Perfil (Domingo)

MISTERIOS Y CERTEZAS DEL CHATEO EN LAS REDES SOCIALES

- CHRISTIAN CAMBLOR

¿Vieron qué forma más práctica y contundent­e de perder la dignidad es responder al instante un mensaje, cuando del otro lado lo hacen cada 20 minutos, cada dos horas o incluso una semana después? Yo en esos casos extremos, opto por la solución más “salomónica” posible: demorar mi respuesta tanto como la otra parte demoró la suya. Y listo. Aunque esté sin hacer nada, por no decir al gas, por no decir con más tiempo disponible que Osvaldo Sabatini, el marido sin ocupación conocida de Catherine Fulop. Que sufra mi indiferenc­ia por un rato, aunque le importe poco y nada. Cualquiera que leyó la “Semiótica avanzada” de Ferdinand de Saussure sabe que –en el marco de un chateo por WhatsApp o el Messenger de Facebook, o red social que sea– cuando la otra parte te pone un escueto “je”, se acabó lo que se daba. O sea, es el fin del diálogo. Un punto y aparte encubierto. Un visto afectuoso. Digámoslo sin miedos: es un “no tengo onda” sutil, para entendidos. Imaginemos el siguiente diálogo: “–Ey, ¿cómo viene tu fin de semana? –Je”. Listo. Estás más al horno que el arquero Batalla saliendo a cortar un centro. También puede pasar que un diálogo con una dama con la que tenemos malas –o buenas, depende– intencione­s, comience de forma más que promisoria, al punto de hacernos pensar en la primera cita, en la segunda, y en el viaje a Colonia de fin de semana. Pero, rarezas de las comunicaci­ones virtuales, de golpe ella nos deja de escribir. Ahí se nos llena el marote de preguntas. ¿Qué cornos pasó? ¿Le dije algo que no le gustó? ¿Encontró una foto en mi muro de Facebook que destruyó mi imagen? ¿Me encontró con otra? ¿Me encontró en el Veraz? ¿Debería llamar a mi contador antes de empezar un chateo hot? El que tenga la respuesta, le cedo mi columna de forma inmediata.

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