“Necesito bastante del silencio”
Nacida en una familia dedicada a la música, a los 13 años cobró por primera vez por un concierto. La cantante que más ha crecido en los últimos años, ganó el Goya y hasta cantó con Serrat, viene a presentarse al ND Ateneo.
Hay refinamiento, delicadeza y sensibilidad en la voz de Silvia Pérez Cruz, la artista española que ha llegado a la Argentina para ofrecer un par de conciertos en Buenos Aires (ayer sábado y el jueves 15 de junio en el ND Ateneo de Paraguay y Suipacha) y hoy en Mendoza.
Nacida en el seno de una familia donde la música tuvo siempre un rol central, esta cantante de 34 años grabó este año Vestida de Nit, un disco de talante dulce y nostálgi- co que reúne canciones populares, alma flamenca, fados y habaneras con un tratamiento musical singular. La acompaña un quinteto de cuerdas con el que viene cocinando ese repertorio a fuego lento. Se nota al escucharla que su abordaje musical es natural y eminentemente lúdico. Y ella lo ratifica: “La primera vez que me pagaron para un concierto tenía 13 años –cuenta– . Durante un buen
tiempo me olvidaba de cobrar cuando cantaba, porque me parecía raro que me pagaran por algo que me gustaba tanto. Luego me di cuenta de que era una suerte poder dedicarme profesionalmente a cantar. Un profesor de saxo que tuve de los 7 a los 18 años me dijo: ‘Silvia recuerda siempre que la música está para pasarla bien’. Y eso fue importante para mí. Me permitió tener claro que en este espacio yo encuentro una felicidad que no encuentro en ningún otro lugar y que debo cuidarlo”.
—¿Cuál fue el primer contacto con la música que recuerda?
— Siempre distingo tres partes de mi relación con la música: la familiar, la voca-
cional y la for mación, los estudios. La familiar es muy importante, porque mi madre canta y mi padre tocaba la guitarra y también cantaba. Siempre había música en casa. Jugábamos cantando, era una manera de comunicarse. Eso definió de algún modo cómo me muevo hoy con la música. Me siento como en casa cuando canto. Luego, a los 12 años, descubrí la vocación, la necesidad imparable de cantar. Noté que cuando lo hacía pasaba algo que no conocía y que me impactaba en el cuerpo. Y que otra gente, sobre todo gente mayor, se emocionaba cuando cantaba. Por último, la parte de los estudios y de la búsqueda. Ya a los 3 años me apuntaron en solfeo, a los 5 en piano y a los 7 en saxo. Estudié música clásica y jazz, me fui encontrando con distintos estilos –flamenco, folclore sudamericano, folclore de la península– y esa mezcla hizo que hoy esté parada aquí.
—¿Cómo definiría el espíritu de su último disco, “Vestida de Nit”?
—Es de los más valientes que hice. Son canciones que me hacen sentir como en mi propia casa. Me pierdo en la sonoridad del quinteto gracias al trabajo profundo que hemos venido haciendo en estos últimos cuatro años. Hemos conseguido romper los tópicos, los miedos. Improvisamos y pensamos al quinteto co- mo si fuera sólo una guitarra la que me acompaña. Hacemos música popular, no para una elite. Lo que se escucha es el resultado compacto de lo que producimos los seis, no se trata de una cantante acompañada por un quinteto.
—¿Qué música suele escuchar con frecuencia?
—Sinceramente, escucho muy poca música. Me he criado con mucha música en vivo a mi alrededor y tengo la cabeza siempre puesta en eso. Entonces necesito bastante del silencio. Suelo estar mucho tiempo con un mismo disco. O le dedico toda la atención a una sola canción de un artista que me gusta durante largos períodos y no necesito más que eso. Si tuviera que pensar en discos que me relajan y me hacen buena compañía, mencionaría a los de Billie Holiday y Nick Drake.