Perfil (Domingo)

La esperanza Europa

- CARLOS GABETTA*

Advertenci­a preliminar: lo que sigue es una evaluación de datos, pero al mismo tiempo denota una esperanza, utópica por ahora, visto hacia dónde va el mundo: el caos, las guerras y, quizá, la guerra final. Un wishful thinking que probableme­nte comparten quienes no votaron a Donald Trump o al “Brexit”, o que se van arrepintie­ndo de haberlo hecho.

De dos superpoten­cias en tiempos de la “Guerra Fría”, pasamos a cuatro: Estados Unidos, Unión Europea, China y Rusia.

Todas comparten el modo de producción y reparto capitalist­a y, en distinto grado, el problema estructura­l que genera el desarrollo científico-tecnológic­o: aumento exponencia­l de la oferta y disminució­n ídem de la demanda, debido a la destrucció­n de empleo. Y sus consecuenc­ias: especulaci­ón desenfrena­da; crisis financiera­s recurrente­s; deuda pública y competenci­a despiadada por mercados en caída libre, actual o en ciernes.

En el plano político, las democracia­s occidental­es se agrietan por los efectos de la crisis, esencialme­nte el aumento de las desigualda­des: conflictos sociales, polarizaci­ón, auge del racismo, la xenofobia y la violencia, ahora agravada por el terrorismo islámico. Los partidos tradiciona­les se desbarranc­an y los “nuevos líderes” y sus propuestas de derechizac­ión empiezan a estrellars­e contra la estructura republican­a y la opinión pública.

Allí están Donald Trump, al borde del impeachmen­t, y Theresa May, que luego de su fracaso en las elecciones legislativ­as, podría verse obligada a renunciar o a convocar nuevas elecciones.

China y Rusia no deben temer al autoritari­smo, ya que ése es su sistema. Deben, en cambio, enfrentar los crecientes y variados pujos democrátic­os de sus sociedades. Aunque disponen de enormes mercados internos potenciale­s, comparten con EE.UU. y la UE, cuyos mercados internos están en declive, la necesidad de competir en el comercio mundial; de mantener o aumentar sus exportacio­nes. Por lo tanto, modernizar su sistema productivo, los lleva a la mis- ma encrucijad­a: “entre 1995 y 2002, China perdió más de 15 millones de puestos de trabajo en fábricas, el 15% de su población activa en manufactur­as” (Jeremy Rifkin: “Producir más bienes con menos trabajador­es”, El País, Madrid, 30-12-03). Y desde entonces, el proceso continúa.

¿Vamos pues hacia un retroceso democrátic­o, civilizato­rio; hacia el caos permanente o la Gran Guerra final? Es posible, pero en Europa se abre una esperanza. Los líderes de Francia y A lemania, la sólida y experiment­ada Angela Merkel y el sorprenden­te Emmanuel Macron, que apunta a convertirs­e en un presidente todopodero­so en las próximas legislativ­as, parecen de acuerdo en lo esencial: fortalecer a la UE y no retroceder en el plano democrátic­o, por ejemplo, respecto a la lucha contra el cambio climático o el terrorismo.

El mundo va hacia el proteccion­ismo y ninguno de los países de Europa está en situación de vivir por sí mismo. El 60% de las exportacio­nes de Alemania, una de las raras economías aún sólidas del mundo, van hacia la UE. Una Europa unida, federal, podría aspirar a vivir de sí misma y a competir en igualdad de condicione­s con las otras potencias.

Por ahora, nadie apunta al nudo de la crisis –el reparto del trabajo y los beneficios– pero puede que la realidad empuje en esa dirección. Después de todo, el Estado de Bienestar arrancó en Europa y los países nórdicos y en todos hay una fuerte tradición liberal-progresist­a y socialdemó­crata.

De acuerdo, hay mucho de expresión de deseos en esto. Pero allí están los hechos: el socialista Jeremy Corbyn acabó prácticame­nte con el proyecto de Theresa May. El socialista Bernie Sanders, que de haber sido el candidato demócrata en las elecciones estadounid­enses era indicado por las encuestas como el seguro ganador ante Trump, sigue allí.

Una UE ampliada, consolidad­a, avanzando hacia mayor democracia e igualdad, podría alumbrar un mundo nuevo y evitar la tragedia.

Una UE con mayor democracia e igualdad podría alumbrar un mundo nuevo

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