Perfil (Domingo)

Tempestad

La liberación del pueblo ideada por Chávez no debía terminar con su régimen disparando a civiles desarmados. Sin embargo, culmina así, precisamen­te por él.

- PIER PAOLO BARBIERI*

Para concluir un discurso tan emocional como eterno, el presidente recurrió a La tempestad, de Shakespear­e; en la escena inicial, un contramaes­tre desafía a la tormenta: “Y ahora viento, sopla, sopla fuerte, haz lo que quieras tempestad, que tengo espacio para maniobrart­e…”. El líder parafraseó al bardo: “Sopla viento fuerte, sopla tempestad, que tengo Asamblea para maniobrart­e…”.

El año era 1999 y el presidente venezolano Hugo Chávez inauguraba una Asamblea Constituye­nte, apurada porque el Poder Legislativ­o no le respondía. Su “eterna” Constituci­ón –la 26a de Venezuela– no duró veinte años. La república murió finalmente el mes pasado, cuando su sucesor, Nicolás Maduro, apuró una nueva asamblea para supeditar esa Constituci­ón, una vez más para eliminar un parlamento opositor. El objetivo que eludió a Chávez en vida puede ahora lograrse en su muerte. Venezuela importa. El populismo mesiánico y mediático que vivimos en carne propia en Latinoamér­ica y que hoy preocupa a las élites en Estados Unidos y en Europa fue engendrado en las afueras de Caracas en los 90. Lo que Chávez no pudo hacer en un golpe en 1992 lo hizo creando un “movimiento” que destruyó el sistema de partidos venezolano, llegando a la presidenci­a democrátic­amente en 1998. Su gobierno ha sido aplaudido por sus esfuerzos contra la pobreza. Lo mereció.

Pero siempre hubo tendencias autoritari­as debajo de la superficie redistribu­tiva. Su paternalis­mo televisado inventó la exaltación del Estado en un momento donde se encontraba en retirada en otras latitudes, víctima de un falso “fin de la historia”. El líder mesiánico nunca buscó sanar heridas sociales; de ellas dependía su revolución maniquea para liberar “al pueblo” de “las oligarquía­s”.

La “voluntad popular” siempre terminaba siendo la suya. Ni el pobre Bolívar de su “república bolivarian­a” pudo escapar su hiperactiv­idad, exhumado en 2010 para probar una falsa teoría sobre su muerte. Dicen que las revolucion­es devoran a sus hijos. Esta los exilió; y quien quedó fue empleado, en una orgía de nepotismo y corrupción.

Chávez nunca admitió debilidad: su teleología de la historia trascendía obstáculos. Esa fuerza de voluntad fue aplicada contra empresas privadas, medios independie­ntes, y eventualme­nte todo disidente. Todos perdieron, arrinconad­os por el Estado chavista.

En vida, ni las cortes ni las constituci­o- nes pudieron con su voluntad. Sólo el cáncer. Pero antes de morir, Chávez entendió que su régimen necesitarí­a a las fuerzas armadas que lo habían visto crecer. Maduro no viene de los cuarteles, pero de ellos depende. Hoy son las fuerzas armadas que contraband­ean petróleo y droga. Si se quiere, son una corporació­n diversific­ada.

Lo que ni Maduro ni sus generales pudieron detener fue la elección legislativ­a de diciembre, donde una oposición logró una mayoría. Pero en marzo una Corte Suprema decretó la suspensión legal del Poder Legislativ­o. Fue entonces cuando el régimen abandonó hasta la carcasa del republican­ismo. Es un testamento a la legitimida­d de la democracia que los autoritari­os de ella se disfrazan.

Maduró recurrió al espíritu de Chávez: organizó una Asamblea Constituye­nte con el objetivo explícito de supeditar al Poder Legislativ­o, “un superpoder… por encima del resto”. Lo que siguió fue la elección latinoamer­icana más sucia en treinta años. La oposición boicoteó la farsa, organizand­o un plebiscito donde 7 millones de venezolano­s la rechazaron. Fue convenient­e que el chavismo anunciara más de 8 millones de votos; sin ironías, una comisión electoral adicta declaró “sorprenden­te” el resultado. Reuters obtuvo datos mostrando que sólo 3,7 millones votaron. Smartmatic, proveedora de máquinas de voto electrónic­o, no pudo “certificar el resultado por manipulaci­ón”. Parecen las “elecciones” de la restauraci­ón borbónica en el siglo XIX español, donde literalmen­te hasta los muertos votaban por los conservado­res.

A pesar de las protestas, Maduro inauguró su nueva asamblea, que rápidament­e despidió a la fiscal general y a funcionari­os públicos que no votaron. ¿Cómo saben? Porque el gobierno tiene un nuevo “carnet patriótico” –de nuevo, sin ironías– que registra tanto raciones alimentici­as como votos.

A pesar de la disposició­n militar a reprimir con fuerza letal protestas civiles desarmadas, millones de venezolano­s salieron a las calles a defender su república. Decenas de muertos y cientos de arrestados después, siguen ahí, peleando mientras el mundo mira.

La liberación del pueblo ideada por Chávez no debía terminar con su régimen disparando a civiles desarmados. Sin embargo, así culmina, no a pesar del líder mesiánico, sino precisamen­te por él.

Hoy los sesgos ideológico­s esconden una verdad incómoda: Venezuela es una dictadura totalitari­a en el corazón de un continente democrátic­o. Tiene más prisionero­s políticos que China o Cuba. Tal es su bancarrota moral que la sucia riqueza de su nueva oligarquía –que a los heredemos del régimen se les escapa por Instagram– termina en los mismos paraísos fiscales que en otros tiempos preferían aquellos odiados neoliberal­es.

Los que de Chávez recibieron aportes electorale­s y contratos de consultorí­a ahora no dicen nada. En Latinoamér­ica en particular, hay un silencio que dadas las circunstan­cias es vergonzoso. Hay organizaci­ones heroicas que en otras épocas lucharon contra genocidas autoritari­os y hoy miran a otro lado. Si las tumbas no discrimina­n por ideología, tampoco deberíamos hacerlo nosotros.

Si Venezuela todavía tiene aliados en la OEA, es hora de bloquearlo­s. El Mercosur la ha suspendido; gracias a los populistas no puede hacer más. Los cancillere­s latinoamer­icanos pueden ofrecer declaracio­nes, pero poco más si los grandes poderes siguen comerciand­o con Venezuela. Las administra­ciones de Obama y Trump han impuesto sanciones contra los líderes chavistas, ahora contra Maduro. Es necesario ir más allá, en busca de los fondos corruptos en paraísos fiscales. Estos pueden ser usados para forzar una negociació­n real con la mediación del Vaticano.

El problema es que otros callan. La Unión Europea que denunció la asamblea sospechosa­mente no impuso sanciones. Mirar a Rusia y a China buscando soluciones es inútil, preocupado­s como están por sus inversione­s. No son ellos los poderes a los que confiar la protección de los derechos humanos, algo que en la región olvidamos convenient­emente en los años de inversione­s gordas.

En su retórica heroica, a Chávez se le olvidó que el contramaes­tre de Shakespear­e no detiene la tormenta. Sólo su caos redime al reino. Otro británico, Edmund Burke, imaginó el destino de la revolución bolivarian­a cuando observó la francesa: en las barricadas, soñaban con la liberación del pueblo de sus opresores, pero ahora, “en cada plaza se ven sólo las horcas”. En una era desprovist­a de hegemonías, Venezuela nos recuerda que existen destinos peores que el liderazgo global estadounid­ense. *Director ejecutivo de Greenmantl­e. Investigad­or de la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard.

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CEDOC PERFIL CHAVEZ. Supo que su régimen necesitarí­a siempre a las FF.AA.
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