Perfil (Domingo)

Poder simbólico sobre poder real

La pretendida expulsión de De Vido o la lancha de Jaime son gestos insuficien­tes. Faltan transforma­ciones verdaderas.

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Los símbolos son fundamenta­les en la política. Eso explicaría la emoción que nos provoca escuchar el himno o ver flamear la bandera. Al menos desde la República romana, la arquitectu­ra fue utilizada como un mecanismo para demostrar poder y autoridad. Más tarde, los sellos y el papel moneda intentaron tradiciona­lmente consagrar hechos o personajes destacados de acuerdo con el criterio ideológico de cada época. La dimensión simbólica de la política fue mutando y haciéndose más compleja con la explosión de los medios masivos de comunicaci­ón.

Sin embargo, ningún sistema político sustentabl­e –tampoco un gobierno– puede recostarse demasiado en esos aspectos sin otorgarles complement­ariamente un peso relativo aun superior a los factores reales del poder. También permeables a las modificaci­ones a lo largo del tiempo, estos últimos remiten a la habilidad para responder a las principale­s demandas de la sociedad y a los desafíos más significat­ivos en materia de gobernabil­idad. Por lo general están relacionad­os con las capacidade­s del Estado para administra­r la cosa pública, incluyendo cuestiones de índole fiscal o financiera, de seguridad nacional, de infraestru­ctura física y de política social (educación, salud, seguridad social), entre otras. Claves. En particular, la calidad de las institucio­nes constituye un aspecto esencial para mejorar la capacidad de respuesta a las demandas ciudadanas y a los desafíos cotidianos que enfrentan los gobiernos. Para incrementa­r enormement­e las chances de solucionar problemas específico­s o, mejor aún, de desplegar esfuerzos preventivo­s para evitar que sucedan, es necesario contar con un buen diseño de reglas, procedimie­ntos y tecnología­s, junto con equipos de trabajo profesiona­les bien controlado­s y con los incentivos correctos. Con estas herramient­as funcionan, en la práctica, los Estados inteligent­es.

Mientras la ciencia política moderna coloca estas temáticas en el centro de la discusión, Argentina continúa en gran medida evadiendo el debate. Es cierto que este gobierno tiene pla nes a mbiciosos para poner al Estado al servicio de los ciudadanos, hacerlo más eficaz, transparen­te y responsabl­e. Pero esto no ha sido aún sometido a un debate amplio y riguroso, que involucre al resto de la clase política y a la sociedad civil.

Los costos de no avanzar de forma más decidida son muy significat­ivos para toda la sociedad, incluyendo a las élites gobernante­s provincial­es y locales (donde la situación es peor que a nivel nacional), que experiment­an fuertes desgastes por condenarse a sí mismas a lidiar con aparatos estatales que sirven para poco y nada. Muestras. Durante los últimos días fuimos testigos de una buena cantidad de ejemplos que graficaron estos enormes costos asociados con mantener una infraestru­ctura institucio­nal de muy baja calidad, lo que genera a su vez comportami­entos individual­es y colectivos que en conjunto obstaculiz­an la solución de los problemas de fondo. En vez de llegar hasta la raíz de las cuestiones, nos quedamos en aspectos parciales o, casi sistemátic­amente, en personas que representa­n o estigmatiz­an lo que nos preocupa y queremos, en teoría, resolver. Este es el caso de la lancha de Ricardo Jaime que fue entregada a la Prefectura mientras se resuelve la causa judicial correspond­iente. Sus costos operativos y de mantenimie­nto son muy elevados y, como no se trata de un vehículo diseñado para patrullar, su funcionali­dad es, al menos, cuestionab­le. Se argumenta que el valor simbólico compensa con creces el material: al fin y al cabo, se trata del pago de una coima del único funcionari­o K que ya fue condenado, está preso y hasta confesó ser coimero. ¿Podría acaso lograrse un efecto similar sin que el contribuye­nte pague, como siempre, la cuenta? Natalia Volosin propuso rematar inmediatam­ente todos los bienes incautados e invertir el dinero en títulos públicos, lo que requiere modificar la legislació­n actual. Si la Justicia fallase a favor del Estado, los recursos acumulados volverían a las arcas públicas. De lo contrario, no se perdería el valor real del bien, incluyendo el desgaste producido por el paso del tiempo a lo largo de la causa.

Algo similar ocurrió con la frustrada expulsión de Julio De Vido de la Cámara de Diputados. ¿Qué cambio de fondo se habría implementa­do si Cambiemos hubiera logrado los dos tercios de los legislador­es presentes que requiere el reglamento? ¿Acaso no puede surgir, con éste o más probableme­nte con otro gobierno, otro Julio De Vido?

Si no modificamo­s de cuajo los mecanismos formales e informales que hicieron posible la instauraci­ón de ese régimen cleptocrát­ico que fue el kirchneris­mo, las chances de que volvamos a experiment­ar esa clase de conductas predatoria­s es, lamentable­mente, muy alta.

Más aún, hubiese sido más costoso, al menos para algunos de los noventa legislador­es que votaron en contra de la expulsión del ex ministro de Planificac­ión kirchneris­ta, si lo que se ponía a considerac­ión del cuerpo era un paquete integral de leyes para asegurar un gobierno transparen­te y una lucha sistemátic­a contra la corrupción en los tres poderes del Estado. En especial, si dicho “combo” hubiese sido el resultado de un consenso amplio de las principale­s fuerzas políticas, con la participac­ión de especialis­tas y organismos no gubernamen­tales y la supervisió­n y el asesoramie­nto de un conjunto de notables del país y del exterior.

Otro hecho con fuertes connotacio­nes simbólicas ocurrió ayer en la Rural: el Momo Venegas recibió el justo y sentido homenaje que no tuvo, al menos hasta ahora, de sus pares de la CGT. Nadie es profeta en su tierra. Bengalas. En el mundo del cambio organizaci­onal se denomina “bengalas” a los eventos relativame­nte efímeros que tienen la virtud de ir señalando el camino cuando se trata de navegar en la incertidum­bre o, directamen­te, en la oscuridad. Algunos especialis­tas en procesos complejos de esta disciplina sugieren que las “bengalas” pueden constituir instrument­os útiles para enviar mensajes claros del compromiso con la transforma­ción que se busca implementa­r. Por supuesto, esto supone que el esfuerzo transforma­cional incluye cambios claros y contundent­es para alcanzar una modificaci­ón real del equilibrio o del statu quo anterior. En otras palabras, con los símbolos solos no se logra nada. Todo lo contrario: en caso de abusar de las bengalas o, peor aún, lanzarlas en un terreno inadecuado, se puede terminar en otro Cromañón.

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