El deseo de revolución
En su último libro, que tiene el mismo título de este artículo, el filósofo analiza el concepto –revolución– que signó a la filosofía de la última mitad del siglo XX y empujó muchas de las luchas políticas a nivel global y también en Argentina.
En un diálogo en el año 1975 entre dos eminentes filósofos como lo son Vladimir Jankélevitch y Michel Serres, en el que defendían la enseñanza de la filosofía en el nivel medio, Jankélevitch dijo algo sorprendente. Para responderles a las autoridades que sostenían que la filosofía era una disciplina anacrónica que no se adecuaba a las necesidades de nuestro tiempo, el profesor señaló que la filosofía francesa era joven, que no tenía más que treinta y dos años.
Sin conocer las razones de la referencia que puntualiza su origen en aquel año, y no en una figura como Montaigne o Descartes, con lo que su vida se prolongaría varios siglos, un rápido empleo de la regla de cálculo me dio por resultado que el año de tal nacimiento es 1943.
Año extraordinario porque coincide con la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, y con la aparición de una obra filosófica: L’Être et le Néant ( El ser y la nada) de Sartre.
¿Coincidencia? ¿O referencia? No lo sabemos. Ningún acontecimiento editorial que no fuera ése puede marcar el calendario filosófico de no ser ese tratado de ontología fenomenológica que le da el sello teórico al existencialismo.
¿Es un homenaje tácito del profesor Jankélevitch a su autor? Desconocemos su valoración de Sartre. Algunos dicen que no lo apreciaba demasiado
Pero setenta y cinco menos treinta y dos da cuarenta y tres, de eso no hay ninguna duda, y que partir de esa fecha, el nombre de Sartre dominará unos cuantos años la escena intelectual y filosófica francesa, tampoco.
Y que la filosofía francesa fue uno de sus mejores productos de exportación de la posguerra también es un he- cho. Francia en la posguerra ofreció al mundo tres productos de alta gama: el general de Gaulle, Brigitte Bardot y Sartre.
Por supuesto que hubo filósofos anteriores a Sartre en el recorrido del siglo pasado, pero no dejaron estela alguna, desaparecieron con su portador. El caso más notorio es el de Henri Bergson, escritor destacado y consagrado con un premio Nobel, que no tuvo –a pesar de haber anticipado descubrimientos científicos, como recordaron algunos estudiosos– continuidad filosófica ni efectos culturales notorios más allá de su vida.
Esta limitación en el tiempo de lo que Jankélevitch define como filosofía francesa me permitió imaginar la posibilidad de marcar períodos en su reciente historia. Desde esa fecha de iniciación hasta hoy, han transcurrido siete décadas. Por un lado, es una enormidad, aunque no tanto. La Segunda Guerra Mundial no data del paleolítico. Muchos extienden las consecuencias