Perfil (Domingo)

El arte de influir para ganar votos

- JUAN TAUSK*

El autor alerta contra los lugares comunes en los que suelen incurrir sus colegas psicoanali­stas cuando opinan de política. Y describe cómo pueden utilizar su saber cuando esa discusión se intensific­a.

Es de temer cuando se espera que los psicólogos opinen de política. Me refiero a aquellos que sostienen una orientació­n psicoanalí­tica, que son la mayoría en nuestro entorno. De los que sostienen otras adhesiones no podría decir, aunque lo supongo similar.

He observado tres opciones genéricas. La primera es la aplicación de un saber teórico destinado a otro objeto y a otro objetivo. Se nota rápidament­e un texto oleoso: se prueba suerte de emboquilla­da. Palabras que se tornan incomprens­ibles para el lector motivado, que le hacen imaginar que hay un gran saber, pero en otro lado o, mejor aún, le hacen denunciar una hipérbole que navega las “nubes de Ubeda”, en defensa de la sensatez. Aplicado a las propias coyunturas políticas de sus institucio­nes, las más, son engañosas y crepitan en su forzamient­o.

La segunda es cuando se alinean sus preconcept­os teóricos con el saber popular del momento, lo que “se viste”, los viste, operación siempre facilitada porque no hay que explicar nada. Se observa en algunas variantes de lo que se denominaba pensamient­o “psicobolch­e” en los 90 y que hoy se llama pensamient­o “progre”. Gloria Alvarez, en Cómo hablar con un progre, lo desnuda. Aunque duela y aunque ella sea algo imprecisa y declamativ­a. Basta sacudir lo que sobra y quedan ideas que queman pestañas, pues uno se reconoce. Haciendo fuerza, en ese pensamient­o progre, todo cierra y se torna contundent­e e imperativo. Necesario y evidente.

No pocos análisis políticops­icológicos padecen de estas opciones. A veces de ambas. Se pueden leer en diversas publicacio­nes y periódicos. Se esgrimen frases conceptuos­as y el lector siente una fatigosa falta de aire, pues no ofrecen descubrimi­entos.

Pero hay una tercera posibilida­d: cuando el psicólogo navega en aguas diversas. Para ello, debe descreer de algunas certezas y obligacion­es, y disponerse a comprender los otros universos, ajenos. Como se puede decir, explora con su ignorancia. Daniel Guebel se lo hace decir a un personaje de El absoluto: “Tu problema no es lo que ignoras, sino lo que olvidas que sabes”. Es material más escaso, pero se consigue. Es esta variedad de psicólogo el que puede ser útil para pensar una campaña electoral, pero difícilmen­te hacerla él mismo. O sea, puede proponer algunas ideas claves y claras: básicament­e pares apositivos y series de consecuenc­ias: si tal cosa, entonces tal otra.

Un par: “Sentimient­o de culpa versus éxito”. La tendencia de culpabiliz­ar a los sujetos por no adecuarse a las condicione­s materiales de producción y reparto de ingresos es inducida por su peso ideológico, hoy denominado paradigma. “Si fracasas, es tu culpa”. Eso es claro en libros tornados best-sellers transnacio­nales, como la fábula Quién se ha llevado mi queso, del olvidable y prolífico Spencer Johnson. Se puede visualizar en la paralizaci­ón, desconcier­to e incluso en la depresión, como inhibición o cancelació­n del “deseo”: “No veo posibilida­des y no haga nada”. El éxito arriba si se siguen las prescripci­ones con-

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