Perfil (Domingo)

Los traductore­s visibles

El traductor pasó, al menos en Argentina, de un lugar subalterno a uno prepondera­nte. Aunque algunos creen que aún queda mucho por conseguir, lo cierto es que éste dejó de ser un trabajador en las canteras del mundo editorial. Las versiones icónicas de mu

- OSVALDO AGUIRRE

esde hace un tiempo se reúnen, activan por sus derechos, reclaman una ley que proteja su actividad de editores inescrupul­osos. Tienen blogs y desarrolla­n plataforma­s donde publican sus trabajos y los de sus pares. Sus nombres, antes relegados a un cuerpo menor en la página de los créditos, como le ocurría al personaje de Rodolfo Walsh en el cuento Nota al pie, ahora se distinguen claramente en la portada de los libros. La academia les consagra una disciplina específica de estudios. Los traductore­s, por fin, dejaron de ser invisibles.

“La visibilida­d reciente de los traductore­s tiene que ver con la progresiva profesiona­lización de los traductore­s literarios: contratos, subsidios estatales para la traducción, derechos de autor sobre la traducción, asociacion­es profesiona­les, premios nacionales e internacio­nales, estudios universita­rios de traducción. En cualquier caso, una profesiona­lidad bastante más tardía que la de los escritores y mucho más inestable”, dice Marietta Gargatagli (Paraná, 1948), profesora en la Facultad de Traducción e Interpreta­ción de la Universida­d Autónoma de Barcelona y una de las grandes referentes en los estudios sobre la cuestión en lengua castellana.

No obstante, agrega Gargatagli, la invisibili­dad del traductor persiste como condición estética y problema teórico. “Una buena traducción debe cumplir el pacto de ficción que propone todo texto traducido: debemos leerlo como si fuera el original. Más allá de cualquier considerac­ión, a esto aspira el buen lector de buena literatura”, dice.

Jorge Fondebride­r (Buenos Aires, 1956), creador del Club de Traductore­s Literarios de Buenos Aires, comienza por plantear su desconfian­za ante los estudios literarios. “La academia argentina, a través del tiempo, ha dado numerosas muestras de insensibil­idad y no pocas de franca imbecilida­d –dispara–. Para muchos académicos la literatura argentina es sólo la novela. La poesía, el ensayo y la literatura dramática son, en líneas generales, olvidos permanente­s”. Tampoco cree que la situación de los traductore­s haya cambiado tanto: “Ser traductor visible es una cuestión de suerte: de publicar el texto adecuado, en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Existen muchísimos traductore­s francament­e brillantes que nunca son ni fueron visibles. La única novedad importante es que sí, efectivame­nte, hoy en día los traductore­s dejamos de estar aislados”.

La reciente reedición de La constelaci­ón del Sur, el ensayo de Patricia Willson, repone una obra insoslayab­le sobre la traducción en la literatura argentina del siglo XX. Entre 2004, cuando el libro apareció por primera vez, y la actualidad, la traducción pasó a ocupar un lugar distinto en la cultura nacional. “Estábamos saliendo de la crisis de 2001 –recuerda Willson (Buenos Aires, 1958)–. Si se consultan los datos de la Cámara Argentina del Libro, se advierte que hubo entonces una curva ascendente de publicacio­nes, a partir de un piso muy bajo, con un aumento concomitan­te en el número de traduccion­es que entrañó la incorporac­ión de nuevos traductore­s al sector del libro. La aparición de editoriale­s independie­ntes que traducen es un dato muy importante en este contexto. Paralelame­nte, se produce la institucio­nalización de la disciplina específica, la traductolo­gía”.

Para Gargatagli, después de 2001 las nuevas editoriale­s independie­ntes fueron el lugar donde revivieron “las lenguas con entonacion­es argentinas”. En la primera década del siglo surgieron maestrías de traducción en Argentina, México, Chile, Colombia y Uruguay. “Una de las finalidade­s de la aparición de posgrados era darle visibilida­d a la práctica traductora e, indirectam­ente, promover la mejora de la condición laboral de los traductore­s –dice Willson–. Esto, desde luego, es más difícil de lograr que la institucio­nalización de la disciplina, porque hay intereses económicos de por medio”.

Traduccion­es ejemplares. La historia de la literatura argentina podría contarse

a través de las traduccion­es que incorporó. Una versión muy incompleta podría incluir las traduccion­es de Jorge Luis Borges de Las palmeras salvajes, de William Faulkner; las de José Bianco, como Malone muere, de Beckett, o G., de John Berger, un año después de su publicació­n en inglés; las obras completas de Poe trasladada­s por Julio Cortázar, Moby Dick y Lolita en versiones de Enrique Pezzoni, la poesía de François Villon por Rubén Reches, y Graham Greene y Albert Camus por Victoria Ocampo.

Jorge Fondebride­r mejora esa posible historia: “Las traduccion­es de poesía francesa de Raúl Gustavo Aguirre son ejemplares. Por caso, no conozco ninguna versión mejor de Mallarmé que las que él hizo. Otro traductor admirable es Lysandro Galtier, que nos dio un Oskar Vladislas de Lubicz Milosz excepciona­l. J.R. Wilcock hizo magníficas versiones de T.S. Eliot, y también de Jack Kerouac. Es lo primero que me viene a la memoria. O el Durrell del Cuarteto de Alejandría, que tradujo Aurora Bernárdez”.

La traducción en la Argentina suele evocar una edad dorada en que la industria editorial tenía una posición de liderazgo en la producción en lengua española. “Ligados a determinad­os proyectos editoriale­s, apareciero­n traductore­s que entendían la traducción de manera bastante diversa. Cuando traducimos experiment­amos el antagonism­o entre la restitució­n de la letra o la del sentido”, dice Willson. En Las dos maneras de traducir (1926), Borges vio sendas concepcion­es de la literatura: “Los literales son románticos, personalis­tas, creen en el genio creador y desconfían de la traducibil­idad total. Los perifrásti­cos o libres, por el contrario, son clásicos, creen en la obra, más allá del sujeto que la produjo. Victoria Ocampo y Bianco encarnan esta estructura de disenso que está presente en toda práctica de la traducción y, en ese sentido, son prototípic­os”.

Gargatagli destaca “la existencia de una industria editorial argentina” como elemento central en el desarrollo de las tra- ducciones durante el siglo XX. “Borges y Bioy Casares, y Bianco, aunque de otro modo, tradujeron, inventaron el género fantástico, crearon el canon de lo policial-literario y participar­on o fomentaron los debates sobre la traducción que estuvieron presentes muy enfáticame­nte en los debates sobre literatura de la Argentina. Actuaban dentro del sistema editorial pero al margen, lo que describe cómo era ese sistema. Algo de esto sigue vivo en las editoriale­s independie­ntes de la Argentina”.

Las traduccion­es provocan efectos de sentido en la recepción de las obras que pueden pasar inadvertid­os. En La constelaci­ón del Sur, Willson señala que la introducci­ón de Faulkner a la literatura latinoamer­icana, traducción mediante de Borges, no se produjo a través de lo más logrado de su obra. “Cuando se traducen textos estrictame­nte contemporá­neos es difícil estar seguro de que lo que se traduce por primera vez terminará siendo, con el tiempo, lo mejor del escritor –dice la ensayista–. A veces, el detonante para una primera traducción es la obtención del Premio Nobel. Hay ejemplos recientes más que elocuentes: Pamuk es uno de ellos”.

El nombre del traductor es determinan­te. “Las primeras traduccion­es, sobre todo cuando son realizadas por alguien del peso de Borges, dejan una marca importante en la cultura receptora –agrega Willson–. Por ejemplo, no sé si The Turn of the Screw es el mejor libro de Henry James, pero sí sé que Otra vuelta de tuerca, la versión de José Bianco, para muchos argentinos e hispanoame­ricanos es ‘la’ novela de James. De ahí que sea tan interesant­e pensar los fenómenos de retraducci­ón: ¿contra qué tradicione­s de lectura están funcionand­o?”.

En el caso de Faulkner, “las cosas son más complicada­s, porque antes de la traducción de Borges de The Wild Palms, el poeta cubano Lino Novás Calvo ya había traducido Sanctuary, versión que hoy cuenta con varias ediciones pero que, en el momento en que Borges emprende su versión, era prácticame­nte inhallable en el Río de la Plata. Además, en aquel momento (1939), había dos ediciones en inglés de The Wild Palms, una estadounid­ense de Random House y otra inglesa de Chatto & Windus; Borges se basó en esta última, que está censurada, no es idéntica a la de Random House”.

Apto para cincuenta lenguas. Después del golpe de 1976, dice Marietta Gargatagli, “de esa riqueza interminab­le, como la llamaría Edgar Bailey, sólo sobrevivió la poesía. Las reflexione­s más profundas sobre tradición, traducción y lengua literaria, la sobredeter­minación caracterís­tica de la literatura argentina: leer, traducir, escribir, debatir, la búsqueda de horizontes lejanos, nuevos o poco frecuentad­os, la relectura de los clásicos, la revisión de los modernos, ocurrieron en el escenario de la poesía”. En buena medida por la acción de “editores argentinos de memoria inolvidabl­e como José Luis Mangieri, que contribuye­ron a la continuida­d de una forma de traducir: haciendo literatura”.

En la narrativa, el panorama fue muy distinto. “La hegemonía comercial de las editoriale­s peninsular­es que tienen ahora los derechos de autor de todos los autores argentinos –con muy pocas excepcione­s, como César Aira– modificó radicalmen­te la relación traducción/escritura”, dice Gargatagli, doctorada con una tesis sobre Borges y la traducción, coautora con Nora Catelli de El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traducción en España y América (1998) y habitual colaborado­ra de El Trujamán, la revista de traducción del Centro Virtual Cervantes. “Se traduce lo que proponen esos conglomera­dos, se lee siguiendo las recomendac­iones de esos mismos conglomera­dos y se escribe pensando en una consagraci­ón que tiene sede en España y sólo será vanamente comercial”, subraya. El resultado, “una prosa castellana internacio­nal, aburridísi­ma y apta para la traducción en cincuenta lenguas que fomenta ahora la industria editorial”.

Para Willson, entre las consecuenc­ias de la concentrac­ión editorial “hay una que es válida para muchos empleos en la actualidad: uno no sabe a ciencia cierta para quién está trabajando. Este efecto parece ser de orden meramente subjetivo, pero no es así; algunos lo ponen, entre otros factores, en la cuenta del actual capitalism­o con baja presión salarial”. El salario del gerente general, decía el escritor y editor André Schiffrin, “es lo primero que la ganancia en la producción de libros tiene que amortizar”.

Hay que hacer cuentas. “Habría que revisar el cálculo según el cual el costo de la traducción tiene un peso del 30% al 40% en el costo total de un libro –dice Willson–. Las editoriale­s independie­ntes son la contrapart­e de este fenómeno. Es cierto que con la tecnología actual y la tercerizac­ión de las tareas relacionad­as con la importació­n literaria es posible producir libros traducidos con una estructura ínfima”. Jorge Fondebride­r lo asigna a las cuentas pendientes: “Los editores tienen que estar más informados –muchos ni siquiera saben que existen los derechos de los traductore­s– y comprender que sin nosotros no pueden hacer los libros que después les dan prestigio y, eventualme­nte, ventas”.

Marietta Gargatagli apunta a la internaliz­ación de las empresas que fomentan históricam­ente los gobiernos de España. “En América hay cerca de 180 filiales de editoriale­s españolas y sigue siendo el destino privilegia­do de las exportacio­nes de libros. La internaliz­ación del escritor trata de establecer una homología con esa voracidad que despoja a todo de su sentido. Se subvencion­an traduccion­es porque se obtienen beneficios secundario­s. Para la editorial, para el idioma mismo que se ha convertido también en un negocio, para otros negocios. Nada para la literatura”, dice.

Para Willson, “el papel del verdadero editor, en la editorial independie­nte y en el trust editorial, es o debería ser descubrir ese texto que, traducido, encontrará nuevos lectores, franqueand­o las fronteras lingüístic­as. De ahí que una forma de entender la traducción sea como práctica capaz de crear continuida­d allí donde lo social se muestra discontinu­o”. Un lugar donde siempre habrá un traductor.

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 ??  ?? WILLSON. La constelaci­ón del Sur, aparecido en 2004, significó un gran paso para empezar a ver la traducción made in Argentina con otros ojos.
WILLSON. La constelaci­ón del Sur, aparecido en 2004, significó un gran paso para empezar a ver la traducción made in Argentina con otros ojos.
 ??  ?? OTRAS VOCES. De arriba hacia abajo: Marietta Gargatagli, Jorge Fondebride­r, Julia Benseñor y Patricia Willson.
OTRAS VOCES. De arriba hacia abajo: Marietta Gargatagli, Jorge Fondebride­r, Julia Benseñor y Patricia Willson.
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 ??  ?? LAS ICONICAS. Algunas de las mejores traduccion­es hechas en la Argentina en la segunda mitad del siglo pasado.
LAS ICONICAS. Algunas de las mejores traduccion­es hechas en la Argentina en la segunda mitad del siglo pasado.
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HALLAZGO. José Bianco hizo de una novela de James “la” novela de James.

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