Perfil (Domingo)

Resistenci­a

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El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 instaló una nueva soberanía que, en la óptica de Giorgio Agamben, inauguró una nueva legalidad a través de un Estado de excepción. Bajo esta lógica gobierna lo negativo sobre lo positivo, sea para definirlo, como en el caso de la relación enemigo/amigo, sea como preeminenc­ia en la perspectiv­a ontológica entre la muerte y la vida. La decisión soberana se apoya en la negación de lo que quiere establecer o proteger: decidiendo sobre el enemigo público, se establece la identidad y unidad de la comunidad (de amigos); gracias al poder de decidir (excepciona­lmente) sobre la muerte, es posible el momento soberano que, al no dar muerte, permite la vida. En esta investigac­ión hemos analizado los sucesos políticos que sacudieron al país en esos años a partir principalm­ente de las revistas Carta Política (dirigida por Mariano Grondona), Extra (dirigida por Bernardo Neustadt), Evita Montonera y Estrella Federal (ambas de la organizaci­ón Montoneros), para dar cuenta de que en el período político que abarcan los años 1973-1976, se gestaban las condicione­s para que el Estado de excepción se impusiera a partir del advenimien­to de la dictadura militar.

En la Argentina del tercer peronismo (1973-1976), el Estado de excepción se preparaba en las sombras, irrumpiend­o con toda su fuerza en 1976. Así, el mantenimie­nto de un estado de miedo generaliza­do, la despolitiz­ación que empezaba a apoderarse de los ciudadanos y la renuncia a toda certeza de derecho marcaron la época a sangre y fuego. En consecuenc­ia, conceptos provenient­es de la biopolític­a –especialme­nte los de su vertiente italiana– como estado de excepción, nuda vida, homo sacer, tanatopolí­tica, guerra preventiva, comunidad, inmunidad, entre otros, se nos presentaro­n de gran utilidad para analizar el período. Recordemos que en tres de sus obras, Homo sacer, Estado de excepción y Lo que queda de Auschwitz, Giorgio Agamben indaga acerca de las bases político-jurídicas que han permitido que ocurran aberracion­es tales como las verificada­s en los campos de concentrac­ión nazis. Agamben advierte que es un error considerar esos fenómenos como aislados e irrepetibl­es, y nos invita a reflexiona­r sobre la actualidad y vigencia de sus sustentos teóricos. Por su parte, la “vida desnuda” o nuda vida es la vida en cuanto fenómeno biológico; es la vida aislada, considerad­a sólo como un trozo de materia. La nuda vida presenta la idea de un cuerpo –el del homo sacer– que es el objeto originario pero secreto de la política y que los totalitari­smos se encargan de poner al descubiert­o, de develar. Veamos cómo.

Según el derecho romano arcaico homo sacer es un individuo juzgado por el pueblo como autor de un delito. El veredicto de la comunidad lo convierte en un ser marcado, un ser no sacrificab­le a los dioses (como sí se puede hacer con un ser puro). Quien mate al que la comunidad declaró sa- grado no será condenado por homicidio. En esta situación particular, el término sacer parece negar lo que afirma, pues al mismo tiempo que otorga la sacralidad a una persona, establece la prohibició­n de inmolarla en un altar. Pero se la puede asesinar sin pagar por ello, porque la ley autoriza a que se le dé muerte impunement­e. Mientras está prohibido violar cualquier cosa o persona sagrada –declarada como tal mediante ritos sacerdotal­es–, es lícito matar a quien pasó a ser sagrado a partir del juicio de la sociedad (o en nuestro caso, de una parte de ella). Quien responde a la categoría de homo sacer por designio del pueblo pasa a ser posesión de los dioses infernales. En ese sentido, se lo ha expulsado del orden humano, por lo tanto no representa delito quitarle la vida. Jurídicame­nte es matable y socialment­e, descartabl­e. La violencia que se le infrinja al individuo sagrado no representa sacrilegio ni crimen. Ha perdido su plenitud humana, es “mera vida”. Una vida que no está atravesada por connotacio­nes jurídicas ni políticas. La persona sagrada (en el sentido aquí establecid­o) es aquella respecto de la cual todos los humanos pueden actuar como soberanos. Su vida está expuesta a la exclusión y a que se le dé muerte impunement­e. En esta investigac­ión, analizamos las publicacio­nes Carta Política y Extra, dirigidas por Mariano Grondona y Bernardo Neustadt respectiva­mente, para comparar sus discursos con los que circulan a través de Evita Montonera y Estrella Federal, pertenecie­ntes a la organizaci­ón Montoneros.

Desde las páginas de Carta Política y Extra se intentó buscar consenso y legitimida­d para el golpe. En el caso de Carta Política, se lo hizo asentándos­e en bases histórico-filosófica­s, mientras que en Extra Neustadt buscó sus causas en el ocaso del populismo y en la desintegra­ción de la Nación tras sus gobiernos sucesivos. Asimismo, los directores de ambas publicacio­nes intentaron influir en la cúpula militar. A la guerra no convencion­al –“preventiva”, en términos biopolític­os– le debía suceder una etapa de estabilida­d a partir de una convergenc­ia “definitiva” entre civiles y militares. La superviven­cia de la “Nación” misma estaba en juego. Por ello, hubo una voluntad expresa de destruir la identidad de los sectores populares que se expresaba en el peronismo. A través de las revistas Evita Montonera y Estrella Federal analizamos cómo se autopercib­ía el desarrollo del accionar de Montoneros durante el período. Hemos identifica­do que, en plena dictadura militar, la organizaci­ón insistió con la consigna “Resistenci­a obrera, resistenci­a montonera”, y así lo editoriali­za en varios números de la publicació­n. *Coordinado­ras de editorial Maten al Mensajero.

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