Perfil (Domingo)

Entre la corrupción del presente y la del pasado

- MARCELO BERMOLEN*

Brasil, el gigante de Latinoamér­ica, se encamina a la mayor encrucijad­a de su historia democrátic­a. Carcomido por los escándalos de corrupción transversa­les a todas las agrupacion­es políticas, al denominado “circulo rojo” de empresario­s, sindicalis­tas y lobbistas, y a dos de los tres poderes del Estado (el Ejecutivo y el Legislativ­o) parece no encontrar fondo a su caída institucio­nal. Sostenido con alfileres y por una trama de complicida­des e intereses personales y corporativ­os, el “status quo” se parece mas a un equilibrio inestable que puede desmoronar­se como un castillo de naipes.

Debajo de la superficie, fuerzas ocultas pujan por no quedar atrapadas y hasta por retomar el manejo de los hilos del poder que hoy las tienen acorralada­s.

Los últimos tres presidente­s democrátic­os han sido impactados por el escándalo: Dilma Rousseff terminó destituida por un impeachmen­t, Michel Temer fue acusado recienteme­nte de corrupción en su actual mandato por el procurador general de Brasil, Rodrigo Janot, mientras que Luiz Inácio Lula Da Silva acaba de recibir una impactante condena judicial por parte del mítico juez Moro.

La mayor paradoja está dada por el fracaso de las actuales autoridade­s que vinieron a “rescatar” a un vapuleado Brasil de las incongruen­cias del populismo, y que en su naufragio han terminado por revivir y reivindica­r los “fantasmas” del pasado.

La pulseada se dará entonces entre Temer y Lula -y los intereses que se con- juguen a su alrededor-. El actual mandatario, el más impopular de los últimos treinta años –con apenas 7% de aprobación- ya ha sido condenado socialment­e. Para permitir que avance la investigac­ión en su contra, se requiere que la Cámara de Diputados avale la acusación fiscal con 2/3 de sus miembros (una especie de desafuero) pero muchos legislador­es investigad­os por corrupción se resisten a abrir esa compuerta que probableme­nte los terminaría arrastrand­o. Por eso, más por espanto que por amor, prefieren a Temer en el poder.

Lula Da Silva encabeza todas las encuestas de opinión para el caso de un inminente llamado a elecciones y acaba de inaugurar la infeliz condición de primer ex presidente de la historia de Brasil condenado por corrupción. La sentencia de 9 años y medio de prisión, multa e inhabilita­ción para ejercer cargos públicos por 19 años, lo enfrenta nuevamente con el Juez Federal Sergio Moro, a quien Lula acusó ante el comité de derechos humanos de la ONU de diversas arbitrarie­dades y de llevar adelante una persecució­n política en su contra, victimizac­ión que utilizará en las inminentes apelacione­s y en su defensa pública. Moro, en su implacable sed de justicia, podría haber sido funcio- nal al establishm­ent que quiere a Lula lejos del poder.

Pero las batallas no han terminado. Los comicios de octubre de 2018 que Temer presiente cercanos, quedan aún a camino de nuevos padecimien­tos. Las reformas “estructura­les” que su administra­ción impulsa -como el congelamie­nto del gasto público por 20 años o la antipática reforma previsiona­l- sólo están aumentando el descontent­o. El 76% de los brasileños pretende la renuncia de Temer, y no pueden descartars­e nuevas revelacion­es públicas sobre corrupción y hasta traspiés en una economía que no arranca y ha devuelto a la miseria a miles de connaciona­les.

Para Lula -en cambio- las elecciones deberían suceder antes de la revisión de su condena -estimada para el año entrante- que en caso de ser ratificada lo alejaría definitiva­mente del poder. Por eso, no sería descabella­do pensar que desde el Partido de los Trabajador­es (PT) se promueva un aumento de la conflictiv­idad social para acelerar el fin de Temer, recuperar el poder y contener las purgas judiciales.

Atrapados por la falta de liderazgo, muchos brasileños sienten vergüenza de lo que sucede. La decadencia política, empresaria­l, e institucio­nal ahonda la grieta y los enfrenta a la disyuntiva de elegir entre la actual corrupción y la del pasado. Una forma inútil de quedarse sin futuro. *Director del Observator­io de Calidad Institucio­nal de la Universida­d Austral.

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AP ENOJADOS. Los militantes petistas ven una "mano negra" detrás de la condena a Lula.

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