Hoy: ‘El náufrago de las estrellas’
Comencemos por unas primeras líneas extraliterarias sobre El náufrago de las estrellas, de Eduardo Belgrano Rawson. En la edición de Pomaire, impresa el 15 de diciembre de 1979 con una tirada de 12 mil ejemplares, se celebra en la retiración de la contratapa que el libro haya sido premiado por el Club de los 12 de Buenos Aires como la mejor novela ¡de 1980! Es decir que se adivina el futuro del libro o, con la venta de la mitad de la edición, los editores decidieron cosechar los elogios esparcidos en el mundo exterior e insertarlos como una pequeña oficina de prensa con la impresión de tapas nuevas. De hecho, acompañando la referencia al premio del Club de los 12, aparecen párrafos igualmente celebratorios publicados en Clarín, La Nación y La Prensa.
Que quede el misterio patrullando a sol y a sombra la memoria de los historiadores de la imprenta. En cuanto al libro, no hay consideración feliz que no merezca. Belgrano Rawson ya era, a
La primera asociación que se presenta movida por la pereza, cómo no, es Moby Dick. Pues bien; nada que ver. Más abajo, más adentro, traspasando la jerga marítima que Belgrano Rawson emplea con rusticidad y preciosismo, se asoma una familia literaria diferente. Supongamos que es la de Antonio Di Benedetto. ¿Con qué filamentos harían contacto una y otra literatura? En primer lugar con la idea de que la experiencia simulada de la ficción funda su arte en la composición del recuerdo. A nadie le pasa nada hasta que se lo dice la memoria. Por lo que la decisión del tema es más bien una necesidad imperiosa pero, paradójicamente, secundaria. Como ocurre con Zama (también con algunos cuentos de Di Benedetto en los que la expresividad encuentra un rendimiento crucero en la belleza de la prosa y en la destilación de sentido), El náufrago de las estrellas no concentra la totalidad de La idea que lo llevó a escribir “El náufrago de las estrellas” fue la de “un barco que desaparece”. los 35 años, un clavel del aire que crecía por afuera de las múltiples fuerzas de la época que concurrían o chocaban entre sí. Ni Borges, ni el invernadero estructuralista, ni el piscoanálisis, ni la militancia, ni la dictadura figuraban en su agenda. El náufrago de las estrellas postula, con la máxima discreción, una literatura “de espaldas”. Su escenario es el mar, una tabla rasa que no es tanto un lugar geográfico como un espacio de delirios, sueños diurnos y melancolía de costas. Allí, un viejo barco se somete con sus tripulantes a los caprichos del Océano. Se trata de la historia de un barco que no está. sus méritos en la aventura marítima sino en una serie de historias separadas al modo de una cadena de episodios de restauración, por no decir de regeneración de lo que se ha ido, por vía de la literatura, al gran arte de la retención.
De hecho, cuando le preguntaron a Belgrano Rawson cuál fue la idea que lo llevó a escribir El náufrago de las estrellas, dijo: “La de un barco que desaparece”. El mundo también –sobre todo– sucede, por lo general, donde no estamos. Pero es allí donde se hace presente la literatura para darle realidad pasajera, volátil y memorable a esa experiencia profunda que nunca sucedió.