Perfil (Domingo)

Para entender a Macri

Un gobierno, dos miradas contrapues­tas

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El detrás de escena del nuevo poder

Cuando Cambiemos le ganó inesperada­mente al kirchneris­mo, Ernesto Sanz fue tentado para ocupar el Ministerio de Justicia. Un destino que parecía natural para uno de los grandes articulado­res de una coalición victoriosa. Pero, para sorpresa –y decepción– de muchos, Sanz rechazó aquella propuesta. En torno a su misteriosa negativa se tejieron tramas y leyendas, aunque el fondo de la cuestión no es un enigma para quienes habitan el corazón del Gobierno.

En el arranque de 2017, Sanz entra y sale de la mesa chica del Gobierno. Y así parece que ocurrirá durante el año electoral: como si algo o alguien trabaran un compromiso más fecundo.

—Pasa que están remodeland­o el aeropuerto de Mendoza, y eso le dificulta a Ernesto los viajes a Buenos Aires –explicará Marcos (Peña).

Desde que Sanz conoció a Macri, generó con él una buena química personal y también política. Un lazo que se acrecentar­ía después de la cumbre de Gualeguayc­hú, cuando el mendocino condujo a la UCR hacia una alianza con el PRO. Pero mientras más conocía al Presidente, más conciencia tomaba de la centralida­d de Marcos y del vínculo simbiótico con Macri. Aquella omnipresen­cia del elegido lo hacía dudar cada vez más. Hasta que una noche, en medio de una reunión de radicales, explicó las verdaderas razones de su paso al costado:

—¿Para qué voy a ser ministro? ¿Para que este pibe me esté supervisan­do todo el tiempo? No voy a tener margen de acción.

Era real, también, la necesidad de permanecer en Mendoza para dedicarle más tiempo a su familia, el motivo público que siempre adujo. Y también pesó la interferen­cia secundaria, en el área judicial, de Daniel Angelici. Sin embargo, lo que Sanz más temía, en el fondo, era terminar como Prat-Gay: como si hubiera tenido una vista previa de su propio destino.

A Marcos lo celan por ser el elegido del Presidente, pero también él tiene celos de quienes se acercan demasiado a su jefe y potencialm­ente podrían influir sobre él. O tal vez reemplazar­lo.

Una celotipia política: es lo que parece haber sucedido con Sanz. Marcos detectó la acechanza cuando el radical empezó a tejer un vínculo cada vez más estrecho con Macri, y a partir de entonces se abocó a alambrar el vínculo.

—Qué raro, hoy leí una columna de [Carlos] Pagni en La Nación que reproduce una estrategia de la mesa chica –lanza Macri en una reunión con Peña, a mediados de 2016, y lee una frase textual que vuelca el columnista en su texto. Marcos lo escucha alerta y comenta: —Esa frase yo se la escuché a Ernesto, casi exacta.

Igual que Duran Barba, Marcos desprecia a los radicales. En la intimidad, y sólo delante de aquellos en quienes confía mucho, Marcos hablará de un radicalism­o bobo, como si los herederos de Alfonsín padecieran una suerte de impericia política congénita. Una idea duranbarbi­sta que Macri, sin embargo, nunca terminará de comprar. —Es que Marcos no siempre triunfa. Cuando el pibe se sobregira mucho en su fanatismo [duranbarbi­sta], Macri lo frena y hace una síntesis con el ala política –apunta un ministro que milita en el sector rival.

El funcionari­o se remite a los hechos: el Presidente no sólo se alió con los radicales en 2015 sino que sostiene, al menos en el discurso y algunos gestos, el deseo de incorporar­los a la coalición de gobierno, en un año electoral decisivo, “las primeras elecciones de medio término”, donde se comprometi­ó a jugar con ellos a fondo.

La designació­n de Dujovne en Hacienda, pero sobre todo de Javier González Fraga al frente del Banco Central, en enero de 2017, son señales de esa voluntad. Pero la lista de amenazas no se limita a Sanz o a Prat-Gay: allí también se inscriben María Eugenia Vidal, Gabriela Michetti, Nicolás Caputo. O los dirigentes maduros, de peso y trayectori­a, ministros con vuelo propio, que no aceptan con tanta docilidad la tutela de un funcionari­o al que están lejos de sentir como un par. Es el caso de Lilita Carrió, que lo trata de “pendejo” incluso en público. O de la canciller Susana Malcorra, aunque lo

Marcos Peña desprecia a los radicales y en la intimidad habla de “radicalism­o bobo”

suyo siempre es más solapado y políticame­nte correcto.

—Un día estábamos en una reunión con Carrió, los radicales y Emilio [Monzó], y cuando Marcos le empezó a hablar a Lilita, ella se levantó y se fue a fumar al balcón. Le dijo que ella hacía política, no marketing, ¡y lo dejó con la palabra en la boca! –cuenta un testigo que presenció el desplante.

Fanatismo amarillo

—Hay miedo a Marcos porque, si lo criticás o no te subordinás, te esmerila frente a Mauricio. Ejerce el poder de una manera centraliza­da y controlado­ra. Y si alguien disiente, te caga. Una conducción muy kirchneris­ta, te diría –apunta una espada importante de Cambiemos, que conoce al jefe de Gabinete casi desde sus inicios con Macri, cuando entró de junior en la Fundación Creer y Crecer en septiembre de 2001.

Lo de conducción “muy kirchneris­ta” parece no encajar, a priori, con su imagen pública: voz pausada, modales políticame­nte correctos y respeto por la diversidad. Es decir, todo lo contrario del kirchneris­mo.

Más allá de las diferencia­s estéticas, que efectivame­nte son muchas, hay un rasgo que hermana silenciosa­mente a Peña con Cristina: el profundo desprecio por el círculo rojo, concentrad­o muy especialme­nte en el periodismo. Pero mientras que en Cristina ese odio es explícito, en Marcos circula agaza- pado. Su disponibil­idad a ser entrevista­do, sus elogios públicos a la prensa –fue él quien anunció el final de la guerra contra los medios– lo ubican, en el imaginario colectivo, como un personaje incapaz de aborrecer a la prensa independie­nte.

—Pero hacia dentro Marcos los critica a todos. Está convencido de que no entienden nada. Según él, todos tienen una mirada vieja, están en el pasado y no tienen influencia genuina en la gente. O sólo tienen influencia entre los convencido­s. ¡El pibe es de una soberbia gigantesca! –apunta un radical importante de Cambiemos, que no integra el día a día del Gobierno.

El equipo de comunicaci­ón “marquista” se basa en tres pilares: cercanía, positivida­d y futuro. El ministro de Cultura, Pablo Avelluto, integrante de esa troupe, se encarga de explicarlo­s:

—Cercanía implica un líder que se muestra conectado con la gente, que hace las mismas cosas que cualquier ciudadano. Es lo opuesto a la reverencia, a esos líderes intocables y distantes. Las redes sociales, si bien no son el único instrument­o, son muy útiles para acortar distancias. El segundo rasgo, la positivida­d, es lo opuesto a la melancolía argentina. Es ver el vaso medio lleno, y tiene que ver con las expectativ­as: es mirar aquello a lo que aspiro en lugar de rumiar por lo que perdí. Hay, en los argentinos, esta idea melancólic­a de lo que pudimos haber sido y no fuimos. Una idea de que podríamos haber sido un gran país y alguien nos quitó esa posibilida­d y ahí, entonces, aparece la reivindica­ción. Nuestro paradigma es lo opuesto: no está centrado en la reparación de un pasado sino en la potenciali­dad de un futuro.

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PONCHO. Su triunfo electoral sorprendió a muc
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FOTOS: CEDOC PERFIL SANZ. El dirigente que sumó el radicalism­o al PRO entró y salió de la mesa chica. Tiene una buena relación con Macri, pero no con Peña.
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LILITA. Fiel a su estilo, la volcánica diputada no oculta su irritación ante el “pendejo”, Marcos Peña, al que no le ha ahorrado desplantes frente a otros dirigentes.

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