Multiplicar las preguntas
Hace poco más de dos décadas, el Museo Nacional de Bellas Artes dedicó a Luis Felipe Noé una gran exposición. Este año, dando cuenta del carácter programático de su obra, siempre de cara al futuro, presentamos su muestra Mirada prospectiva, en la que pueden vislumbrarse las opciones transformadoras por las que abogó durante más de medio siglo. Invertimos así la lógica con que se piensa habitualmente la trayectoria de un artista –hacia atrás en el tiempo–, porque su obra contiene en ciernes algunas tendencias subyacentes de cada época sobre las cuales Noé supo proponer ciertas derivas posibles. Dotada de la madurez que confiere la experiencia, su mirada sobre el pasado y el presente se ha resuelto, tanto en su producción plástica como en sus textos, no bajo la forma de una visión profética sino más bien de la captura de las vertientes invisibles de la historia, a las que saca a la luz no sin ironía y sensible agudeza visual. Una anécdota que suele referir Noé alumbra la autonomía de su arte a propósito de una tradición en la que inscribirse. Su maestro, Horacio Butler, autor de una variante del paisajismo naturalista traída de París, habría asistido a la primera exposición individual del discípulo díscolo con la sospecha de que el disgusto ante las obras lo haría irse por anticipado. Sin embargo, lo esperó a la salida. “Haciendo lo contrario de lo que le enseñé, usted ha hecho una pintura que le dio gran resultado. Me ha dado una lección”, le habría dicho Butler. Y es que Noé hizo de la búsqueda de su propia estética un derrotero singular, que si bien permite anclar su evolución artística en diversas corrientes del último medio siglo, define su inserción a partir de diferencias inasimilables. Rápidamente se lo circunscribe y acota a la Nueva Figuración, que desde 1961 animó junto con Ernesto Deira, Jorge de la Vega y Rómulo Macció, pero también es claro que en su obra hay un exceso que trasciende aquel marco de referencia, aunque nunca dejó de tenerlo como base. Allí el lenguaje de las experiencias críticas de las vanguardias fue probado en la interrogación por las vicisitudes históricas del momento. En ese sentido, su obra Introducción a la esperanza, de 1963 –perteneciente al patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes–, resulta paradig-
mática: “Mano limpia”, “Vote fuerza ciega”, “Cristo habla en el Luna Park” y “Mujeres” son las consignas de esa pieza fundacional que, a la vez, es cuadro, collage, pintura, instalación compuesta por nueve telas enmarcadas, en la que emula una manifestación como las que anunciaban la turbulencia de los años 60. Desde esa encrucijada cultural, ha incursionado en otro registro de la vida artística: la escritura. Pues Noé pertenece a la rara clase de artistas que poseen una profunda reflexión teórica sobre el oficio, que prolonga en sus ficciones. No sólo en sus ideas sobre la praxis artística de las que procede Anties
tética (1965); también, en la experimentación literaria y política de Una sociedad colonial avanzada (1971) y Recontrapoder (1974) o, más recientemente, en Noescritos
sobre eso que se llama arte (2007). De esos agudos momentos, atravesados por la sombría coyuntura del país, no salió indemne: promediando los años 60, dieron paso a un fuerte período de cuestionamiento y abandono de la plástica, a la que retornó una década más tarde. Noé vivió en Nueva York entre 1961 y 1962; en 1976, durante los primeros meses que siguieron al inicio de la última dictadura militar, se trasladó a París, y regresó a la Argentina en 1987, donde vive y trabaja actualmente. Los convulsionados años 70 signaron su obra con el ensamblado de texturas, telas y objetos en el relato del destierro, desde donde, desplegando su desaforado expresionismo pop, ejerció la crítica de los poderes. Aunque Noé interpela tanto la trama política como, sobre todo, los momentos que la constituyen en el seno de la sociedad civil. Así, la idea de fragmentación del sujeto posmoderno y su articulación con los mass media convive en sus trabajos con la ampliación del espacio a otra dimensión: sus instalaciones pictóricas reclaman –construyen– una ácida percepción del presente, obligando a quien las interroga a ejercitar otra mirada, descolocada, lateral, incómoda, fuera de escala y razón. En 2009, el Bellas Artes presentó en sus salas las dos enormes pinturas de Noé que constituyeron el envío argentino a la Bienal de Venecia: La
estática velocidad y Nos estamos entendiendo. Su riquísima y vasta trayectoria suma ahora esta nueva exposición en el Museo, con curaduría de Cecilia Ivanchevich, que demuestra la vigencia del artista, porque las cuestiones que Noé pone a consideración a través de sus obras no buscan dar respuestas coyunturales ni cerrar temas, sino, por el contrario, multiplicar las preguntas y los puntos de vista.