Una mujer que busca paz, respeto y educación
La actriz -cantante interpreta a nina Hagen, figura del punk, en un espectáculo en cooperativa en el Maipo. Budismo, matrimonio igualitario y adopción en un mundo convulsionado.
Ya se había convertido en mujeres histriónicas, potentes, sufridas, vinculadas a los escenarios, como Niní Marshall, la desafinada soprano Florence Foster Jenkins, la tan lírica como atormentada Judy Garland. Recientemente, había sido la envenenadora Yiya Murano. A todas las dotó de locura y dulzura, de elegancia y desfachatez, marcas profesionales y personales que Karina K imprime en cada proyecto. Pero faltaba el espíritu del universo independiente del que ella es oriunda, desde sus comienzos en los 80, junto a Batato Barea y Tino Tinto. Eso es Mamapunk, donde hace el guión, dirección e interpreta- ción de un personaje inspirado en la cantante alemana –mezcla de punk, cabaret y ópera– y activista ecológica Nina Hagen. No la conoce, pero planea grabar el espectáculo y hacérselo llegar a la ecléctica artista, que actualmente tiene 60 años. Por ahora, los viernes a las 23.30 Karina K se sube al Teatro Maipo, junto a la bailarina Cynthia Manzi y los músicos Tomás Rodríguez, Juan Giménez Kuj y Fernando Seitz.
—¿Cuándo y cómo empezaste con esta obra?
—Nina Hagen siempre fue una referente de la libertad, expresiva, sonora, vocal; acompañó mi adolescencia, con su estilo artístico, en la época en que yo merodeaba el Parakultural. En 2011, Alejandra Radano me preguntó: “¿Cuándo vas a volver a la autogestión?”. Entonces, aprendí a componer, junté material de Nina, hice traducciones y empecé a imaginarme cómo mostrar desde la etapa más rebelde de Nina Hagen hasta su etapa más política, de denuncia contra las armas nucleares, la Guerra Fría, y de conciencia ecológica y misticismo.
—¿Esto se articula con tu práctica personal del budismo?
—Sí. Yo practico el budismo desde hace muchos años, en una ONG que se llama Soka Gakkai, cuyos pilares son la paz, la cultura y la educación, sobre el respeto por la dignidad de la vida.
—¿Cómo se financia este espectáculo y cómo te orga-
“Practico el budismo desde hace muchos años en uina ONG”
nizás económicamente?
—Gané el premio Trinidad Guevara, que me da un subsidio mensual que empecé a cobrar este año, coincidiendo con la decisión de independizarme. Estoy diciendo que “no” a trabajos que me ofrecen, salvo algunas películas. El premio me ayuda a pagar los impuestos; además soy ahorrativa. En Mamapunk, monté una cooperativa donde todos tenemos el mismo puntaje; no importa que yo sea la protagonista. Tuvimos el apoyo de Nino Patalano para gastos de materiales, pero trabajamos con lo mínimo, aunque parece una superproducción. Lo que necesita nuestra obra entera es lo que vale el vestuario de cualquier obra de la calle Corrientes.
—¿Por qué aceptaste hacer “Esperanza mía” en 2015 en El Trece?
—Tenía ganas de interpretar una monja. Yo fui a un colegio de monjas pero nunca había hecho una. Me tomé la televisión como un convento: mucha disciplina, horario estricto, levantarme a las 5 de la mañana, para hacer mi mantra y estar lúcida. Y ahí estaba Lali Espósito, tan chiquita en ese momento: 24 años y un profesionalismo extraordinario.
— ¿Cómo equilibrás tus protagonismos y lucimientos casi de diva con hacer una cooperativa, donde sos sólo una más?
—Está en la etimología de la palabra: el protagonista pro agoniza, es decir, también agoniza. El divismo, el teatro de jerarquía monárquica, es antiguo, demodé, tiene que ver con la condición humana de la inseguridad. Las personas inseguras suelen tener ataques de desdén o arrogancia que las vuelven más vulnerables; no les permiten ser permeables a la presión, sobre todo al estar en el escenario, que es una lupa gigante: ahí está tu humanidad.