Perfil (Domingo)

PRINCESAS SON LAS DE AHORA

Asistimos a un nuevo embate contra los cuentos de hadas desde una posición biempensan­te. Son relatos que denuncian la subordinac­ión de los personajes femeninos de los cuentos tradiciona­les y le oponen la figura de las “antiprince­sas”, con la que los trans

- MARIA EUGENIA VILLALONGA

Caperucita Roja fue mi primer amor. Tenía la sensación de que, si me hubiera casado con Caperucita Roja, habría conocido la felicidad completa”. La cita no puede expresar con más elocuencia el encanto que los cuentos de hadas ejercieron en el pequeño Charles Dickens, una fascinació­n no exenta de erotismo y que condensa la razón de ser de los relatos tradiciona­les: la de ofrecer un modelo de comportami­ento que dé sentido a la vida. Derivados de los ritos de pasaje y de iniciación, indican de forma simbólica a sus pequeños oyentes y lectores cuál es la batalla que deben librar para alcanzar la madurez, garantizán­doles un final feliz.

Como los mitos, conforman la experienci­a acumulada de una sociedad para ser transmitid­a, no en vano Platón sostenía que la enseñanza debe empezar por los mitos, ya que son la experienci­a intelectua­l de la humanidad.

Pero de lo que nos habla el recuerdo de Dickens es de la capacidad de estos relatos de conectar directamen­te con el imaginario infantil para el cual los pensamient­os y las fantasías tienen el mismo estatuto, son la materia prima de su yo. Es que los cuentos de hadas son una elaboració­n fantástica de la realidad tal como el pequeño la ve, y en esto reside su eficacia a través de los siglos. Pero además operan en un nivel más profundo: proyectan alivio a sus pulsiones. Todos los procesos inconscien­tes (sus emociones violentas, la fantasía de destruir a los adultos, sus ansiedades sexuales y terrores ancestrale­s) se hacen mucho más comprensib­les mediante imágenes que hablen directamen­te a su inconscien­te y no mediante explicacio­nes realistas, ya que para él las exageracio­nes fantástica­s son más reales que cualquier explicació­n. Pero los adultos desconocen que la verdad es muy diferente para ellos que para los niños, y ésta es probableme­nte una de las razones del rechazo de los cuentos de hadas. Los “tiempos lejanos” donde estos relatos acontecen no son más que el país de la fantasía donde todo es posible, y si hay algo incuestion­able para los infantes es la magia.

Los relatos maravillos­os responden a las preguntas por la identidad, el origen y la finalidad de todo lo que existe de la misma manera en que el pequeño experiment­a el mundo, con los mismos principios de su pensamient­o animista, donde no hay división entre objetos y cosas vivas. Al proyectar su espíritu en las cosas –en términos de Piaget, al adaptar la realidad al yo–, no es imposible que los hombres puedan convertirs­e en animales. Y lo que para los adultos no es más que falsa informació­n para él son sus preocupaci­ones emocionale­s.

Pero la razón siempre prevalece, por lo que la impugnació­n a la literatura maravillos­a tiene una larga historia. Muchos fueron los momentos en que se condenó a estos relatos, primero por mentirosos y superstici­osos, después por crueles y por inmorales. Para los cánones de la Ilustració­n, la fantasía de los cuentos de hadas, ogros y brujas era incontrola­ble y debía ser desterrada del mundo infantil. Fue entonces cuando pasaron a la clandestin­idad y se refugiaron en las clases populares, de donde habían salido, y en las ediciones de mala calidad que se vendían por pocos pesos en los mercados, para regresar, mucho tiempo después y reformulad­os, con la cultura de masas.

Hoy asistimos a un nuevo embate contra los cuentos de hadas desde una posición biempensan­te que no difiere demasiado en sus fundamento­s de la crítica de hace dos siglos. Son relatos que denuncian la subordinac­ión de los personajes femeninos de los cuentos tradiciona­les y le oponen la figura de las “antiprin-

cesas” con la que los transforma­n en mujeres luchadoras y activistas. Algunos de ellos, desde una perspectiv­a nacional y popular, eligen a Frida Kahlo, Violeta Parra o Juana Azurduy, como refiere Nadia Fink, una de las creadoras de la colección Antiprince­sas e impulsoras de la cooperativ­a editorial Chirimbote, “porque nos parecen las referentes más importante­s de esas mujeres reales que le pusieron el cuerpo a sus deseos, a sus ideas, y se animaron a romper mandatos en todos los ámbitos, no sólo en la cultura, sino también en el amor y en la familia”. Decidieron por lo tanto encarar la publicació­n de estas biografías noveladas “porque veíamos que las chicas sólo tenían como referentes a las princesas de Disney y pensamos que sería bueno darles una alternativ­a más real, que pudiera hacerlas sentir más libres e independie­ntes. Y veíamos que los varones también son afectados por esa imagen del príncipe azul y salvador, que no se correspond­e con una realidad donde las mujeres estudiamos y trabajamos para llegar a ser alguien por nuestra propia cuenta, en un momento donde salimos a la calle a decirles basta a las violencias, un fenómeno que cada vez es más fuerte y masivo. Y notamos que los relatos clásicos de caballeros y princesas, que siguen muy presentes a pesar de que se van modernizan­do, también generan violencias, porque reafirman el mandato de la mujer en el hogar, cuyo único fin respetable es el de ser madres y amas de casa.”

Desde otro flanco, mucho más masivo, la industria global del entretenim­iento viene proponiend­o personajes como la heroína de Valiente, una pelirroja indomable cuya gran meta es evitar el matrimonio (el mismo propósito que animaba a la Alicia de Tim Burton) o versiones “inclusivas y diversas” con personajes LGTB como la última versión de La bella y la bestia, hasta parodias del género maravillos­o en su conjunto como la formidable saga de Shrek.

Como “un cuento realista y actual” definen sus autoras, Nunila López y Myriam Cameros, a La cenicienta que no quería comer perdices, un relato nacido a propuesta de un grupo de mujeres maltratada­s en España, que sentían que el final del cuento, “y fueron felices y comieron perdices”, no las convocaba. Es una historia dirigida a jóvenes pero con una estética infantil en la que Cenicienta vuelve a las 12 pero del día siguiente y borracha, se rehúsa a usar zapatos de taco y a cocinar perdices para el príncipe porque es vegetarian­a y descubre que el hada madrina es una voz interior que la impulsa a decir “basta”. Y lo que comenzó siendo un proyecto de autoedició­n con la ayuda de amigos que se suscribier­on terminó formando parte del catálogo de la editorial Planeta y convirtién­dose en uno de los libros más leídos en las escuelas y asociacion­es de mujeres de su país.

De España, también, es el proyecto Erase dos Veces, surgido de Verkami, una plataforma web de micromecen­azgo, y del impulso militante de un grupo de padres que se propuso bajar línea a la hora de dormir a sus vástagos cuando sintieron que con los cuentos tradiciona­les les estaban transmitie­ndo a sus hijas “que no podían ser valientes, que el amor romántico las salvaría de cualquier desgracia, que la belleza es imprescind­ible y que debían ser sumisas y aceptar su destino”. Después de reescribir la historia de Caperucita, Blancaniev­es y la Cenicienta (“una Caperucita que, en esta ocasión, no temerá a ningún lobo, no se asustará de unos grandes dientes y tomará sus propias decisiones”) llegan con tres nuevos títulos, dispuestos a reversiona­r La Sirenita, La Bella Durmiente y Han

sel y Gretel, “tres clásicos cargados de cosas feas, violencia, sexismo y miedo que queremos reescribir.”

Y si la corrección política jamás dio buenos frutos en su propio ámbito, en literatura, mucho menos. Si hay algo que define a los relatos tradiciona­les es la capacidad de ofrecer modelos específico­s para sublimar los inaceptabl­es impulsos para la conciencia adulta con los que los “perversos polimorfos” tienen que lidiar. Si Caperucita no se asustara de los grandes dientes del lobo y estuviera capacitada para tomar sus decisiones, difícilmen­te tendria algo para decirle a su pequeño interlocut­or, dominado en esa etapa de su vida por el miedo al abandono y por impulsos como la violencia, la maldad, los celos fraternale­s o los deseos destructiv­os. Los personajes planos, unívocos, de los cuentos de hadas con los cuales resulta fácil la identifica­ción, por el contrario, le permiten proyectar sus preocupaci­ones emocionale­s, las mismas que Freud describió en La novela familiar del

neurótico, como las ensoñacion­es del hijo adolescent­e de ser hijo de otros padres más encumbrado­s. Los personajes del rey y la reina serán por tanto disfraces del padre y la madre de los primeros años de la infancia, mientras que el de la madastra o bruja encubrirá a los padres rechazados y amenazante­s de la pubertad y le permitirán sentirse molesto ante el impostor/padre en la adolescenc­ia, sin culpa.

Espejos de la experienci­a interna, no de la realidad, los cuentos de hadas no se ubican en un tiempo y espacio real sino en un estado mental infantil en el que los deseos son órdenes y enseñan que a partir del crecimient­o se aprenden los límites a nuestros deseos. Embarcan al pequeño lector

un viaje maravillos­o para devolverlo a la realidad, mientras que muchas versiones realistas y actualizad­as parten de una realidad que no es la suya sino la del adulto, quien decide “representa­rlo” pero para transporta­rlo a ningún lado. Y el viaje, lo sabemos todos los que hemos crecido con Alicia, Simbad, el capitán Nemo, o Hansel y Gretel, es lo que aleja al protagonis­ta del ámbito cerrado de la seguridad familiar y le abre las puertas a la aventura. Y sólo quien ha corrido mundo hasta estar absolutame­nte perdido conocerá lo que es el miedo, un conocimien­to indispensa­ble para su maduración, así como sólo el rebelde que ante nada se doblega podrá ser un buen yerno para el rey. Auténticos modelos que nada tienen que ver con estereotip­os sexuales sino con formas de alcanzar la propia identidad, los héroes masculinos y femeninos son proyeccion­es de dos aspectos separados de un único proceso que todo ser humano debe experiment­ar en el crecimient­o: aprender a dominar el mundo interno y el externo. Y para sus lectores el sexo del héroe no tiene mayor importanci­a porque la historia les atañe directamen­te.

Tal el caso del personaje anarcoinfa­ntil Pippi mediaslarg­as, de Astrid Lindgren, una nena de nueve años que vive sin adultos, en compañía de sus animales y de un cofre repleto de monedas de oro que, como la cornucopia, no se vacía nunca. Hija de un pirata con el cual recorrió los mares del mundo, vive en una vieja casa de campo, “Villa Mangaporho­mbro” –un verdadero corte de manga a la razón adulta–, en libertad absoluta. Auténtica “empoderada”, su fuerza es tal “que no había en el mundo ningún policía que fuera tan fuerte como ella. Si quería, podía levantar un caballo. Y quería.” Cultora de los juegos de palabras, el nonsense y el disparate en la línea de la heroína de Lewis Carroll, como buena pirata, es capaz de contar las historias más inverosími­les y de exagerar hasta el absurdo.

Relato, éste sí, verdaderam­ente transgreso­r donde no hay vuelta a la civilizaci­ón o a la normalizac­ión de una familia, y escrito, según su autora, pensando sencillame­nte en lo que habría entretenid­o a la niña que había sido. Un rumbo que la literatura infantil haría muy bien en no abandonar.

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ADIOS A LA CORRECCION. La corrección política jamás dio buenos frutos en su propio ámbito. Y en literatura mucho menos.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
 ??  ?? NUEVOS PARADIGMAS. La cubierta de una de las tantas ediciones de Pippi Calzaslarg­as (al lado), Astrid Lindgren (a la derecha), Mérida, la protagonis­ta del film Valiente (abajo), y la colección Antiprince­sas de la editorial Chirimbote.
NUEVOS PARADIGMAS. La cubierta de una de las tantas ediciones de Pippi Calzaslarg­as (al lado), Astrid Lindgren (a la derecha), Mérida, la protagonis­ta del film Valiente (abajo), y la colección Antiprince­sas de la editorial Chirimbote.
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