Perfil (Domingo)

EL NOQUEADOR

En 1973 Vladimir Nabokov decidió recopilar en un tomo algunas de las entrevista­s que había concedido hasta entonces. Opiniones contundent­es se convirtió así en un tratado de literatura extraordin­ario en el que el autor de Lolita arremete con veneno contra

- RAFAEL TORIZ

Afuerza de la costumbre uno termina por percatarse –aunque el ejercicio de la crítica demande todo lo contrario– de la predilecci­ón por cierta clase de libros, algunas obras, determinad­os estilos. Más que un género se trata de la búsqueda de un respiro. La elección de un formato: persecució­n a mansalva de las musas menores.

Lejos del prestigio que entraña el género fragmentar­io, prefiero aquellas obras que se acercan sin máscara o apenas con antifaz a la representa­ción de la vida; se trata de aquellos libros pergeñados con lo que sobra y lo que resta de una obra macerada y decantada: no fragmentos, sino libros hechos directamen­te con los escombros de un edificio.

Estas hijas del cascajo, que de ninguna manera dejan de ser una puesta en escena, encarnan lo que entiendo por teoría: poner en escena una idea. Sacar a pasear a una puta.

Las obras hechas con el forraje de sus creadores –me refiero puntualmen­te a los libros de entrevista­s– permiten una visión aparenteme­nte más humana de sus autores; garantes de una frescura exclusiva que escapa a una novela, a un ensayo y desde luego a la poesía. La conversaci­ón por escrito a poco que se la escuche toma la cómoda forma del ensayo literario, esa especie de la prosa donde la plática se hace líquida y el diálogo por fuerza termina siendo una práctica de esgrima con agudos espectador­es. Entre los libros más sabrosos al respecto, podemos recordar Mis almuerzos con Orson Welles editado por Peter Biskind; Guampetero­s, fomas y Granfalune­s de Kurt Vonnegut y

Conversaci­ones con los escritores editado por G. Plimton. Sin embargo, ningún libro es tan sólido, ninguna obra tan avasallant­e, precisa y categórica como las Opiniones contundent­es de Vladimir Nabokov, una de las mayores inteligenc­ias literarias del siglo XX a quien esta obra exquisita recorta con una luz que permite calibrar su estatura endemoniad­a.

Publicado por primera vez en español por Taurus en 1973 y reeditado en 1999, la obra que ahora edita Anagrama se ofrece como un compendio de textos menores en los que la

agudeza del padre de Lolita –pero también de Ada o el ardor, La dádiva, Pálido fuego y Habla, memoria– destaca no sólo por la solidez e inteligenc­ia de sus juicios, sino por la lucidez amigable y atemperada de quien posee un saber transparen­te que ilumina, difractada por un diamante, el mundo con una luz tornasolad­a y verdadera, como ala de mariposa.

El libro cuenta con toda suerte de juicios, literarios y estéticos que lejos de fundar una escuela demuestran que nada es tan sano para el espíritu como pensar por cuenta propia: “No hay ciencia sin fantasía, ni arte sin hechos. La tendencia a los aforismos es síntoma de arterioesc­lerosis”.

La novedad de esta edición es que incluye, por primera vez en español, los apartados “Cartas a directores de publicacio­nes” y “Artículos”, lo que le da al tomo un carácter misceláneo de lectura indispensa­ble y absoluta colección.

La sección de las entrevista­s –la más vasta y más jugosa– va de 1962 a 1972 y son concedidas a medios tan dispares como Playboy, la BBC, Vogue, Time, la Radio Suiza o el New York Times (hay incluso una entrevista con Alvin Toffler antes de que devenga futurólogo famoso).

Para estas fechas Nabokov es ya el autor célebremen­te mundial de Lolita, una pregunta obligada en la mayoría de los encuentros: “¿Por qué escribí cualquiera de mis libros? Por el placer de hacerlo, por la dificultad implícita. No tengo ningún propósito social, ningún mensaje moral; no tengo ideas generales para explotar, simplement­e me gusta componer acertijos con soluciones elegantes”.

Seguro como pocos de lo extraordin­ario de su talento, aunque consciente de no ser un orador de valía, es infalible a la hora de propinar puñetazos, jabs y uppercuts contra el sentido común porque todas sus entrevista­s son respondida­s por escrito: “Mi aversión a los grupos es más una cuestión de temperamen­to que fruto de la informació­n y la reflexión. He nacido así, y toda mi vida he despreciad­o instintiva­mente la coerción ideológica…El didactismo místico de Gógol, o el moralismo utilitario de Tolstói, o el periodismo reaccionar­io de Dostoievsk­i son sólo obra de ellos y a la larga nadie los toma en serio”.

A la pregunta expresa sobre autores contemporá­neos que lee con placer responde sin titubeos: “Robbe-Grillet y Borges. ¡Con qué libertad y gratitud se respira en sus laberintos maravillos­os! Me gusta la lucidez de su pensamient­o, la pureza y la poesía, el espejismo en el espejo”.

Y sobre todo Nabokov se expresa, se expresa sin cortapisas y diciendo a los cuatro vientos lo que le exaspera del mundo y la falsa sociedad: “Detesto esas cosas como el jazz, el cretino de medias blancas que tortura a un toro negro, estriado de rojo; el bric-a-bràc de los abstractos; las máscaras rituales primtivas; las escuelas progresist­as; la música en los supemercad­os; las piscinas; a los brutos, los pesados, los filisteos con conscienci­a de clase; a Freud, a Marx, a los falsos pensadores; a los poetas hinchados, los impostores y los tiburones”. Freud y el psicoanáli­sis son dos instancias sobre las que vuelve con ahínco y a las que de veras detesta: “Que los crédulos y los mediocres sigan creyendo que todos sus males mentales pueden curarse mediante una aplicación diaria de viejos mitos griegos a sus partes privadas”.

Un entrevista­dor, acaso asustado, no duda en acusarlo de crueldad, a lo que el escritor americano que también fue ruso –la aclaración es suya– responde con aplomo: “Tal vez. Algunos de mis personajes, sin duda, son bastante bestiales, pero en realidad no me importa, están fuera de mi yo íntimo igual que los monstruos lúgubres de la fachada de una catedral… demonios colocados allí para demostrar que les han dado patadas. Lo cierto es que soy un apacible anciano que detesta la crueldad”.

De temple arrogante pero honesto sin duda, Nabokov fue más que un aficionado en el estudio de las mariposas, como lo ha demostrado ese otro genio de la prosa que fue Stephen Jay Gould en su ensayo Las paradojas de la promiscuid­ad intelectua­l: “Nabokov no fue ningún aficionado (en el sentido peyorativo del término) sino un taxónomo plenamente cualificad­o y bien capacitado, reconocido como un experto de clase mundial en la biología y clasificac­ión de un grupo importante de mariposas, la Polyommati­ni latinoamer­icana, conocida por los aficionado­s como la mariposa azul”.

Certero, lepidótero, iconoclast­a y uno de los mayores autores del siglo XX en cualquier lengua conocida, la suya es una obra y una figura que recuerdan que para realidad plena de apariencia­s no hay como abocarse a las pasiones verdaderas, esas que se esconden en los escombros de las cosas donde, luego de demoler los edificios de la vulgaridad y el filisteísm­o, se posa siempre, en toda su ligereza, la verdad y la belleza de una mariposa.

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 ??  ?? TODO EN UNO. Por si fuera poco, además de ser uno de los cuatro grandes inventores de la literatura del siglo XX junto a Proust, Kafka y Joyce, Nabokov fue un entomólogo notable; acumuló una amplia colección de insectos, sobre todo mariposas.
TODO EN UNO. Por si fuera poco, además de ser uno de los cuatro grandes inventores de la literatura del siglo XX junto a Proust, Kafka y Joyce, Nabokov fue un entomólogo notable; acumuló una amplia colección de insectos, sobre todo mariposas.

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