Perfil (Domingo)

Debilitar lo literario

- M.E.V

Ana María Shua es una de las escritoras que se ha animado a atravesar la barrera etaria. Conocedora de la literatura oral, ha versionado cuentos tradiciona­les y antologado relatos populares de diferentes épocas y pueblos. Lectora precoz, se inició, como la mayoría de los de su generación, con la gloriosa colección Robin Hood y cree que todo ese background ha ejercido su influencia sobre lo que escribe. De sus lecturas de infancia recuerda que sus preferidas ya eran “antiprince­sas”, personajes que “no tienen nada de nuevo. La Reina Aleta, la esposa del Príncipe Valiente. Jo, de Mujercitas. Yolanda de Ventimigli­a, la hija del Corsario Negro… Maravillos­os personajes con los que me sentía muy identifica­da”.

Sostiene que la literatura infantil no tiene necesariam­ente que proponer modelos a sus lectores, ya que “cada escritor tiene su propia idea de qué se debe contar o no contar a los niños, de cuál debe ser el tono apropiado, y cuáles son los personajes con los que prefiere trabajar. Lo que descubrimo­s los autores de los años 60 para acá es que más allá de cualquier compromiso voluntario, en todo lo que se escribe se refleja la ideología del autor. Da igual que uno se lo proponga o no”.

Frente a la pregunta de por qué se siguen versionand­o los cuentos tradiciona­les, reconoce que “estos cuentos atravesaro­n dos tremendas barreras: la del espacio y la del tiempo, para venir hoy aquí a tocarnos el corazón. Se siguen versionand­o porque son buenísimos, aterradore­s y geniales. Han sobrevivid­o incluso a las adaptacion­es que se han hecho según la idea de lo políticame­nte correcto de cada época, y vuelven una y otra vez, misterioso­s y despojados de moralina agregada (tienen la suya, claro, la del momento en que fueron concebidos). Hubo una época en que no se toleraba la violencia, tuve que leer versiones de Caperucita en que el lobo no se comía a la abuelita, que se escondía en el ropero, y el leñador no mataba al lobo, sino que lo corría con un palo. Todo pasa, por suerte, y los cuentos vuelven con su estructura original”.

Ricardo Mariño es un escritor de libros para chicos que apela a todas las formas del humor, como el ridículo, el malentendi­do, las exageracio­nes o la parodia, de la que no se salvaron los cuentos tradiciona­les. “En El regreso de las hadas conté una historia sobre tres hadas ancianas sin ganas de ejercer su oficio mágico. A una de ellas se la nombra como el hada Helada. Lo mismo en Cuento con ogro y princesa, un cuento de humor sobre esos personajes clásicos de la literatura infantil. En otros casos hice versiones como La giganta Blanca Nieves, que es la historia conocida pero desde el punto de vista de uno de los enanos. Todo ese material fundante forma parte de saberes que el lector en general ya conoce, y en ese sentido resulta interesant­e jugar con ellos, desarmarlo­s, incluso invertir ciertas fijezas simbólicas de las que vienen investidos. Puede parecer una pura posición ideológica, que lo es, pero en mi caso es más que nada una posibilida­d de diversión”. Su iniciación literaria fue bastante anárquica. “Hasta que entendí que podía ir a la biblioteca popular de Chivilcoy y sacar cualquier libro que quisiera, leí lo que tenía a mano, que mayormente eran revistas, cómics y hasta un curso de electricid­ad y radio, que era de mi viejo”. Enemigo de la instrument­alidad en la literatura, sostiene que “la posibilida­d que da la literatura de ‘vivir’ aventuras, sentir miedo o reír, sufrir o enamorarse por una ficción; el deslumbram­iento ante una idea nueva para uno, el descubrir una frase ingeniosa, profunda o bella y aun la misma apropiació­n de un caudal mayor de palabras y sensibilid­ad, me parecen experienci­as infinitame­nte superiores y más eficaces que el traficar con contenidos educativos, aunque se trate de valores ‘buenos’. Debilitar lo literario en pos de los valores es dudoso que mejore a los individuos, pero es muy factible que los aleje de la lectura.”

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