Con la fuerza de la bohemia
Tiempo de dragones. El elegido en su soledad
La irrupción de J.R.R. Tolkien en el panorama de la literatura fantástica anglosajona significó una erupción volcánica de dimensiones inimaginables. Y la publicación de El Señor de los Anillos a mediados del siglo pasado tuvo un efecto de lectura crítica que, en algún sentido, fue injusto y hasta devastador: la compleja y rica tradición del género quedó tristemente opacada por el esquema conservador del escritor inglés. A partir de entonces, pocos autores lograron sacar la cabeza del círculo estrecho y asfixiante de los fanáticos. Sin embargo, el género sigue siendo un panorama complejo y rico en experiencias de escritura. Y en algún sentido sus claves pueden ordenarse en dos vertientes: una serie de escritores que ponen el acento en la estructura narrativa, y otros que experimentan con las posibilidades poéticas que el género brinda. Steven Erikson, Joe Abercrombie, Michael Moorcock, Brandon Sanderson, y George R. R. Martin podrían ser del primer grupo. Ursula Le
Guin, China Mieville, Mervyn Peake y John M. Harrison, del segundo.
Liliana Bodoc hace un ajustado y preciso equilibrio entre las dos vertientes. En esta segunda entrega de la saga Tiempo de dragones, Bodoc sigue desarrollando las líneas narrativas que sembró en la primera. Y en ese sentido, asume la condición eminentemente arquitectónica de la trama: muchos personajes que se entrecruzan, sobre todo en una sola escena, dos pueblos (los Tzarús y los Dratewka), dos continentes (Merec y Terentigani) embarcados en salvar o matar a una dragona blanca de poderes enigmáticos.
Pero lo que realmente sorprende del libro de Bodoc es la vena poética que la escritora asume para narrar. Es una escritura despreocupada de la descripción de cualquier circunstancia y, en cambio, apuesta sus fichas más reconocibles, a una alquimia verbal de notable belleza. Doy un solo ejemplo de lo que digo: “Quien no conoce el monte no conoce el verdadero sentido de lo múltiple, y es incapaz de ver los corredores de la humedad, las esquinas de la sombra, los túneles en la maleza. Quien no conoce el monte es incapaz de reconocer, siquiera, cuál es su frente y cuál su espalda”.