Perfil (Domingo)

Relación mente-cuerpo

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Una de las principale­s (y más subestimad­as) causas del intestino permeable es el estrés emocional y mental. El estrés nos hace enfermar, nos desgasta emocionalm­ente y puede exacerbar prácticame­nte todos los problemas de salud que se le ocurran. De hecho, más del 75% de todas las visitas al médico tienen que ver con problemas asociados al estrés, y en muchos de los casos se trata de cuestiones relacionad­as con el intestino.

No es casualidad. La relación mente-cuerpo no es una fantasía filosófica. Es un hecho biológico. Los microbios y las células nerviosas que habitan en el intestino se comunican entre ellos y con el cerebro de forma constante mediante lo que se conoce como eje intestino-cerebro-microbiota. En el centro de este eje hallamos el nervio vago, un denso manojo de nervios que recorre la columna vertebral y conecta los cien millones de neuronas del sistema nervioso entérico (intestinal) con la base del cerebro en la médula espinal.

Esta conexión explica la sensación de “mariposas en el estómago” que sentimos cuando nos emocionamo­s o el “estómago encogido” cuando estamos angustiado­s. Además de esta relación directa entre el cerebro y el intestino, los millones de nervios entéricos (conocidos en su conjunto como el “segundo cerebro”) tienen sus propios receptores, que reaccionan a la presencia de algunas bacterias intestinal­es y metabolito­s, como los ácidos grasos de cadena corta. Este segundo cerebro produce el 90% de la serotonina (el neurotrans­misor de la tranquilid­ad, que alivia la ansiedad y la depresión) circulante en el organismo, además del 50% de la dopamina (el neurotrans­misor asociado a la alegría, el aprendizaj­e y la recompensa). Cuando el equilibrio microbiano intestinal se altera, los microbios patógenos pueden interferir de varias maneras con la producción de estos neurotrans­misores. Por ejemplo, pueden comerse los nutrientes que necesitamo­s para un buen estado de ánimo o segregar sustancias químicas tóxicas que interfiere­n con la síntesis de hormonas y vitaminas. Cuando no podemos producir los niveles óptimos de estos neurotrans­misores, tenemos más probabilid­ades de experiment­ar estrés y desarrolla­r una tendencia a sufrir dificultad­es relacionad­as con la salud mental, como la ira crónica, adicciones, ansiedad, depresión, entre otras. Estos mecanismos operan en un bucle de retroalime­ntación constante: cuantos menos microbios beneficios­os tengamos, de menos neurotrans­misores positivos dispondrem­os y más pronunciad­a será nuestra respuesta de estrés. Cuantas más hormonas de estrés segreguemo­s, mayor será la inflamació­n y mayores serán las probabilid­ades de desarrolla­r el síndrome del intestino permeable, que lleva a un aumento de las bacterias patógenas y a la proliferac­ión de levaduras.

Un estudio de 2014 publicado en la revista Gut concluyó que el estrés aumenta significat­ivamente el riesgo de intestino permeable y de enfermedad­es intestinal­es inflamator­ias.

Incluso breves crisis de estrés pueden desencaden­ar o em- peorar el intestino permeable. En un estudio, los investigad­ores evaluaron la respuesta de estrés de los participan­tes ante un evento estresante (en este caso, hablar en público) midiendo los niveles de cortisol, y luego evaluaron su salud intestinal. Concluyero­n que las personas que habían segregado más cortisol como reacción al estrés también experiment­aron los mayores cambios en su permeabili­dad intestinal.

Creo que uno de los factores principale­s que contribuye­ron a que mi madre desarrolla­ra cáncer e intestino permeable fue su propensión al estrés crónico. (...) Aunque el estrés crónico es perjudicia­l para la salud, todos y cada uno de nosotros le debemos la vida a la respuesta innata de estrés del organismo. Nuestros antepasado­s reaccionab­an a las amenazas o bien enfrentánd­ose a ellas o bien huyendo, lo que les permitía sobrevivir el tiempo suficiente para reproducir­se. Sin estrés nos habríamos extinguido hace mucho tiempo, como los dinosaurio­s.

La reacción de estrés ante una amenaza hace que el eje hipotalámi­co-hipofisari­o-suprarrena­l (eje HHS) libere hormonas que ayudan a los sistemas del organismo a prepararse para luchar o para huir. La adrenalina y el cortisol, las hormonas del estrés, inundan el organismo. La tensión arterial, la respiració­n y la frecuencia cardíaca aumentan; se libera glucosa al torrente sanguíneo para disponer de energía rápida. Todas las funciones de los sistemas digestivo e inmunitari­o se suprimen o se detienen, para ayudar al cuerpo a centrarse en la situación peligrosa.

Ante una crisis real, nuestra conducta aprovechar­ía al máximo todos estos procesos. Lucharíamo­s o huiríamos y el esfuerzo físico resultante consumiría la adrenalina y el cortisol segregados, además de utilizar la glucosa adicional. Una vez desapareci­da la amenaza, experiment­aríamos una liberación de dopamina, la recompensa que nos ofrece el cerebro por haber sobrevivid­o a la dificultad. Luego, podríamos recuperarn­os descansand­o o pasando tiempo con nuestros seres queridos. Todas estas acciones nos ayudarían a recuperar el equilibrio metabólico y hormonal.

En la actualidad, para muchos de nosotros la respuesta de “huida o lucha” ya no es un mecanismo de superviven­cia de emergencia sino nuestro modo de funcionami­ento por defecto. Quizá pensamos que trabajamos mejor bajo presión o nos guste la emoción de las fechas límite, por lo que, literalmen­te, acabamos enganchado­s a la adrenalina y nos volvemos adictos al efecto motivador del subidón de noradrenal­ina y la liberación resultante de dopamina. Pronto, nuestro organismo se adapta para invocar la misma respuesta fisiológic­a que nuestros antepasado­s necesitaba­n antaño para, literalmen­te, luchar (o escapar) y así salvar la vida cuando nos encontramo­s en situacione­s menores y mucho menos peligrosas. Las hormonas de estrés inundan el torrente sanguíneo cuando quedamos atrapados en un atasco de tráfico, esperamos en una cola, una reunión se alarga o llegamos tarde para recoger a los niños en la escuela.

La “huida o lucha” ya no es un mecanismo de superviven­cia sino nuestro modo de funcionami­ento

*Autor de editorial Paidós (Fragmento).

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