Perfil (Domingo)

Archipiéla­go venezolano

- LEANDRO DARIO

Región de Moscú, década de 1930. Al final de la conferenci­a distrital del partido, celebrada en una fábrica de papel, se adopta una resolución de fidelidad al camarada Stalin. Todos se paran y aplauden. Tres minutos. Cuatro. Cinco. Las palmas de las manos duelen ya. Nadie se atreve a ser el primero en dejar de aplaudir, ante la atenta mirada de agentes del NKVD, que no sólo baten palmas, sino también vigilan quién osa parar. Al llegar al minuto once, el director de la fábrica se deja caer en su asiento. Y se produce el milagro. Todos dejan de aplaudir de una sola palmada y se sientan. Pero aquel arrebato de sentido común –o de valentía– no es gratuito. Aquella misma noche el director de la fábrica es arrestado y senten- ciado a diez años de prisión. “¡Y nunca sea el primero en dejar de aplaudir!”, le ordena el juez de instrucció­n.

La anécdota, relatada brillantem­ente en Archipiéla­go Gulag por Alexandr Solzhenits­yn –Premio Nobel de Literatura 1970 y difusor de la represión en la ex URSS–, podría haber sucedido hoy en Venezuela. ¿Cuántos de los militares de la Guardia Nacional Bolivarian­a reprimen a sangre y fuego porque ésa es su forma de aplaudir? ¿Cuántos efectivos del Servicio Bolivarian­o de Inteligenc­ia Nacional (Sebin) detienen y torturan con la misma lógica?

La ONG Una Ventana a la Libertad (UVL) denunció que el Sebin tortura –con métodos como la crucifixió­n, el submarino, la picana– y encarcela en condicione­s infrahuman­as a cientos de venezolano­s. El 80% de los moradores de los gulags del siglo XXI –categoría que también hermana a las fuerzas de seguridad bolivarian­as con las “cárceles secretas” de la CIA– son presos políticos juzgados ante tribunales militares, según advirtió la fiscal general Luisa Ortega Díaz.

En ese contexto, algunos venezolano­s irán hoy a votar a sus constituye­ntes, que les prometiero­n “alcanzar la paz”. La oposición y el chavismo crítico anunciaron que no participar­án del cuestionad­o proceso. Empleados públicos y beneficiar­ios de las misiones sociales acudirán a los centros electorale­s tras oír al presidente Nicolás Maduro advirtiend­o que controlará­n “nómina en mano” quiénes votan -y quiénes no– .

Es lógico que muchos venezolano­s aplaudan por temor a perder la vida, la libertad o la asistencia del Estado. Pero, ¿cuánto tiempo más aplaudirá la comunidad internacio­nal, que expresa en voz baja y “despacito” su preocupaci­ón por la violencia en Venezuela? ¿Cuánto más aplaudirá Maduro, que al sepultar la Carta Magna no se percató que quien presida la Constituye­nte tendrá la facultad para disolver cualquier poder constituid­o, incluso el suyo propio? ¿Cuánto tiempo más aplaudirem­os todos?

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