Gestión sin ideología: el relato macrista
Surgido como consecuencia de la crisis de 2001 y el “que se vayan todos”, el macrismo presume de estar más allá de las ideologías y de la división entre izquierda y derecha. Se presenta como el primer partido del siglo XXI y su objetivo, argumentan sus dirigentes, es ser una fuerza de “gestión”. Según esta lógica, nunca se detienen a pensar si una cosa es de izquierda o de derecha, sino que la hacen y punto. Como si no hubiera diferentes maneras de encarar cada problema o como si el “hacer” fuera una cuestión aséptica, algo que no puede contaminarse con ideas políticas.
“No venimos con un libreto ideológico sino a mejorar la vida de la gente”, explicó el jefe de Gabinete, Marcos Peña, el principal intérprete del mensaje oficial, durante la campaña para la presidencia. “No se trata de discutir ideologías, se trata de gestión”, lo siguió el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, cuando hizo el anuncio del acuerdo para pagarles de un plumazo y en efectivo lo que venían reclamando desde hacía años en la Justicia norteamericana los fondos buitre. Gracias a esa decisión obtuvieron una ganancia de alrededor del 1.270% respecto de lo que habían invertido en su momento en la compra de bonos en default. Difícil encontrar una decisión más cargada de ideología que ésa.
Con todo, es cierto que aun si se colocara al PRO en el espacio que va del centro hacia la derecha del espectro ideológico, el mensaje de sus referentes, empezando por el presidente Mauricio Macri, ofrece una cara más amable que la de sus antepasados políticos, que se caracterizaron por sus pocas virtudes democráticas y su escasa sensibilidad social. La década de gobiernos progresistas en la región dejó instalada la idea de que es indispensable mantener una base de ayuda desde el Estado a favor de los sectores más desprotegidos. Para ganar la elección presidencial, Macri debió lanzar un pomposo objetivo de “pobreza cero” y prometer que no eliminaría la Asignación Universal por Hijo ni otros beneficios sociales. La voltereta desconcertó a sus simpatizantes, que se habían cansado de culpar al reparto de ayuda –estigmatizado como “clientelismo”– como el responsable de todos los males del país, pero a Macri le sirvió para obtener el aval de un sector del electorado que le resultaba indispensable para entrar a la Casa Rosada. “Con el otro discurso no llegábamos”, admitió Marcos Peña.
Luego de esa definición, se ingresó a un tramo de la campaña electoral en el que daba la sensación de que los principales candidatos presidenciales decían más o menos lo mismo. Algo obvio, Sigue en pág. 9