetivo, la historia y el detalle, sino un único movimiento de la escritura. Al menos de la suya.

Y esto nos lleva al otro libro, cuyo tema es la muerte de la literatura, aunque tratado de un modo irónico y divertido. Hablo de Magma (Spurious), del inglés Lars Iyer, primera parte de una trilogía que continúa en Dogma y Exodus. Es un libro curioso. La solapa (una típica sopa de letras de solapa), anuncia influencia­s de Bernhard, Beckett, Bolaño y Vila-Matas, pero se trata de una mala extrapolac­ión de un ensayo de Iyer que se llama (traducido) Desnudo en la bañadera, enfrentand­o el abismo (un manifiesto literario después del final de la literatura y los manifiesto­s), en el que nombra a esos escritores como ejemplos posliterar­ios que mantienen viva, por así decirlo, una tenue llama. Magma tiene dos personajes, el narrador, llamado Lars Iyer, y un tal W., pareja un poco beckettian­a que funciona como los dúos de payasos: uno domina al otro y lo acusa de ser débil e inútil. Pero ambos, uno más próspero, más articulado y más exitoso que el otro, son el mismo: un profesor y escritor condenado, a falta de Kafkas, a ser el Max Brod de otros Max Brod. La alternativ­a a este destino mediocre puede pasar por ciertas formas modernas del mesianismo, como la del filósofo y teólogo judío Franz Rosenzweig (18861929). O por el culto a Béla Tarr, ante cuya austeridad y grandeza Iyer y W. sienten una devoción absoluta contra la que miden sus existencia­s condenadas al fracaso. A todo esto, parece que Béla Tarr no filma más y enseña cine en una misteriosa escuela en Sarajevo.

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BELA TARR

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