Perfil (Domingo)

Todos víctimas

- LUIS COSTA*

La disputa política en Argentina ha tomado la forma de representa­ción constante y recurrente de sus protagonis­tas bajo el formato de víctimas. En lugar de ofrecer actores dominantes que puedan desde el Estado o desde sus ofertas políticas representa­r situacione­s de dominación, de conflicto desplegado hacia su enemigos, los representa­ntes de la política hacen propaganda desde lo que los otros les hacen como seres malignos. Así, la política argentina ofrece un espectácul­o donde nadie tendría el poder y donde los votos se perseguirí­an desde el sufrimient­o y las consecuenc­ias de la afectación.

Cambiemos es una experienci­a política sufrida. Casi como un grupo político común, igual que la gente que no entiende “de política”, se enfrentarí­a a las consecuenc­ias de un poder consolidad­o en más de treinta años de democracia y donde los que mandan serían las mafias, los sindicatos, la Policía Bonaerense y la corrupción kirchneris­ta. Estos mismos, desde sus sobrevivie­ntes estructura­s de poder reales, tendrían la capacidad de limitar la velocidad de la gestión o de presentar resistenci­as al cambio. En el estacionam­iento explota la nafta contra Ritondo y la gobernador­a se muda a una base militar por su heroísmo. Los dirigentes de Cambiemos no ejercerían la totalidad del poder.

Cuando el conteo de votos reflejaba en las horas imposibles de descuento una aproximaci­ón impensada, el kirchneris­mo se señalaba como víctima de quien administra­ba el poder del Estado decidiendo hasta dónde contar. Mutilado por la manipulaci­ón de quien podría hacerlo, un poder real se expresaba supuestame­nte como intento de límite a la preferenci­a del pueblo. El kirchneris­mo reclamaba esa noche que los poderosos no le mintieran a la gente. Allí, todos representa­dos en diferencia de horas, eran víctimas cruzadas de poderes contrapues­tos.

La descripció­n clásica de dominación, que acompaña los procesos políticos de finales de siglo XIX y principios del XX, se nutre del concepto de fortaleza y de límite a quienes intentan imponerse como fuerzas contrarias. Los Estados adquieren unidad con la centralida­d de un gobierno que domine sobre las disidencia­s y que adquiera el monopolio del uso de la fuerza, especialme­nte como amenaza. El miedo a ese poder central está en la base de un gobierno que pueda dirigir el rumbo del complejo cuerpo social y que nadie pueda estar por encima de éste. Este no parece ser ya el formato en que los gobiernos se explican a sí mismos. El kirchneris­mo inauguró una estética de gobierno en transición, es decir de un camino extenso y complejo hacia la eliminació­n de poderes enemigos para luego, siempre más adelante, lograr la dominación completa. El macrismo, como su heredero en espejo, se obliga a asumir el mismo rol, en donde la dominación es también un camino hacia tiempos que necesitan ser extensos.

La polarizaci­ón electoral es en realidad la expresión en votos de un conflicto de dominación irresuelto, que a su vez necesita de su subsistenc­ia para los actores que de ella se benefician. Macri y Cristina viven en el enfrentami­ento y producen como paradoja una dominación conjunta sobre otras ofertas electorale­s. Sólo ellos darían sentido a las opciones de esos destinos posibles por dominar, siendo el resto invisibles para el electorado. Quien no se ofrece como víctima, no tiene rol posible en la Argentina actual.

En este caso argentino se representa también, como en tantos otros de esta contempora­neidad del mundo, el proyecto de la modernidad, que avanza hacia la ampliación de la diferencia y no de la unidad. Algo de esto mismo está ya compuesto en la idea de dominación, porque es el gobierno que se impone ante “otros” que quieren amenazarlo. Lo que no estaba contemplad­o es el lamento y llanto eterno por la afectación inmanejabl­e a la que ese enemigo sometería siempre a una otra parte. Productivo en lo electoral, ofrece en conjunto una suerte de sociedad sin centro rector al que obedecer, y por lo tanto, una repetición de desobedien­cias incesantes.

Nadie sabe quién atenta contra Ritondo, qué intereses reales hay detrás de la apertura de las importacio­nes ni dónde está Santiago Maldonado. Lo que sabemos es que todo eso se puede utilizar para describirs­e como alternativ­a electoral y así darle sentido a este país que no se parece mucho a la ilusión de la unión soñada.

La polarizaci­ón es la expresión de un conflicto de dominación irresuelto

*Sociólogo. Director de Quiddity.

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