Invitación a subirse a un viaje
En Buenos Aires se respira teatro, en cada barrio y rincón de la ciudad, sin importar el día de la semana y el horario. La cita con el público puede darse un sábado o domingo a las 11 de la mañana, un lunes o cualquier otra noche. Más allá de la enorme variedad disponible, vivimos en una ciudad en la cual la oferta excede los límites de la producción meramente comercial, pensada para turistas, como sucede en otras urbes. Porque el teatro en Buenos Aires es nuestro, de quienes vivimos acá. Pero también para quienes nos visitan. Espacios alternativos, como una pileta de natación, un ta- ller mecánico, una peluquería, el baño de un museo o el taller del orfebre Juan Carlos Pallarols, irrumpen en la escena invitando a los espectadores a explorar y descubrir lugares desconocidos, novedosos e intervenidos con palabras e historias llenas de mentiras que todos creemos ciertas.
A esto se suma la riqueza de formatos, con obras que pueden durar casi cuatro horas y que, pese a su extensión, rompen con los mitos de que al espectador contemporáneo, acostumbrado a la velocidad y a su poca capacidad de atención, sólo hay que ofrecerle productos culturales digeridos y edulcorados.
Que una nueva propuesta se sume a la amplia oferta disponible es algo natural y -siempre- celebratorio. Comprender que hay un público interesado en vivir una experiencia teatral exprés, veloz y que lo transporte a otros lugares, que muestre vidas y realidades ajenas, ayuda a que cada vez más personas se animen a formar parte.
La cartelera teatral porteña requiere de espectadores activos, críticos, interesados y curiosos. Preguntar, tener amigos o un grupo de referencia que ayuden a detectar las piezas teatrales que brillan hará que este viaje sea único e irrepetible.
la cartelera teatral porteña requiere de espectadores activos, críticos y curiosos