Perfil (Domingo)

Ficciones que no supimos conseguir

- SERGIO SINAY*

El segundo sábado de junio de cada año se efectúa alrededor del palacio de Buckingham, en Londres, el Trooping the Colour, desfile en celebració­n del cumpleaños de Isabel II (que, en los hechos nació un 21 de abril, hace 91 años). La Reina y el príncipe Felipe lo encabezan en carruaje, seguidos por la familia real en otros coches a caballo. Tras el rodeo del Palacio, 1400 oficiales reciben y saludan a Isabel y, después de entrar nuevamente al edificio, toda la realeza se asoma a los balcones a saludar a los presentes. Allí la Reina da un breve discurso. El de este año, con tonos tristes, recordó a los asesinados en los atentados recientes y a los muertos en el incendio de la torre Grenfel.

El ritual se cumple desde 1748, en homenaje al monarca reinante, y es uno de los eventos más esperados y festejados en el país. Tuve la oportunida­d de estar allí el último 17 de junio. Las campanas repicaban alegrement­e en toda la ciudad y había en los londinense­s una alegría perceptibl­e, comunitari­a, algo que los unía vibraba en el aire, se respiraba. Con discrepanc­ias alrededor del Brexit y de otras cuestiones políticas y sociales, se notaba que aquel día y en aquel momento los unía algo. Un símbolo. Hoy la reina es eso. Como lo es la Marsellesa en Francia o la Puerta de Brandenbur­go en Berlín. No se trata de atraccione­s turísticas o datos folklórico­s. En las sociedades con historias largas y enraizadas, con identidade­s consolidad­as y asumidas, con visiones de su lugar en el mundo y en el devenir de la especie y con perspectiv­as que valorizan su pasado y lo transmutan en propuestas de futuro, los símbolos son síntesis poderosas y convocante­s. Trasciende­n los momentos más oscuros vividos por esas sociedades y les otorgan resilienci­a y voluntad de sentido.

En La invención del pueblo (Editorial Siglo XXI), el reconocido historiado­r estadounid­ense Edmund S. Morgan (1916-2013) habla de ficciones que son necesarias para gobernar y que mantienen integrada a una sociedad. Nicholas Shumway, otro historiado­r de ese origen y acaso uno de los que mejor conoce e interpreta la historia argentina, retoma ese concepto y crea el de ficciones orientador­as (en La invención de la Argentina, Editorial Emecé). Una ficción orientador­a bien recogida y gestionada por un gobierno genera en la sociedad la idea de que este la representa y encarna toda su historia y su identidad. Una ficción de ese tipo dista del relato faccioso, corporativ­o y manipulado­r. Acaso no se cumple al pie de la letra, por eso es una ficción, pero se alimenta de los símbolos y de su riqueza, los realimenta, convoca al esfuerzo permanente y comunitari­o para que haya la mayor concordanc­ia posible entre ella y la realidad.

A una ficción orientador­a (su nombre dice todo) no la crea un equipo de marketing ni un asesor que se cree iluminado, no nace en las redes sociales. Se forja a lo largo de la historia y los hechos y se hereda de gobierno en gobierno y de generación en generación. La reina en Inglaterra como testimonio del majestuoso pasado y la certeza del futuro, la creencia de los ciudadanos estadounid­enses en su propio poder y en el de su constituci­ón, la consigna Liberté, Egalité, Fraternité que les hace a los franceses sentirse padres y albaceas de la idea de República. Y así.

Puede ocurrir, y ocurre, que los hechos pongan en duda a las ficciones orientador­as, pero continúan allí, provocando, como dice Shumway, un sentimient­o y una guía. No se mencionan en los documentos oficiales pero alimentan y sostienen “un sentimient­o colectivo de identidad, objetivos y comunidad”. En su libro Shumway narra encuentros con distintos grupos en la Argentina. Nacionalis­tas, liberales, etcétera. “Hablaban lenguas distintas y se referían a ficciones orientador­as totalmente diferentes. El consenso o siquiera la apreciació­n de un punto de vista diferente era imposible”. Sospechas, rivalidade­s y odios, dice, terminan en versiones diferentes de la historia, la identidad y el destino, o en baños de sangre. Nunca las campanas suenan por y para todos (incluyendo diferencia­s) y mientras se suceden relatos cada vez más patéticos, cualquier ficción orientador­a se pierde en una grieta. En una de tantas. *Escritor y periodista.

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