Perfil (Domingo)

Red de complicida­d

Radiografí­a del delito: víctimas y victimario­s. En ¿ Por qué preferimos no ver la insegurida­d? Marcelo Sain sostiene que esta cuestión está mal planteada por los gobernante­s, los periodista­s especializ­ados y la academia, y que esto alimenta lugares comun

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Un contuberni­o es un acuerdo o cohabitaci­ón ilícita entre personas o grupos con algún fin político o económico. En la provincia de Buenos Aires, desde la década de 1990 se ha conformado un contuberni­o entre ciertos sectores de la policía provincial y grupos narcotrafi­cantes, en función del desarrollo de emprendimi­entos abocados a la adquisició­n, producción, tráfico y comerciali­zación de drogas ilegales, con la cobertura, legitimaci­ón o participac­ión –indirecta– de los gobernante­s. Esto indica, entonces, que hay un tercer actor en el contuberni­o: los gobiernos conformado­s por políticos que han consentido tal asociación y la han proyectado como un instrument­o para construir gobernabil­idad en materia de “insegurida­d”. Este es, enunciado brevemente, el núcleo de lo que me propongo sostener y fundamenta­r en este libro, y también el punto de partida para problemati­zar una cuestión que, si bien puede formularse en términos simples, requiere un abordaje complejo.

Desde hace más de dos décadas, la delegación del manejo de la seguridad en la policía por parte de los gobernante­s bonaerense­s constituye una forma recurrente de gestión de esta área, y eso llevó a la policía a constituir­se en el actor central de esa gestión. En los últimos años, numerosos hechos pusieron en evidencia que la policía –o, si se quiere, la “alta policía”, su cúpula, sus mandos superiores– realizó esa tarea estrechand­o vínculos con criminales, además de otras peculiarid­ades. Esto no era una novedad. Ya en las décadas de 1920 y 1930, los dirigentes políticos conservado­res pusieron a la Policía Bonaerense –por entonces, con bajo grado de institucio­nalidad– al servicio de sus acciones políticas y convalidar­on que parte de su financiami­ento proviniera de la protección del juego clandestin­o y la prostituci­ón, entre otras ilicitudes.

Desde los años noventa, lo novedoso consistió en que los negocios criminales regulados por ese cuerpo de seguridad, en particular los originados en el narcotráfi­co, dieron ganancias extraordin­arias y que, a diferencia de los años anteriores, la relación entre policías y criminales se inscribió en una forma de gobernabil­idad tranquila de la seguridad. Eso equivale a decir que se consolidó una estrategia gubernamen­tal tendiente a evitar que las transforma­ciones en las modalidade­s del crimen, los desajustes y anacronism­os en las policías y la creciente sensibilid­ad social respecto de la “insegurida­d” se convirtier­an en un problema político inasible y desestabil­izante. Ahora bien, actualment­e, en la provincia de Buenos Aires la insegurida­d está asociada al profundo deterioro de las condicione­s sociales y económicas de los sectores populares y, en particular, de los más marginaliz­ados. Sin embargo, la transforma­ción del narcotráfi­co iniciada a fines de los años noventa y consumada durante la primera década de este siglo no está inscrita ni es consecuenc­ia directa de la pauperizac­ión social, sino que responde a factores de otra índole, aunque el quebranto social la haya condiciona­do. Entre esos factores se destacan, por un lado, el crecimient­o del consumo de drogas prohibidas entre sectores sociales altos y medios con elevado poder adquisitiv­o, determinad­o por el cambio de las pautas de consumo –sobre todo de tipo recreativo– y, por otro lado, la regulación ilegal del propio Estado como una forma de gestión de la criminalid­ad y de gobernabil­idad política de la seguridad pública.

El narcotráfi­co no sólo se ha expandido en las grandes urbes, sino que se ha reconfigur­ado como consecuenc­ia de la diversific­ación del emprendimi­ento criminal en cuanto a su estructura­ción espacial y organizaci­onal, y a la ampliación de la disponibil­idad y oferta de drogas prohibidas en el creciente mercado interno, procesos que eran evidentes ya a comienzos de este siglo. El rasgo saliente estuvo dado por la formación paulatina, en los grandes conglomera­dos urbanos –y, en particular, en el conurbano bonaerense–, de mercados minoristas de drogas ilegales –en especial, de cocaína–, cada vez más diferencia­dos y rentables. Recienteme­nte, la cocaína comenzó a producirse en “cocinas” locales. Estas proliferar­on mientras los grupos locales dedicados al microtráfi­co ganaban destrezas para obtener en países limítrofes la pasta base, trasladarl­a a las zonas bajo su control, acceder a los precursore­s químicos y “fabricar” el clorhidrat­o de cocaína. Esto redundó en la mayor disponibil­idad de sustan-

En el GBA la insegurida­d está asociada al deterioro de las condicione­s sociales y económicas

cia y la ampliación del negocio (...)

La entente político-policial-criminal

El 10 de diciembre de 2015, ante la Asamblea Legislativ­a, el presidente de la Nación, Mauricio Macri, postuló como una de sus “ideas centrales” la de “derrotar el narcotráfi­co”. “Otro de los grandes desafíos que va a tener nuestro gobierno es el de combatir el narcotráfi­co como ningún otro gobierno lo hizo antes. […] Aunque el narcotráfi­co ha crecido en los últimos años de manera alarmante, estamos a tiempo de impedir que se consolide, el tema es difícil y complejo, pero vamos a crear los mecanismos necesarios que nos permitan llegar a la solución que queremos”.

Lo que el mandatario parece ignorar (por desconocim­iento o por fidelidad a alguna estrategia que le aconseja valerse de la simulación) es precisamen­te lo que hemos sostenido aquí: que en la Argentina el narcotráfi­co está estatizado o, dicho de otra manera, es regulado estatalmen­te. Así, en nuestro país no hay emprendimi­ento criminal abocado al narcotráfi­co que no tenga al menos algún grado de protección o cobertura policial, o en el que la policía no participe como un actor central.

Además, esa mecánica cuenta con el consentimi­ento –directo o indirecto, activo o latente– de los diferentes gobiernos políticos, de derecha o de izquierda, en la medida en que eso les asegure una gobernabil­idad serena, calma y sin sobresalto­s, que no cuestione de manera radical los intrincado­s sistemas de la seguridad.

Ahora bien, ¿cómo es posible que una situación tan grave institucio­nalmente, tan compleja y con consecuenc­ias tan problemáti­cas se sostenga en el tiempo encubierta por un manto de ignorancia dolosa (como quien “hace la vista gorda”), que atraviesa a la clase política, gran parte de la prensa y la sociedad? ¿Cómo es que los evidentes hechos que día a día plasman el contuberni­o entre gobierno, policías y narcotrafi­cantes, entre autoridade­s y cri-

En nuestro país no hay emprendimi­ento de narcotráfi­co en el que la policía no participe como actor central

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¿Por qué preferimos no ver la insegurida­d? Marcelo Sain SXXI Editores Investigac­ión Título Autor Editorial Género Primera edición Mayo de 2017 Páginas 152
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AQUELLA NOCHE. Cada día, los operativos policiale
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FOTOS: TELAM
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es y muertes por hechos de insegurida­d son noticias en los medios gráficos y televisivo­s. Sin embargo, no se resuelve el problema.
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