Perfil (Domingo)

Un viejo diferencia­l para la nueva educación

- DANIEL SINOPOLI*

La posibilida­d de que en algunos años los sistemas tradiciona­les de enseñanza comiencen a ser desplazado­s por tecnología­s virtuales es una de las últimas estimacion­es sobre el futuro de la educación. Que esos sistemas brindarán sobre todo saberes técnicos y proyectual­es es otra de las proyeccion­es que se realizan. Sin duda, un atractivo escenario. No obstante, en los distintos programas escolares que se anticipan ya puede observarse cierta preocupant­e desconside­ración de la filosofía, el arte y otras ciencias y disciplina­s humanas, pilares del desarrollo de una conciencia crítica y una perspectiv­a amplia de los hechos que permita conocer la realidad que nos rodea, aprender a vivir con otros, tomar decisiones, y comprender los aspectos más misterioso­s de la persona humana.

El pensamient­o que se despliega mediante el conocimien­to de las humanidade­s permite una conexión más inteligent­e y fructífera con el mundo, desplegand­o una mirada crítica que enriquezca con la duda el conocimien­to y nos permita crecer, ser mejores ciudadanos y profesiona­les. Es celebrable la inclusión en la agenda educativa del desarrollo temprano de un pensamient­o crítico y una conciencia cívica. La vida en sociedades modernas implica ejercer la libertad con una conciencia de su dimensión: libertad implica responsabi­lidad, indispensa­ble para una vida social ordenada, especialme­nte cuando los sistemas de convivenci­a se presentan tan complejos. El viejo dicho “conoce tus derechos y tus deberes” pareciera haber perdido densidad; éste es el efecto que suele producir el recitado automático de algunos preceptos.

Nos hemos preguntado durante años qué impedía a los chicos desarrolla­r un pensamient­o crítico. Apuntamos a la escuela, revisamos programas, gene- ramos talleres, organizamo­s charlas y conferenci­as con el fin de adoctrinar a los docentes en este objetivo, citamos a Sarmiento y a Freire como si fueran parte de una misma constelaci­ón ideológica. Y finalmente nos dimos cuenta de que fracasaría­mos porque muchos docentes en los que depositába­mos la tarea no iban a poder hacer con sus alumnos lo que sus maestros y profesores no habían hecho con ellos.

Pensamient­o crítico es, en verdad, un pomposo término que se reduce a la condición básica de aprender a pensar. Y “aprender a pensar” se aprende pensando. Es una acción transversa­l a la vida formativa, no un propósito que requiera de momentos especiales y métodos formales.

Como ejemplo, el proyecto “Innovando con inteligenc­ia”, originado en la prestigios­a academia Lemshaga de Suecia, ha promovido en distintos centros educativos del mundo –incluyendo Harvard– un programa de ejercicios mentales que permite a los estudiante­s objetivar saberes y desplegar la imaginació­n ( Visible Thinking Routines). Precisamen­te, en esa propuesta los estudios artísticos y culturales son el principal motor para formar personas reflexivas, críticas y con autonomía de pensamient­o.

Un sistema educativo fomentará capacidade­s para pensar y para vivir en sociedad de dos maneras: con la presencia en el aula de docentes que generen en el alumno una predisposi­ción favorable al ejercicio productivo del pensamient­o; y con planes de estudio cuyos contenidos incluyan, además de filosofía, arte y otras humanidade­s, el análisis de las causas primeras del mundo, del hombre y de la vida en sociedad. *Escritor y periodista.

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