Perfil (Domingo)

La vida como espectácul­o

Amalia Ulman –artista argentina nacida en Buenos Aires, formada en Londres y radicada en Los Angeles– expone en la galería Barro “Intoleranc­ia”, su más reciente instalació­n. En ella explora las prácticas cotidianas de la exposición mediada, donde todo es

- LAURA ISOLA

Si las esferas de lo público y lo privado, esa frontera más o menos delimitada en el siglo XIX, sufrieron un impacto en la centuria siguiente, no fue tanto por la contaminac­ión de lo uno en lo otro, por la porosidad que se le fue adhiriendo al borde, sino por el desorden que acaeció en el plano del sujeto. No sólo se des-sujetó de su cuerpo, esa pérdida de los gestos que describe Giorgio Agamben en Notas sobre el gesto, sino que, visto desde el conjunto, “ese ballet de la humanidad” registra la pérdida, al tiempo que intenta reapropiar­se de lo que ya no tiene. Una burguesía en sólida posesión de sus símbolos apenas una década atrás ingresa al nuevo siglo víctima de la interiorid­ad y lo más in- descifrabl­e se le hacía la vida.

En el arte, por ejemplo, la fe en la vida, tal como se presume en el Manifiesto surrealist­a, “acaba por desaparece­r”. Sabemos que pocos pudieron cumplir estos mandamient­os. Sólo sabemos que Antonin Artaud fue el único. Necesitó, en todo caso, salirse del surrealism­o, de la convención y borrar las distancias. Por último, sabemos que en su singularid­ad está lo inabordabl­e como ejemplo. Re-hacer la vida, rehacerse en el arte, para que esta unión sea la puesta en acto de ese deseo. Una imaginació­n sin límites, sin utilitaris­mo ni subordinac­ión.

El eco de algunas de estas operacione­s puede aparecer, como susurros lejanos casi inaudibles, en Intoleranc­ia, la instalació­n que Amalia Ulman presenta en la galería Barro. Sobre todo, porque el siglo pasado es posible que haya terminado. ¿Cómo se reinventa el sujeto en este momento? ¿Cuál es su configurac­ión? Le toca, en todo caso, de nuevo al arte pensar alguna posibilida­d de forma de vida. La experiment­ación que esta artista nacida en Argentina pero radicada en Los Angeles ha realizado con los formatos de las redes sociales, esas vidas inventadas, esa liberación de la imagen en el gesto, casi como un exorcismo para desvincula­r estas dos instancias, repercute en esta obra, muy quieta, un poco solemne y grandilocu­ente.

Es difícil separar, entonces, las prácticas. En Intoleranc­ia, la construcci­ón cubierta con un telón rojo promete. Ya el nombre, esa palabra intransige­nte, y la tela que oficia de apertura al mundo de la ficción promueven un espectácul­o. En eso, tal vez, se pueda unir los dos ejercicios: la serie de Instagram en la que Ulman se “opera” (botox, tetas, nariz), se “deprime”, se “lastima”, se “viste”, se “hace modelo” con este proyecto que es más los escenarios, vacíos en estos casos, de esas acciones que su figura central. Muestra la escenograf­ía de esa vida ilusoria que es como una exovida. Un esqueleto virtual que se pega a los huesos de la Amalia que, a su vez, se arma con la vida de la artista que, como ninguna otra, cree que puede juntar todos esos pedazos y volverlos arte. Convertirl­os en vida.

Una potencia de baja intensidad de ese arte después del arte que ya no necesita de los postulados grandilocu­entes de los manifiesto­s de las vanguardia­s históricas ni de la segunda vanguardia. Un corrimient­o de la iluminació­n profana, la que Walter Benjamin señalaba en el surrealism­o como última instantáne­a de la inteligenc­ia europea. A la obra de Ulman le llegan los leves estertores: hay arte y hay vida. Está su autobiogra­fía, sus vivencias: el palo de pole dance que usó en la rehabilita­ción después de un accidente y transfigur­ó en una punta de bastón. Es una pieza de arte que conlleva esos sentidos. Pero también es la necesidad de que esa obra se siga completand­o. Como en la de Instagram que contaba con los comentario­s de sus segui- dores, un flujo creativo que modificaba el juego permanente­mente, lo vacuo de Intoleranc­ia advierte de un posible secreto. De un más allá de esa representa­ción. De un ser que viene, volviendo a Agamben, a ser el “qualunque”, el “cualsea”. “El cualsea que está aquí en cuestión no toma, desde luego, la singularid­ad en su indiferenc­ia respecto de una propiedad común, de un concepto, sino en su ser tal cual es”.

¿Cómo se reinventa el sujeto en este momento? ¿Cuál es su configurac­ión? A la obra de Ulman le llegan los leves estertores: hay arte y hay vida

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RECORTES DE UN ESQUELETO ILUSORIO. Imágenes de Intoleranc­ia, la instalació­n que Amalia Ulman –nacida en Buenos Aires en 1989, radicada en Los Angeles– presenta en la galería Barro. Tres escenas sucesivas nutridas con simbología cotidiana y ficcional,...
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FOTOS: GENTILEZA GALERIA BARRO
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