Desde el diván del analista
Hay personas que se construyen una vida diversificando sus emociones, repartiendo sus pasiones: familia, amigos, trabajo, hobbies. Pero hay otras que con un mecanismo inverso, se la destruyen. Aunque quizás, para quien siente una pasión tan desenfrenada se trate de una vida más verdadera. Aquí hay un personaje despersonalizado en otro, ni siquiera sabemos su nombre. Un amor de la temprana adolescencia reaparece treinta años después. Él es P, ella es ella, la amante de P, la que espera al viernes para ver a P, la que sabe que P no se va a separar y la que va olvidando sus intereses hasta llegar a uno solo: P.
Garland logra desdibujar las pasiones de la protagonista –que se vislumbraban antes de P– para focalizarla en P, por quien siente una atracción que no puede controlar. Después del primer encuentro, de un eterno café en el que se cuentan 30 años, ella comienza a enfocarse en la pasión que surge. P tiene esposa, P tiene hijos, P va a la iglesia, a P le pasan cosas. A ella sólo le pasa P. Quizás le pasan otras cosas, pero la fuerte presencia de P las vuelve grises. “Voy con él adonde quiera que vaya. Cómo no se dan cuenta todos. Cómo no ven el cuerpo suyo en el mío, sus ojos en los míos, su boca”. “Sobrevuela un sentimiento reverencial, reverencial y liviano. En esa combinación imposible hay algo muy verdadero”.
Narrada en primera persona y dividida en tres partes, en esta breve novela no faltan las redes sociales. El relato es visceral, como el que se expone en el diván de un analista. De rápida lectura, impactan recursos de estilo muy bellos. No necesita ser contada porque se ve, y lo que se ve vale la pena ser visto.