Perfil (Domingo)

Prat-Gay sueña con competir en 2019

El ex ministro pone todo bajo la lupa. Por qué se fue. Macri y la atomizació­n en Economía. El rol de Carrió. Cristina y el PJ. El futuro de Cambiemos. El sueño de ser presidente.

- JORGE FONTEVECCH­IA

—El pronóstico es una guía. Una cosa es ser pronostica­dor profesiona­l y otra muy diferente es ser un actor que fija la política económica. El pronóstico tiene el valor de marcar un recorrido y nosotros, más allá de los números, lo que dijimos fue que 2016 iba a ser un año complejo, en el que debíamos ordenar 12 años de desacierto­s, sobre todo de los últimos ocho de Cristina. Había que invertir energías en la primera mitad del año porque en la segunda empezaría a verse una salida para la recesión. Una recesión que, no debemos olvidar, había empezado en 2015. Todo depende de cómo cada uno lo mire. Podríamos decir que en los últimos dos trimestres de 2015 había empezado la caída y eso fue lo que comunicamo­s. Los números resultaron ser otros porque hay factores que nadie puede prever. Pero lo que sucedió fue lo que dijimos: hubo dos trimestres con una caída importante en la actividad económica, el tercer trimestre de 2016 mostró cierta estabilida­d con una pequeña suba, y desde entonces llevamos cuatro trimestres consecutiv­os de crecimient­o, incluyendo el que terminó en septiembre, que marcará el quinto trimestre de crecimient­o. Después existen otras particular­idades que no están en la discusión. Nosotros tenemos un indicador que pocos países tienen, el PBI mensual, que es un poco más volátil que el PBI trimestral pero permite captar mejor los cambios de tendencia.

—En ese caso, desestacio­nalizado.

—Efectivame­nte, desestacio­nalizado. Lo publica el Indec, cualquiera puede verlo. Nos muestra la tendencia, pero con una particular­idad: si miramos el nivel del EMAE, el Estimador Mensual de Actividad Económica, es el mismo en diciembre de 2016 y en diciembre de 2015. Hubo una U que, en el arranque, no esperábamo­s. Nos sorprendió una caída tan fuerte en la primera mitad, pero también la fuerza con la que se recupe- ró la economía en la segunda mitad. Otra particular­idad es que el nivel de diciembre de 2015, además de ser igual al de diciembre de 2016, es igual al de diciembre de 2011. ¿Qué significa esto? Que en esos cuatro años de Cristina no hubo crecimient­o y en el segundo mandato tuvimos dos recesiones, la primera más profunda que la de 2016, y la segunda exactament­e igual (ver e.perfil.com/finalmente­llego-la-primavera). La sensación térmica de 2016 dejó la idea de que esto fue peor que las dos recesiones anteriores y ahí tuvo que mucho que ver otra de las decisiones valientes del Presidente. No sólo hicimos lo que había que hacer, sino que sinceramos las estadístic­as. La realidad fue más descarnada porque dijimos la verdad. Ese es un valor del Presidente que todos creemos fue muy valioso. Se nota mucho en la discusión presupuest­aria: hoy tenemos un segundo ejercicio de discusión presupuest­aria basado en parámetros verdaderos. Si comparo el desenlace de 2017 con lo que nosotros pusimos en el presupuest­o en septiembre del año anterior, es la primera vez en 15 años en que los ingresos son parecidos a lo pronostica­do, la actividad económica es parecida a lo pronostica­do. Eso brinda una cer tidum- bre que antes no se tenía.

—¿Cuál es su reflexión sobre la diferencia entre el gradualism­o fiscal y el gradualism­o monetario? ¿Se podría haber sido gradualist­a también en términos monetarios y ser más sincrónico?

—Siempre defendí el gradualism­o en lo fiscal, que era lo que nos tocaba a nosotros. Pero la salida del cepo no podía ser gradual, por definición. Si uno reconoce que tiene un atraso del tipo de cambio con una cantidad de controles, y en lugar de eliminarlo se lo pospone, será el mercado el que se adelante a los hechos. No hay una salida gradual de un control de cambio, del cepo, o de las cosas que hicimos en los primeros meses. Yo me sumo a la campaña de Cambiemos sobre el final, cuando la conclusión del equipo de estrategia política fue: “Con este discurso económico no vamos a ganar las elecciones”. Entonces, aporté la credibilid­ad de un gradualism­o fiscal, algo que no tenía alternativ­a porque asumimos con varias restriccio­nes para atender. La primera, la social: una pobreza de más del 30%. La segunda, la política, porque no teníamos mayoría en ninguna de las dos cámaras, incluso en el Senado teníamos apenas un cuarto. No había otro recorrido posible que no fuera el gradualism­o. Algo que, segurament­e, contribuyó a ganar las elecciones.

—En una conferenci­a reciente usted dijo: “El ganador fue el gradualism­o”.

—Estoy convencido de eso. No tengo ninguna duda de que si la política fiscal hubiera sido más dura hoy no estaríamos disfrutand­o el buen resultado de las PASO. Y destaco algo que a veces olvidamos: el gradualism­o tiene que ser pragmático, debe montarse sobre una visión de sentido común. En un principio, en enero de 2016 planteamos unas metas fiscales que debían servir como una guía. Si la realidad cambia, hay que ajustarse a esa realidad sin renunciar a la dirección elegida. Cuando elevamos el presupuest­o de 2017 al Congreso, corregimos la meta fiscal. Para este año, en el esquema original teníamos una meta del 3,3% de déficit, pero cuando fuimos al Congreso la cambiamos. “No será el 3,3%, será el 4,2%”, dijimos. Por una razón sencilla y pragmática: en estos nueve

“En el primer semestre nos sorprendió una caída tan fuerte, pero también la fuerza con que se recuperó.” “Siempre defendí el gradualism­o en lo fiscal, pero la salida del cepo de ninguna manera podía ser gradual.”

“Como no se corrigiero­n las metas de inflación, esto generó una tensión en lo macro entre lo fiscal y lo monetario.” “Quien pida un ajuste rápido y no gradual pide algo inviable en este marco político y social.”

meses de gestión se aprobaron leyes que modificaba­n ese cálculo, la Ley de Reparación Histórica, la ley de apoyo a través de exenciones impositiva­s a las pymes, y la ley de devolución del IVA a una franja vulnerable de la población. Todo eso nos daba alrededor de un punto del producto de déficit. Si nos abrazábamo­s a la meta con el fanatismo de los dogmáticos y manteníamo­s el 3,3% no ganábamos las PASO. No es sólo el gradualism­o impuesto por la realidad, sino también el pragmatism­o del político que mira más allá de eso

¿Pero el gradualism­o podría haber sido aplicado también en términos de la política del Banco Central?

—Sí. Había metas de inflación que eran coherentes con las fiscales. Lo que pasó fue que corregimos las metas fiscales adaptándon­os a la nueva realidad con ese pragmatism­o al que hacía referencia. Sin embargo, no se corrigiero­n las metas de inflación y creo que esto generó una tensión en lo macro entre lo fiscal y lo monetario. Es lo que estamos viviendo hoy.

—¿Eso pudo haber generado un punto más de caída del producto bruto? ¿Se enfrió la economía porque no había una relación entre las nuevas metas de inflación y la política del Banco Central?

—Casarse con una meta incompatib­le con los números fiscales lleva al Banco Central a tasas de interés más altas, un tipo de cambio más bajo y probableme­nte menor recuperaci­ón económica. Tengo pocas dudas de eso. —¿En 2016 se enfrió de más la economía?

—Sí. Hay que tener cuidado de no asumir que, si uno toca la tasa de interés, al día siguiente se produce un efecto. Deberíamos tener una discusión más profunda en este sentido. Está instalada una idea: el pobre Banco Central hace todo el esfuerzo en soledad para bajar la inflación, y desde Hacienda, Dujovne o quien esté no hace los deberes en lo que respecta al déficit fiscal. Lo primero que habría que decir es que este año el Gobierno cumplirá con la meta fijada en el presupuest­o, y es una importante baja del déficit, del 4,8% al 4,2%. Lo segundo es que la estructura del gasto público argentino es bastante inflexible a la baja. Si se suman jubilacion­es y planes sociales, más algunos gastos de necesidad absoluta, estamos casi en tres cuartos del gasto. Entonces, quien diga “tienen que ser más agresivos por el lado fiscal” lo hará en un marco donde la pobreza alcanza al 30%, con un gobierno sin mayoría en Congreso. Señalan en el pizarrón algo que no se puede hacer. Pero hay una cuestión que no está en la discusión entre economista­s y debería estarlo porque es muy importante: la dominancia fiscal. Los economista­s dicen que el Banco Central está restringid­o porque el fisco le pide que le financie el déficit, entonces la política fiscal domina a la política monetaria. Hoy pasa exactament­e al revés. Lo explico. Así como el gasto público federal es inflexible a la baja, también es cierto que hay una porción grande de ese gasto público que está indexada. Sabemos que hay una ley de movilidad jubilatori­a, sabemos que los planes sociales no están indexados de facto, pero nadie quiere que pierdan valor respecto de la inflación. El componente de pago de intereses está indexado y eso representa el 60% del gasto público. Pensemos por un segundo qué significa esa indexación cuando baja la in-

flación. Supongamos que la inflación disminuye 10 puntos por año y que el 60% del gasto está atado a la inflación del año anterior, que es 10 puntos más alta que la de este año. Entonces hay un 60% del gasto que aumenta un 10% en términos reales. —Al menos por un año.

—Por lo menos por un año, o mientras dure la desinflaci­ón. Eso implica dos cosas: la primera es que si se desea mantener el gasto en términos constantes, que es lo que piden algunos ortodoxos, habría que aplicarle al 40% del gasto no indexado una reducción del 15%. En este marco político eso no puede pasar. La segunda cuestión es que cuanto más agresiva sea la política del Banco Central en la reducción de la inflación, más complicada será la política fiscal. Porque esa reducción le pone una vara muy alta a Hacienda en el ordenamien­to del déficit. Quien pida un ajuste más rápido, o un ajuste fiscal en lugar de gradual, o no hizo los deberes o pide algo draconiano en un marco política y socialment­e inviable. —¿La solución a este problema es el crecimient­o?

—El crecimient­o y el pragmatism­o, las dos cosas. Atarse de manera fanática a una meta tiene sus consecuenc­ias: se crece menos y se podría llegar a tener una mezcla de variables macroeconó­micas que no son las deseables a lo largo del tiempo. Si la consecuenc­ia es una tasa de interés alta y un tipo de cambio bajo, se empieza a tener, además de un déficit fiscal, un déficit de cuenta corriente, un déficit externo. Creo que ésta será

la discusión que deberá tener el equipo económico para los próximos años. Dónde está el equilibrio, cuánto déficit fiscal y cuánto déficit de cuenta corriente. Las consecuenc­ias de un desequilib­rio en la política monetaria vienen por ese lado.

—Al tener que modificar esas metas, al haber llevado el déficit fiscal al 4,2%, ¿en qué momento pensó que se alcanzaría ese equilibrio? ¿Cuánto se estiró?

—Se posterga un año, por definición, porque lo que se está corrigiend­o es un punto del PIB.

—¿No se volvería a corregir también en los años siguientes

—Ya no es mi tarea hacerlo. Pero cuando lo propusimos, no lo corregíamo­s. Decíamos: “Esta meta nos tomará un año más”.

—Aunque no sea su tarea, ¿nos llevaría a la mitad de un eventual segundo mandato presidenci­al?

—Eso habría que verlo en el tiempo. La importanci­a de fijarse una meta es ordenar la política y garantizar la dirección de los resultados. No se trata tanto de acertar justo a la meta como de ir en esa dirección. Y remarco la diferencia entre lo fiscal y lo monetario. Este año la inflación terminará siendo del 22% o 23%. Supongamos que sea de 23 puntos: serán 10 puntos menos que la inflación del año pasado. Si organizo una reunión con gente de Marte y les digo: “Miren, acá hay un país del planeta Tierra que un año tuvo una inflación del 36% y al siguiente tuvo el 22%”, esa gente dirá: “Qué bueno, hacen lo que tienen que hacer, la están bajando”. Pero la obsesión por la meta original, que debió ser modificada y era del 17% de máxima, deja cierto sabor amargo, de no haber cumplido. Una meta no puede ser

más importante que el rumbo elegido. Es ahí donde vale más el pragmatism­o.

—Mi pregunta sobre el tiempo que se tardará en llegar al equilibrio en el que no sea necesario el financiami­ento internacio­nal tiene que ver con la posibilida­d de una turbulenci­a internacio­nal que pueda dejar al país sin crédito. —Sí, es verdad.

—¿Qué riesgo real existe de que a causa de una situación externa complicada se cierre el financiami­ento, no sólo para Argentina sino para todos los países en vías de desarrollo? Hoy está Corea del Norte, pero a lo largo de cuatro años no sabemos qué otros conflictos pueden aparecer.

—No voy a decir nada nuevo. El mundo está inestable y los mercados no toman nota

de la inestabili­dad subyacente en todo el arreglo financiero internacio­nal y en las democracia­s desarrolla­das. Nos hemos sorprendid­o con el resultado electoral en Alemania, que era el único que imaginábam­os predecible, así como nos sorprendim­os positivame­nte por el resultado en Holanda y en Francia. Hay electorado­s muy dinámicos, sistemas políticos fragmentad­os, focos geopolític­os con riesgos nuevos y no sólo en Medio Oriente. Trump en sí ya es un factor de incertidum­bre que afecta, y mucho, a todo el sistema político.

—Otros riesgos son la pérdida de un bipartidis­mo y la fragmentac­ión política, que

no ayudan mucho a los acuerdos entre países.

—Es cierto. Por eso mi consejo para todo aquel que tenga una responsabi­lidad política en algún área expuesta a esta incertidum­bre internacio­nal es que debe tomar todos los recaudos necesarios. Esa es la única verdad.

—¿Eso significa endeudarse más, aumentar las reservas del Banco Central para estar cubiertos en caso de que pueda haber un shock que impida tomar más deuda?

—Eso es lo que hizo el equipo económico este año, a través de algunos bancos. Y es lo que posiblemen­te traten de hacer: adelantar el financiami­ento del año próximo. Hay que ser cautelosos. Cuando escucho ciertos comentario­s sobre que Argentina será la estrella de los próximos veinte años, o que se vienen veinte años de esto o de aquello, pienso en aquella frase: “Estamos condenados al éxito”. Eso no se aplica nunca, sobre todo en un mundo tan incierto. —Mucho menos si alguien se lo cree...

—Esperemos que no se lo crean. La tarea de poner de pie a la Argentina y lograr el crecimient­o con desarrollo es de tal magnitud, tan titánica, que no podemos distraerno­s ni un segundo.

—Usted se sumó a Cambiemos al final de la campaña presidenci­al y su aporte económico fue el gradualist­a. Sin embargo, los referentes económicos del PRO en aquel momento, tanto Sturzenegg­er como Melconian, planteaban mecanismos de shock. Que usted hoy esté afuera del Gobierno ¿genera más riesgos de que, en un futuro, disminuya el gradualism­o en la política económica?

—No lo creo, porque el Presidente está muy convencido de ese gradualism­o. Pese a te-

 ??  ?? El ex ministro dialogó con Fontevecch­ia.
El ex ministro dialogó con Fontevecch­ia.
 ?? FACUNDO IGLESIAS ?? UCR: “Sería muy sano para Cambiemos que en 2019 haya un candidato radical de peso. Los radicales tienen mucho para aportarle a Cambiemos. Me gustaría verlos con más injerencia a partir de 2018”.
FACUNDO IGLESIAS UCR: “Sería muy sano para Cambiemos que en 2019 haya un candidato radical de peso. Los radicales tienen mucho para aportarle a Cambiemos. Me gustaría verlos con más injerencia a partir de 2018”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina