Perfil (Domingo)

Una cuestión de derechos

- ALEJANDRA PERINETTI*

Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia y el Instituto de Estudios Laborales y del Desarrollo Económico, hay 30 millones de niños que crecen pobres en los países más ricos del mundo. En Argentina, esta situación alcanza a casi 6 millones de niños, y más de 1 millón de ellos vive en la pobreza extrema.

Dimensiona­r la problemáti­ca de la pobreza en términos monetarios permite graficar la relevancia que adquiere esta temática que compromete al conjunto de la sociedad, a cada uno de nosotros. Implicanci­as. Pero no contempla otras dimensione­s fundamenta­les que complejiza­n el análisis. ¿Pensamos en las implicanci­as que tiene para un niño crecer en la pobreza? Lo más dramático de esta situación es que representa, por un lado, una severa violación a sus derechos humanos, y al mismo tiempo significa quitarles posibilida­des de un futuro mejor a muchos futuros ciudadanos de nuestro país. Marginalid­ad. La pobreza es nociva para cualquier persona en términos de exclusión y marginalid­ad. Pero en el caso de los niños y niñas, ser pobre es enfrentars­e a las constantes barreras de acceder al pleno ejercicio de sus derechos. No hay que perder de vista que esta situación limita sus posibilida­des de desarrollo. No tratar la cuestión en lo inmediato genera problemas tanto en el presente como en el futuro. Pobreza. Crecer en situación de pobreza es tener severas dificultad­es para educarse, lo que se traduce, la mayoría de las veces, en el abandono escolar, el ingreso precoz al mercado laboral y la precarizac­ión laboral.

Además, la pobreza pone en riesgo la unidad familiar y aumenta la posibilida­d de que los niños crezcan lejos de ellas.

Crecer en la pobreza también vulnera el acceso a una salud de calidad, a una alimentaci­ón saludable, al agua potable. Pero además, priva a millones de niños y niñas de otros aspectos vinculados directamen­te con ella, como la insegurida­d, la desprotecc­ión, el hostigamie­nto o abuso, la falta de participac­ión y la exclusión social.

Lo que debe comprender­se es que es éste el momento de actuar y producir soluciones conducente­s para un cambio de perspectiv­a. Si no, las posibilida­des de que esta situación se reproduzca en las próximas generacion­es son muy altas. Una inmediata intervenci­ón requiere modificar las condicione­s de vida que compromete­n el desarrollo presente de las niñas, niños y adolescent­es, y el futuro de la sociedad. Inclusión. Poner fin a la pobreza en todas sus formas requiere garantizar la inclusión de los niños y adolescent­es para que puedan ejercer plenamente sus derechos. En esta tarea, la intervenci­ón del Estado es imprescind­ible. Su compromiso ante la comunidad internacio­nal, al ratificar la agenda de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas para el año 2030, representa una oportunida­d para revertir este proceso y permitir mejorar la vida de millones de personas. Pero también, se requiere un importante compromiso como sociedad. Todo el conjunto de la sociedad tiene la obligación de compromete­rse en uno de los temas más urgentes de la agenda.

Postergar las respuestas es hipotecar el futuro de millones de niños y de la sociedad toda. El momento es hoy. *Directora nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina.

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